Se le puede tildar, con toda razón, de burdo, temperamental, áspero, hiriente, agresivo, empecinado, y no se sabe cuántas cosas más.
¿Pero acaso en la “cultura masiva” norteamericana no pocas veces resultan héroes aquellos hoscos personajes que cargan con tales atributos? Y Donald Trump lo sabe.
Si forajidos del Viejo Oeste, magnates despiadados, gansters, militares violentos, y personajes tramposos, intransigentes e individualistas resultan no pocas veces “modelos a seguir” en una sociedad “que todo lo permite”, se dirá el candidato republicano, por qué no tendría él igual oportunidad de transformarse en un adalid rebelde e incomprendido por estamentos políticos anquilosados y cínicos.
Y resulta que justo es esa, evidentemente, la reacción del controvertido aspirante a la Casa Blanca al plantar litigio a la cúpula del Partido Republicano, que ha decidido reducirle apoyo ante su cada vez más desgastada y ríspida imagen y su cadena de explosivas y arrogantes declaraciones públicas sobre género, migración y preferencias confesionales.
La gota que derramó el recipiente se dice que fueron las groseras referencias del candidato sobre las mujeres y su trato hacia ellas, grabadas años atrás, y que han salido a la luz en medio de los debates televisivos con la demócrata Hillary Clínton. Estos espacios, por demás, se han reducido a sesiones de insultos, imprecaciones y cortinas de humo destinadas a “cuidar” imágenes y no precisamente a brindar interpretaciones e ideas sobre la realidad nacional y la forma de mejorarla.
A raíz del incidente, el propio presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan, precisó que no habrá más apoyo a Trump, e influyentes personajes conservadores como el senador John McCain reforzaron su antipatía al aspirante.
No obstante, el magnate inmobiliario optó por el papel de “duro”, y en su afán de proyectarse como “el héroe solitario” ironizó en torno a que ahora seguirá su camino “con las manos libres” y ajeno a los “desleales” que le han dado la espalda.
Evidentemente, esa posición pretende capitalizar también el alto nivel de descreimiento público con relación a los tradicionales horcones políticos locales.
Y si bien esta agria y dislocada disputa marca ya un insano hito en la política norteamericana y en el devenir del Partido Republicano, al punto de que los observadores han disminuido sensiblemente los pronósticos positivos sobre las oportunidades de triunfo de esa agrupación en el cercano noviembre, para otros es posible que un Trump “temerario e indignado” atraiga el interés de muchos indecisos que, sin embargo, comulgan con esas imágenes de “gentes astutas y tozudas” que más de una vez se han elevado a la escala de triunfadores en la historia de los Estados Unidos.
Los jerarcas demócratas, mientras tanto, parecen inclinados a acrecentar sus lazos en torno a la Clinton, y hasta el ex vicepresidente Al Gore rompió lo que algunos denominan “su cuasi retiro político” para hacer campaña por la aspirante.
Y como todo transcurre en un escenario de traspiés y oportunismo, funcionarios demócratas ya hablan de que es evidente que Donald Trump no llegó a candidato solo por su “esfuerzo”, en abierta referencia a que los líderes republicanos tienen su cuota de responsabilidad en la designación.
Trump fue legitimado por su partido, declaró con énfasis Jennifer Palmieri, la portavoz de Hillary Clinton, para afincarse entonces en la clave de su afirmación al subrayar que personalmente “tiene la esperanza de que los votantes les pasen factura a los republicanos en las elecciones para el Congreso”, donde son mayoría desde hace un buen número de años.
Al final se confirma lo consabido: la histórica doblez de una sinuosa puja política entre las dos cabezas de un mismo y torcido cuerpo.
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