Por unas cuatro horas finalmente Vladímir Putin y Joe Biden toparon puntos de vista este 16 de junio en Ginebra.
Y ya no valen las conjeturas sobre lo que podía o no acontecer. Lo hecho y dicho está sobre la mesa.
Al parecer, y según ambos estadistas en conferencias de prensa por separado (la Oficina Oval declinó una presentación pública conjunta al parecer para evitar algún dislate de su jefe), el diálogo tuvo signos constructivos, se reconocen profundas diferencias mutuas, se habló con claridad por cada parte, y se tomaron algunos acuerdos encaminados a restar limaduras en los vínculos bilaterales.
La agenda, por tanto, fue amplia y al parecer no dejó resquicios por tocar, desde las responsabilidades mutuas en materia de poderío nuclear, una posible colaboración en el controvertido campo de la seguridad cibernética, y vuelta de los embajadores de ambas naciones a sus respectivas sedes, hasta la tirantez en torno al tema de Ucrania y el Donbás, o la exploración del Artico, entre otros asuntos.
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Para Putin, se trató de un intercambio fructífero, aunque añadió que personalmente “no le motivó nuevas ilusiones.” “Tampoco es que haya tenido viejas ilusiones, aclaró. No hay ningunas ilusiones y no las puede haber".
Por su parte Biden alabó el hecho de haber podido reunirse directamente con su par ruso, y precisó que no existieron estridencias en el diálogo.
“Donde no estuvimos de acuerdo cada quién lo expresó, y pudimos precisar el interés de ambos de trabajar en beneficio de nuestras naciones y del resto del mundo.”
Y visto así, no parece tiempo perdido lo ocurrido en Ginebra, solo que para que la realidad resulte del todo límpida, es evidente todavía una gran transformación política.
Uno los grandes obstáculos, y con más razón en estos cambiantes tiempos, precisan analistas, es que históricamente los Estados Unidos nunca ha sustituido en sus relaciones globales o íntimas las opciones de imperar y avasallar por las de compartir y respetar, y ese sigue siendo el sustrato vigente en Washington.
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Ni siquiera es lícito hablar a estas alturas del publicitado “pragmatismo norteamericano” entendido como capacidad de adaptación al momento y al lugar, porque en puridad la esencia de la política externa gringa no pasa del más mecánico y acérrimo absolutismo.
De alguna manera Putin lo hacía notar luego de su diálogo con Biden al recordar que hasta el Congreso norteamericano ha llegado a aprobar un decreto donde textualmente se declara a Rusia como “rival y enemiga”, lo que explica en algún modo la lista de sanciones vigentes contra Moscú y el empeño por acercar militares y pertrechos a las fronteras del coloso euroasiático, violando el propio compromiso gringo de no empujar a la OTAN hacia el Este.
Por otro lado, para muchos resulta contraproducente que Washington haya llegado a Ginebra cargando un bulto de presiones y provocaciones contra su interlocutor, como un pretendido “perdona vidas” en busca de lamentos, temblores y concesiones ajenas, lo que presupone un desborde mayúsculo de prepotencia y una falta total de conocimiento de su pretendido opositor.
No obstante, lo que resta por ahora es observar y esperar que sucederá “en la concreta” a partir de la ya concluida reunión Putin-Biden, aunque es de notar que, mientras los estadistas hablaban, una flotilla de cuarenta navíos de la OTAN se empeñaba en maniobras bélicas en el Mar Báltico, vigilada desde la altura por dos superbombarderos estratégicos rusos Tu-160 escoltados por cazas Su-35S y Su-27 de las Fuerzas Aeroespaciales Rusas, como advertencia de que no hay ni habrá impunidad en la inmediatez de las divisorias del gigante euroasiático.
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