“Esto es una locura, hay elecciones en España y vienen a hacer campaña aquí, en Venezuela”, comentó recientemente el diputado chavista Diosdado Cabello, pero no fue el único. No hay que estar bajo la lupa de la injerencia para darse cuenta de la burda estratagema política que Albert Rivera, el presidente del partido neoconservador Ciudadanos, llevó a cabo para aumentar su visibilidad de cara a los comicios generales (toma 2) de España, fijados ahora para el próximo 26 de junio.
Cabello, antiguo titular de la misma Asamblea Nacional venezolana —cuando en esta Cámara eran mayoría los diputados de la Revolución Bolivariana— que invitó al joven político español a meter su nariz pinochesca en los asuntos locales, se había declarado al principio opuesto a aceptar la entrada de tal personaje al país, pero a la postre quedó satisfecho con el saldo: “él vino a hacer el ridículo y obtuvo buena calificación”, afirmó el parlamentario caraqueño.
Aunque muchos analistas consideran que las presiones más fuertes contra Caracas llegan desde los círculos de poder de Estados Unidos, ese Norte “revuelto y brutal” hoy agobiado con sus propias elecciones, también es obvio que, en su coyuntura particular, la derecha española intenta sacar rédito de la campaña de cerco que sufre Venezuela. Tomando un avión, Albert Rivera simplemente fue más lejos que los otros tres grandes aspirantes a La Moncloa.
Antes del ya célebre viaje de Rivera, Pablo Iglesias, el líder del izquierdista partido Podemos, fue tajante en su denuncia: “Da la impresión de que Ciudadanos se va a gastar un poquito más de dinero en su spot de campaña, que lo va a rodar en Caracas y que no va a hablar ni de España ni de los españoles”. Y la campaña, escrito sea de paso, no comienza oficialmente hasta el 10 de junio.
Iglesias ha llamado a no convertir el agudo conflicto venezolano en un asunto de política interna española, pero es obvio que, como a otros, al joven líder de Ciudadanos no le interesa desaprovechar ese flanco de ataque contra la izquierda venezolana y contra Unidos Podemos, la confluencia de las formaciones políticas Podemos e Izquierda Unida que busca un gobierno de cambio y que —detrás del Partido Popular (PP)— parece plantarse en el actual escenario como segunda fuerza política de cara a las urnas.
Para algunos analistas, Rivera pescaba en río revuelto si podía entrar en Caracas a hacer lo suyo, como ya vimos, pero llenaría más sus alforjas si le impedían el paso y le propiciaban multiplicar la algazara mediática que armó. Es por eso que Diosdado Cabello confesó haberse hecho una pregunta —¿qué hubiese hecho al respecto Hugo Chávez?— y dado a sí mismo la respuesta: lo hubiera dejado pasar para que su fracaso se hiciera notorio.
Pues bien, Rivera entró, vio y perdió. En 48 horas en Caracas no apeló a ningún tono diplomático —la intromisión no conoce de eso— para exigir, a la vera de grandes cuadros del patriota anticolonialista Francisco Miranda, la celebración de un referendo revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro y la liberación de “presos políticos”que, por cierto, en pasadas revueltas causaron la muerte de 43 venezolanos y heridas a más de 800.
Rivera afirmó que Maduro no quiere diálogo, sin detenerse en un detalle válido para España y aún para sí mismo —que no acepta pláticas con Iglesias—: todo diálogo depende de la calidad y las intenciones de los interlocutores.
El jefe de Ciudadanos aguijoneó a Podemos por no apoyar los presuntos esfuerzos de las derechas nativa y foránea en pos de una “democracia”venezolana, sin embargo, hasta las redes sociales en internet, esos espacios plurales y espontáneos que no pueden ser acusados de padecer el control de Nicolás Maduro, fustigaron con dureza la desfachatez de su periplo por la patria de Bolívar.
Múltiples memes se burlaron de la infeliz incursión del juvenil aspirante a la presidencia española y, debajo de ellos, los comentarios en los foros fueron más que elocuentes, pero hay más: aun en vivo, mientras daba uno de sus discursos en la Asamblea Venezolana, Rivera tuvo que soportar que un grupo de españoles residentes en Caracas se manifestaran en su contra.
Claro que Rivera buscaba en Caracas votos muy españoles y por ahí pasó la constante descalificación de Podemos. No es casual que, a raíz de la visita, sus anfitriones de la Asamblea Nacional venezolana —dividida en esto, porque el chavismo desenmascaró al visitante— “invitaran”a Podemos a aclararles si había sido financiado con fondos del Gobierno de Venezuela.
Si hay un pago evidente aquí, y sí que lo hay, es el “cheque” político extendido a Rivera por su espaldarazo a una oposición que, como nunca ha podido articular un discurso político respetable, ha apelado a cosechar alegremente los amargos frutos de un desabastecimiento provocado que cualquier actor social responsable se apresura en condenar.
En el centro de ese cheque político puede ubicarse una expresión de Henry Ramos Allup, el presidente de la Asamblea Nacional venezolana, quien declaró sin ningún pudor: “A Albert le he dicho en privado que tienen que estar todos muy pendientes, que no se les complique la vida como en un momento determinado se nos complicó la situación en Venezuela. Están advertidos”. Si el “puyazo”no era hacia Podemos…
En este banquete preelectoral otros actores quieren picar. Mariano Rajoy, presidente en funciones y líder del Partido Popular (PP), ha recibido a familiares de opositores venezolanos y les ha otorgado la ciudadanía española a varias figuras de ese entorno.
La verdad sea dicha: Venezuela “vende”en la política española. Desde hace tiempo, casi todos los diarios nacionales incluyen en portada a Nicolás Maduro, a tal punto, que el presidente venezolano afirmó que, si se presentara a las urnas en España, “ganaría fijo”.
Hay mucha fijación con Caracas, pero nadie dice que, según Amnistía Internacional —ONG nada afecta a la Revolución Bolivariana—, las violaciones de los derechos humanos que pudiera haber en Venezuela son similares a las producidas en España. Hay, a todas luces, un pacto tácito entre las derechas españolas por atacar a Unidos Podemos y emplear para ello la manipulación del acontecer venezolano, pero sin entrar en mucho detalle peninsular.
Nadie dice que el Leopoldo López que la oposición venezolana utiliza como un héroe es, además de criminal común, un viejo amigo de Estados Unidos y de la CIA —como denunció Wikileaks— y la figura que Occidente escogió para encabezar en Caracas el timonazo a la derecha que ya hunde Brasil y escora a la Argentina.
Por supuesto, difícilmente Albert Rivera sepa responder qué haría él si mañana, en el Congreso de los Diputados de España, se aparece un diputado chavista decidido “a ayudar” con la exposición de un manual de buen comportamiento, un programa selectivo de excarcelaciones y la exigencia la revocación de Mariano Rajoy.
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