Era la noche de las hombradas en el Doroteo Guamuch Flores de la capital guatemalteca. Entre mil peripecias llegó Onel Hernández sin tiempo para lucir su dorsal en el once inicial, y tres cuartos de lo mismo hacía más temprano Maykel Reyes.
Apenas comenzar los chapines enseñaron la pierna fuerte y el cuchillo entre los dientes, con la complicidad del principal que no mostró tolerancia con Carlos Vázquez y en la primera oportunidad lo condicionó con la pálida.
No obstante, “Cavafe” se repuso y firmó un partido sobrio y sin contratiempos. Cualquiera dudaría que apenas tiene 21 años de edad.
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Los locales aprovecharon los primeros compases, las primeras miradas en la cancha de algunos seleccionados cubanos, los primeros minutos de timidez y anarquía.
Después de todo es lógico: unas pocas horas, apenas par de jornadas no le alcanzaban al más avezado de los estrategas para lograr engranar once hombres sobre un césped hostil.
En ese caso se apela a la charla y vuelves a explicar sobre el error… Pagaría por escuchar qué les dijo Pablo Elier en el vestuario para salir con ímpetu arrollador.
Antes hubo que sufrir algún despiste en la medular, la imprecisión en la salida y la ausencia en la marca a ese rubio Steven Robles que se multiplicaba por la derecha según defendían los antillanos, y que traía de las manos a Morejón, capaz de equivocarse y brillar en un abrir y cerrar de ojos.
También hubo de sufrirse algún dislate de Paradela, metido en el juego hasta las entrañas, pero con una mano de más en el barniz de las gambetas, como para no dársela a Corrales abriendo turbinas por la banda y caracolear de lujo cuando debió ser pared. Pero nada merece reproches porque quemó el combustible que traía y hasta un poco más.
No funcionaba el equipo, así de simple, y enhorabuena llegó el descanso. Entonces cayó la charla de Sánchez, quien metió en cancha a Onel y en la cabeza de todos la idea de que podían ganar.
Pero el fútbol es un vaivén y cuando mejor lo hacían los Leones llegó Martínez, y a pelota parada, congeló las almas de los visitadores.
La pelota parada, el coco, la marca ausente, Morejón mirando la pelota en el fondo de la red, el cubo de agua fría, las cabezas abajo. Uno a cero.
Sacar del centro fue suficiente para creer en la posibilidad de tomar las cosas donde estaban antes del gol y casi pueden once millones de almas gritar el empate, pero Maykel no tuvo fe y apeló a la segunda jugada. Karel Espino decidió mal, la rifó sin criterio y fue peor el remedio que la enfermedad.
En un intento desesperado por enmendar la pérdida se lanzó a degüello, medio al balón, medio a las piernas del rival, e hizo la falta naranja que no existe en el fútbol.
El principal, ni corto ni perezoso, mostró la roja al artemiseño que protestó más por vergüenza que por convicción. A esas alturas ya se sabía que este es uno de los árbitros que averigua el nombre del estadio y el local antes de llevar el silbato a la boca.
En dos minutos los de Pablo Elier pasaron del pináculo a las mazmorras, condenados injustamente, pero condenados al fin.
Entonces el pinareño intentó reordenar el medio campo y metió a Cutiño renunciando a Joel Apesteguía, con un paso anecdótico en el partido. Ya creo yo que estos necesitan horas de fútbol antes de entenderse mejor.
Onel tampoco se vio. Hasta tres marcadores le cayeron al del Norwich, quien jugó más con pundonor que físico y eso también se valora. Hay quienes con el gesto épico se ganan el cariño de la multitud, pero desgraciadamente la pizarra sólo entiende de números.
El resto fue de uñas y dientes. Volvió el Keko de la gente… Que me disculpe Maradona si le tomo prestado su epíteto, pero lo de Sander es para enmarcarlo. ¿Y lo de Asmel? Qué manera de empujar ese toro furioso que se sacó Elier de la manga. A ellos se encomendó finalmente y todos le escuchamos gritarles para que metieran ganas y fútbol.
Así acabaron los 90 minutos, con el pitazo de la resignación. La imagen fue mejor que el resultado, no me quedan dudas. Esta empresa promete utilidades, pero a largo plazo y con inversión de riesgo. Lo visto esconde, detrás de la alegría truncada por la derrota, la flor de Liz de la esperanza en estos muchachos y su guía.
La primera prueba es historia, la vista queda ahora en Curazao el domingo. Ese examen demanda, junto al borrón y cuenta nueva, horas de estudio salvadoras e intensas. Ya vendrán pues…
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