Hay pocos países en el mundo donde el béisbol no es un simple deporte, sino parte inseparable y reparadora de la cultura. Cuba es quizás uno de los ejemplos históricos y paradigmáticos, con huellas que van desde coronas panamericanas, mundiales y olímpicas, hasta pasiones, discrepancias, sufrimientos, infartos, novelas, y no pocos terremotos humanos de alegrías por celebraciones inolvidables en los campeonatos nacionales.
El surgimiento de jugadores-ídolos, la extensión familiar de los códigos beisboleros, las prácticas y emociones vividas, así como el amplio impacto sociocultural de cada torneo y triunfo local, nacional e internacional convirtieron a este deporte en un elemento inseparable de la identidad cubana, en uno de sus símbolos más preciados.
Un cronista deportivo de referencia, Eladio Secades, escribiría en 1947: “El béisbol tiene la culpa de que no acabe de cumplirse la sentencia de que Cuba es el país del choteo. Lo sería si no tomásemos el béisbol tan en serio. Se desploman las ilusiones. Se malogran los apóstoles. Cada chalet que se levanta es un prestigio político que se cae. Pero todo no estará perdido mientras sigamos teniendo fe en la chaqueta de Amado Maestri. Aquí se le da más importancia a un out en home que a la caída de un ministro. Afortunadamente”.
En 1962, Cuba dio un paso trascendental y no por eso menos riesgoso en lo que desde entonces era el principal pasatiempo deportivo-cultural del pueblo. La creación de las series nacionales estuvo rodeada de escepticismo —como han reconocido varios dirigentes de esa época—, pues algunos dudaban de que el naciente certamen amateur pudiera mantener el mismo nivel de expectación, fidelidad y amor, luego de 84 campeonatos profesionales.
Nombres de equipos nuevos (el más recordado hasta la actualidad: Industriales), mentalidad renovada en el sistema competitivo y compromiso con el espectáculo eran los aspectos más significativos del cambio.
Sin embargo, la justa prendió una llama eterna, con momentos de más intensidad y, por supuesto, de menos, en las 53 ediciones jugadas hasta el triunfo de Pinar del Río a inicios de este 2014.
El ímpetu de la propia obra revolucionaria iniciada en enero de 1959 se trasladó al béisbol con ribetes impresionantes y llevó a colegas, espectadores, pueblo en general, a decir que esos peloteros jugaban “con el alma en el terreno”, término merecido y casi exclusivo para algunos hasta nuestros días.
Pero lo que hizo inmortal esas históricas campañas fue la valentía para asumir la pelota revolucionaria y enraizarla mucho más en la cultura e identidad de la nación cubana. Predominaba la ilusión de que el béisbol ganaría auge y calidad mientras más esfuerzo y entrega dieran sobre el terreno. Muchos de esos jugadores serían años después directores de equipos y aprendieron con el diarismo y la experiencia personal a dirigir los destinos de ese deporte en Cuba.
La actual generación de estrellas e ídolos: Yulieski Gourriel, Alfredo Despaigne, Alexander Malleta, Frederich Cepeda, Norge Luis Ruiz, Freddy Asiel Álvarez, entre otras decenas, son herederos directos de lo vivido por más de un siglo de jonrones, fildeos, lanzamientos, y no pocas horas de tensión, sobre todo si recordamos los mundiales de 1972, 1980 y 1988, decididos por espectaculares cuadrangulares de Agustín Marquetti, Antonio Muñoz y Lourdes Gourriel, respectivamente.
Por eso, cuando este 21 de septiembre —fecha adelantada y poco tradicional para jugar pelota— comience en el estadio Capitán San Luis el pasatiempo por excelencia para los cubanos, la versión 54 de la Serie Nacional con el partido entre Pinar del Río y Matanzas, el primer éxito no será deportivo, sino comunicativo y cultural, porque se trata de algo imprescindible en nuestra identidad como nación, se trata de la más grande “pasión” deportiva de este pueblo.
Y ya que hablamos de pasión, uno de los escritores cubanos más exitosos de los últimos años y ferviente beisbolero, Leonardo Padura, logró como pocos una conclusión sobre el tema. “Todavía hay algo que nada ni nadie ha podido alterar en la vida de los cubanos: el sueño de un niño que, ahora mismo, en cualquier placer, en una esquina o incluso solitario ante una pared, lanza una pelota y se ve en medio del estadio Latinoamericano. Mientras esa fantasía siga persiguiéndonos no hay que preocuparse por lo esencial: seguimos siendo cubanos y la pelota es todavía el primer sueño que, sin saber muy bien por qué razón, la mayoría de los cubanos acaricia en la novela que cada uno escribe con su vida”.
Alexander
22/9/14 0:44
Me gustó mucho este trabajo porque se sale de lo normal que leemos en los medios de prensa sobre al pelota. Todo el que ha leido a Eladio Secades y a Padura sabe que son dos grandes del periodismo cubano. Menos mal que se pueden mencionar en un trabajo como este sin censura. Viva la pelota cubana.
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