Deliberadamente, en la busca de prebendas, o porque admite de buena gana las “presiones” del lobby prosionista del Congreso y del propio Tel Aviv, el gobierno de Joe Biden sigue dando de largas a su anunciada reincorporación al protocolo internacional sobre el uso pacífico del átomo por Irán, el denominado Plan Integral de Acción Conjunta.
Como se recuerda, el tratado fue suscrito en 20l5, luego de prolongadas negociaciones, por Teherán, los Estados Unidos, China, Rusia y varias naciones de la Unión Europea, y puso fin a las duras controversias en torno al programa iraní para el desarrollo de la energía nuclear.
Tres años más tarde, bajo la administración del ríspido y egocéntrico Donald Trump, la Casa Blanca se retiró unilateralmente del entendimiento, sin dudas a expensas del sionismo, y con la idea de destruir el convenio o conformar otro nuevo texto a tono con los caprichos gringo-israelíes, a la vez que decretó por cuenta propia un injustificado paquete de sanciones contra Irán.
No olvidar que Trump vivió una verdadera luna de miel con Tel Aviv, e incluso es el impulsor del titulado Plan del Siglo destinado a privilegiar todo desmadre sionista y sepultar definitivamente en el ostracismo a la violentada población palestina.
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Ahora Joe Biden, que hizo de la vuelta al Plan Integral de Acción Conjunta uno de sus pilares electorales, y no menos comprometido con las autoridades israelíes, pretende condicionar el retorno gringo a modificaciones del documento original inaceptables para quienes han cumplido al píe de la letra lo estipulado, al tiempo que mantiene el acelerador a fondo en materia de cerco a Teherán.
De ahí que por estos días el Parlamento persa haya reiterado con toda lógica, objetividad y razón, que “el regreso de EE.UU. al acuerdo nuclear implica, indefectiblemente, “la eliminación verdadera de todas las sanciones y una verificación exacta” sobre el particular.
Para el legislativo iraní no hay cabida a modificaciones, añadidos, variantes ni demandas, mucho menos cuando quien las pretende decidió hace rato alejarse por sí mismo de sus compromisos legales y éticos.
Los parlamentarios advirtieron además de los devaneos de ciertas naciones de Europa firmantes del acuerdo que parecerían inclinadas a ceder ante los planteamientos gringos, y aseguraron que no habrá arreglo hasta que el ciento por ciento de las medidas punitivas contra Teherán queden sin efecto.
Solo entonces, dijeron, Irán cesará las legítimas medidas compensatorias puestas en marcha en materia nuclear por la nación persa como respuesta a la parálisis del Plan integral, y que están previstas en su contenido.
Mientras, noticias filtradas desde la Casa Blanca se hicieron eco de una reunión a fines de este marzo entre el presidente demócrata en funciones, varios de sus funcionarios, y Yossi Cohen, el jefe de la inteligencia sionista (el Mossad), en la cual el mandatario le participó al interlocutor israelí que los Estados Unidos “no está cerca de volver al acuerdo nuclear con Irán”.
Las fuentes aducen que Cohen viajó con instrucciones del primer ministro Benjamín Netanyahu de manifestarle a la Casa Blanca la inconformidad sionista con una normalización de la política norteamericana hacia Irán y el regreso gringo al Pacto nuclear.
Algo que, a juzgar por el comportamiento cómplice de la Casa Blanca en el actual genocidio contra los palestinos en Al Quds y la Franja de Gaza, no debe ser ya un motivo de gran preocupación para el retorcido jefe del Estado hebreo.
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