Chile siente aún las réplicas del terremoto político resultante de las megaelecciones del pasado fin de semana, las que garantizan, entre otras referencias, que sean progresistas e izquierdistas los encargados de redactar una nueva Constitución Nacional, a pesar de las maniobras de la allí poderosa derecha, que también perdieron otros importantes cargos en juego.
No hay marcha atrás. El presidente Sebastián Piñera vio tambalearse las estructuras de una nación anárquica —la primera que instauró el neoliberalismo salvaje en la región latinoamericana— en tanto se presenta un nuevo escenario luego de que el Partido Comunista y el Frente Amplio resultaran victoriosos en los comicios celebrados a pesar del castigo de la COVID-19.
Los pasados sábado y domingo tuvieron lugar en la tierra de Pablo Neruda y Salvador Allende, dos de sus hijos contemporáneos más ilustres, cuatro elecciones a la vez para escoger, y este fue el punto más descollante de la agenda, a las 155 personas integrantes de la Convención Constituyente, futuros escritores de la nueva Carta Magna.
Las esperanzas de los chilenos, amén del cambio que puede ocurrir en las presidenciales de noviembre próximo, están puestas en esa Ley de Leyes que reclamaron en las calles desde octubre de 2019, y luego bajo la pandemia. Como novedad, no hubo convocatorias formales para las protestas, de las que permanecieron alejados los tradicionales partidos (salvo el comunista) de ese país, que mira más a Europa que a sus vecinos de América Latina.
A pesar del temor al letal coronavirus, los votantes acudieron a las urnas y dejaron abierto un nuevo capítulo en la política nacional al echar abajo la Constitución vigente de 1980, redactada durante la dictadura del general traidor Augusto Pinochet, la cual favorece los grandes capitales, ignora a las clases menos favorecidas e insta a la violencia a los cuerpos represivos.
Las megaelecciones corroboraron lo que Piñera y sus acólitos no querían aceptar: el pueblo chileno, y en especial las generaciones más jóvenes, con el único compromiso de transformar para bien el rico país del cobre, salieron del letargo y el terror con el que Pinochet marcó a sus padres y abuelos.
La victoria de la izquierda para la nueva ley de leyes era prevista, pero no con tan altas cifras.
La derecha unificada bajo el nombre de “Chile vamos”, quedó lejos, con 38 constituyentes de los 52 necesarios para alcanzar el tercio requerido para bloquear medidas que modifiquen las bases que estructuraron la sociedad chilena bajo la dictadura pinochetista y continuó en los 30 años posteriores.
La actual configuración, con mitad de mujeres y hombres, es la siguiente: Independientes, 48 escaños; Chile vamos (derecha), 37 escaños; Apruebo Dignidad (Frente Amplio-Partido Comunista de Chile), 28 escaños; Lista del Apruebo (ex Concertación, 25; más 17 escaños ocupados por los pueblos originarios, que participan por primera vez en comicios nacionales.
La otrora poderosa Democracia Cristiana, apenas contará con tres delegados.
Esta victoria es resultante de las luchas iniciadas en las calles chilenas el 18 de octubre de 2019 por un grupo de estudiantes secundarios cuando saltaron por encima de los molinetes en el metro de Santiago, la capital, ante un nuevo aumento del pasaje.
A aquellos jovencitos se unieron millares de personas en las principales ciudades de la nación andina. Organizaciones sindicales, estudiantiles, profesores, feministas. En barrios de clase media y alta, como Ñuñoa o La Reina tampoco dieron tregua al gobierno de Piñera. Un conglomerado de agrupaciones con consignas precisas: “Que la dignidad se haga costumbre” y “el neoliberalismo nació en Chile y morirá en Chile”.
Ante los pacíficos manifestantes que solo tenían, si acaso, piedras para defenderse de los modernos equipos militares del cuerpo de Carabineros, famoso por sus prácticas represivas tanto en la dictadura como ahora.
