Por Dr.C. Félix Julio Alfonso López
Con dos títulos magníficos fue conocido Martín Magdaleno Dihigo Llanos en los diamantes del beisbol.
En una modesta tarja colocada en el pueblo de Cruces, donde vivió gran parte de su vida y reposan sus restos, se lee que su virtuosismo le hizo acreedor del sobrenombre de El Inmortal. En la placa del Salón de la Fama de Cooperstown aparece resumida su fenomenal carrera en las Ligas Negras bajo el apelativo de El Maestro.
Ambos calificativos hacen justicia al que está considerado como el mejor pelotero cubano de todos los tiempos, y uno de los más extraordinarios jugadores en cualquier nivel de beisbol del mundo. Como expresión de su enorme calidad, su nombre aparece honrado en los salones de la fama del beisbol de Cuba, Estados Unidos y México.
Dihigo nació en el ingenio Jesús María, en el poblado matancero de Cidra, el 25 de mayo de 1906. Era hijo de un sargento del Ejército Libertador y sus abuelos habían sido esclavos en el central azucarero donde vio la luz.
Su niñez transcurrió en la ciudad de Matanzas, no lejos del Palmar de Junco, catedral primada de la pelota insular, donde inició su andar en la historia del beisbol cubano. A dicho estadio Dihigo le profesaba un especial cariño, e hizo mucho por su cuidado y preservación durante los años republicanos.
En 1933 promovió una colecta para su restauración después de un devastador ciclón, y años más tarde encabezó una solicitud para que el Estado adquiriera la propiedad del terreno y con ello garantizar su dedicación exclusiva al juego de pelota.
Hizo su debut en la pelota profesional muy joven, con apenas 17 años de edad, de la mano de Miguel Ángel González, en enero de 1923. Al principio no bateaba mucho y era discreto en la defensa, pero ya en la temporada de 1924-1925 promedió sobre .300 y tuvo una destacada faena como lanzador.
A partir de ese momento comenzó a tejer una prodigiosa carrera en los diamantes de Cuba, las Ligas Negras de Estados Unidos y los países de la cuenca caribeña, a decir Panamá, México, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela.
Su cenit pudiera ubicarse en la temporada profesional cubana de 1935–1936, en la cual actuó como mánager y jugador de los míticos Leopardos de Santa Clara y se consagró campeón del torneo, amén de conquistar los títulos de bateo (.358) y pitcheo (11 triunfos y 2 derrotas).
En México, donde fue admirado hasta el delirio, Dihigo protagonizó la mayor hazaña conocida hasta ese momento en el país azteca, cuando el 16 de septiembre de 1937 propinó el primer no hit no run en la historia de la Liga Mexicana, lanzando por el equipo Águilas de Veracruz frente a Nogales.
En 1938, nuevamente con Veracruz, conquistó el campeonato de los bateadores con .387, fue líder en pitcheo con 18-2, tuvo un porcentaje de carreras limpias permitidas de 0.90 y propinó 184 ponches.
- Consulte además: El Inmortal cumplió sus primeros cien años
En las Ligas Negras sus números no fueron menos impresionantes. Baste decir que en su primera temporada en aquel circuito encabezó los jonrones con 11, lo cual repitió en 1926 y 1927, períodos en que bateó para astronómicos promedios de .421 y .370, respectivamente. Participó en varios juegos de las estrellas entre peloteros negros estadounidenses, y fue compañero en los diamantes de leyendas como Satchel Paige, Joshua Gibson y Cool Papa Bell.
Además del gigante que fue como pelotero, Dihigo era un hombre que reunía múltiples talentos. Miembro desde muy joven de la fraternidad abacuá, ocupaba el cargo jerárquico de isué eribó (el que representa al sacerdote) en la potencia ñáñiga Oddán Efí de Matanzas. Fue también un destacado hermano masón, y gracias a él se introdujo la masonería juvenil (el “ajefismo”) en México.
Simpatizante de las ideas progresistas, tuvo entre sus amigos al destacado orador comunista Salvador García Agüero, para quien recaudó votos entre los obreros portuarios de Matanzas en su candidatura a la Asamblea Constituyente de 1940; y al poeta Nicolás Guillén, quien le dedicó una memorable elegía en su fallecimiento.
Gustaba de la música, en particular de la vieja trova cubana, y era asiduo a las peñas de Valentín González “Sirique”, cuyo padre había sido también un gran pelotero en el siglo XIX.
Según el testimonio de su hijo Martincito, disfrutaba mucho la lectura de revistas, periódicos y libros de historia, en particular las Crónicas de la guerra de José Miró Argenter, que solía repasar en las tardes, sentado en un banco del parque de Cruces, donde existe hoy un modesto monumento.
Aunque era un hombre serio y muy respetado, en la intimidad del hogar le gustaba bromear con su esposa África y fue un padre ejemplar.
Tras el triunfo de la Revolución, a la que ayudó durante su estancia en México, donde protegió a un grupo de combatientes que debía venir en la expedición del yate Granma, Dihigo regresó a Cuba y prodigó sus conocimientos con humildad, enseñando a jugar beisbol en las categorías infantiles.
Del mismo modo se desempeñó como periodista deportivo en el diario Hoy y como comentarista de beisbol para la radio. También brindó su apoyo a la organización de la Liga Azucarera. Lanzó la primera bola en la inauguración del nuevo estadio de Santa Clara, en 1966, y pasó su vejez en el poblado de Cruces, rodeado de familiares y amigos, en una "pobreza irradiante".
El 20 de mayo de 1971, escasos días antes de cumplir 65 años, falleció el considerado como más excelso de todos los peloteros nacidos en la mayor Isla de las Antillas
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