Desde esa fecha, la situación política se tornó muy compleja para el presidente millonario y su sistema gubernamental. No bastaron los muertos, heridos y detenidos, las torturas y violaciones sexuales en las cárceles.
A pesar de los violentos desmanes, que dejaron ciegos o tuertos a decenas de jóvenes, pues Gendarmería disparaba a los ojos de los concentrados, existía una decisión colectiva de transformar el sistema político que, después de dos referendos ganados por una mayoría progresista, empieza ahora a concertarse.
Con los 16 gobernadores regionales, antiguos intendentes, también hubo sorpresas. El Frente Amplio ganó la gobernación de Valparaíso en primera vuelta, y otras fuerzas opositoras hicieron lo propio en el extremo sur: Aysén y Magallanes. En las otras 13 regiones habrá balotaje y las estimaciones previas señalan que será muy poco probable que la derecha se alce con más de dos regiones.
En la de Santiago se librará una gran batalla entre el democristiano Claudio Orrego, hijo de un dirigente histórico de esa fuerza (y encarnizado opositor al gobierno de Salvador Allende, estrechamente vinculado a la embajada de Estados Unidos como lo demostraron documentos desclasificados de la CIA) y Karina Oliva, del Partido Comunes, una nueva agrupación popular apoyada por otras fuerzas de izquierda.
Oliva se encuentra en las antípodas de Orrego, miembro de una familia de la casta política tradicional de Chile, y se autodefine como “madre soltera de Emilia, feminista y mujer popular, politóloga, frenteamplista y militante del Partido Comunes”.
Hubo sorpresas también en las alcaldías. La derrota de la derecha se verificó más allá de los resultados de la Convención Constitucional.
La de Santiago de Chile, considerada un bastión tradicional (y estratégico), consagró para el cargo a Irací Hassler, una joven comunista que derrotó a Felipe Alessandri, quien buscaba su reelección y usaba como bandera a su abuelo el expresidente conservador Jorge Alessandri. Igual hizo Javiera Reyes, economista como Irací, ganadora de la alcaldía de El espejo.
También arrolló Daniel Jadue, alcalde comunista del barrio de Recoleta, en el norte de Santiago, que se impuso en la reelección con un 65 % de los votos y se considera uno de los precandidatos mejor posicionados para las presidenciales de fines de año.
En Valparaíso, otra posición muy codiciada, fue reelecto Jorge Sharp, de Revolución Democrática/Frente Amplio.
Las fuerzas de izquierda también conquistaron las comunas de Ñuñoa, Maipú y Valdivia, en la región de Los Lagos, en donde salió electa una ex dirigente estudiantil e integrante de Revolución Democrática, Carla Amtmann.
Tienen por delante los constituyentes un camino arduo, en el que no faltarán las maniobras derechistas para desvirtuar el documento, que, según algunos medios políticos, pueden declarar a Chile como un país pluricultural y menos dependiente del gobierno central.
En Chile comenzaron los trámites para el inicio del trabajo de la Convención. A partir del pasado martes, el Tribunal Calificador de Elecciones (Tricel) cuenta con 30 días para evaluar la elección y a los constituyentes electos que serán comunicados al mandatario y al Congreso Nacional.
A partir de ese momento, Piñera —a quien no le quedó otra que aceptar el resultado comicial— convocará a la instalación de la Convención, cuya sede será el antiguo Parlamento, en la capital santiaguina.
Se estima que este proceso comenzará, a más tardar, en la primera quincena de julio próximo y dará paso a la redacción de la nueva Constitución.
La Convención dispone de nueve meses, más otros tres de gracia si es necesario, para presentar el texto definitivo que deberá aprobarse en fecha por definir el próximo año, con voto obligatorio de la población.
Estas elecciones han dejado como una gran lección política para el pueblo chileno que solo la unidad —una palabra casi desconocida para la mayoría de los partidos izquierdistas— presente en las organizaciones políticas, estudiantiles, sociales, sindicales y otras, les permitirá obtener la victoria final, que es el entierro definitivo del neoliberalismo.
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