Para quienes holgadamente pasamos de las seis décadas de edad, nos parece estar de vuelta a los días más revueltos de la presuntamente desaparecida Guerra Fría.
Entonces la demonización de la URSS y del campo socialista europeo mantuvo al mundo sobre la cerca del holocausto atómico por largos y escabrosos decenios hasta el cacareado “triunfo” del capitalismo sobre aquel conglomerado, y la irracional proclama del “fin de la historia” o, en otras palabras “después de nosotros nadie ni nada”.
Chusca borrasca mediática de un poderío y un sistema que poco más de veinte años después empiezan a comprobar que la historia no admite frenos, y que pésele a quien le pese, la sumatoria de nuevos y resurgidos poderes internacionales ha hecho mutar sin vuelta atrás el rostro unilateral de los días del descalabro de la “cortina de hierro”.
Y como para Washington el tiempo no puede asumir cambios, a esta hora, y tóquele a quien le toque el turno en la Casa Blanca, vuelven a agitarse los fantasmas del “totalitarismo y la sevicia oriental” para que los magnates de la guerra incrementen sus mesadas, el mundo olvide los muchos terribles pecados, viejos y nuevos, de los “santos vencedores”, y las presiones y los riesgos confundan o entretengan según el rango de los espectadores.
Así, se tocan hoy deliberadamente cuerdas tan sensibles como las del caso ucraniano, intentando reavivar con la connivencia de Kiev (cuyo gobierno se había comprometido con soluciones equilibradas en sus días electorales) las brasas de los todavía recientes entuertos que desembocaron en cambios de poderes, la proclamación de repúblicas separatistas en el este de Ucrania, y el retorno de Crimea a los fueros rusos por decisión de los ciudadanos de esa región.
¿El pretexto? La vieja historia del “expansionismo violento y sádico” del gigante euroasiático a quien, junto a China, juzga Washington como sus más formidables rivales.
En concreto, se está buscando la justificación para colocar tropas gringas y del resto de la OTAN en el mismísimo borde la frontera occidental de Rusia y con el propósito de materializar la entrada apresurada de Kiev en la alianza atlántica, y para ello se califica de “agresión inadmisible” el lógico despliegue ruso de seguridad ante una posible línea de fuego, algo que también ejecutaría los Estados Unidos si Moscú o Beijing colocaran contingentes bélicos en la frontera norte de México, o en el límite sur de Canadá. ¿O es que acaso es un “crimen monstruoso” el derecho a la defensa según quien lo ejerza?
Para los analistas, no obstante, el asunto tiene más de una arista. Es evidente que los revanchistas gringos han hecho sus cálculos. Tensar y desestabilizar la frontera occidental rusa crea, sin dudas, preocupaciones y ocupaciones adicionales al Kremlin, junto al hecho de que admitir a Kiev a la carrera en la OTAN bajo sus temores de presunta víctima, favorece la tan acariciada marcha “bien al Este” del ríspido aparato militar occidental.
Por demás, con una Ucrania otanista o con tropas extranjeras en su espacio nacional en calidad de socios, recibiría tal vez un golpe definitivo el ya complicado paso de energéticos rusos a Europa del oeste a través del vecino país, y también, a consecuencia de los enfrentamientos, disputas e incomodos con Occidente, lograría finalmente USA sabotear la conclusión, ya en muy avanzada etapa, del gasoducto Stream Dos entre Rusia y Alemania.
Se trata esto último de una preciada meta oficial de la Casa Blanca, que califica la obra como un “instrumento de dependencia energética” de Europa Occidental con respecto a Moscú, cuando el real interés gringo es sustituir los suministros rusos con energéticos traídos en barco al Viejo Continente desde los Estados Unidos a precios mucho más elevados que los ofertados por el Kremlin, en lo que algunos definen como “un verdadero negocio redondo en favor de sus apetencias hegemonistas”.
Ello sin obviar por un momento que, en medio de semejante locura, el más leve patinazo y la más minúscula irresponsabilidad a escala fronteriza o destinada a crear situaciones inadmisibles en términos humanitarios en las repúblicas autónomas del Donbás (hoy virtualmente cercadas por tropas de Kíev), podrían desencadenar un conflicto de ligas mayores y de consecuencias imprevisibles… y, por supuesto, otra vez bien lejos geográficamente del incitador mayor.
De manera que en medio de todas las tragedias y secuelas derivadas desde hace más un año para la humanidad a partir de la incontrolada pandemia de la COVID-19, nos ofertan Washington y sus aliados otro escenario de riesgos sin medida, probatorio de su total carencia de sentido común, objetividad y respeto por los demás, y montado sobre creencias torcidas y acatamientos irracionales.
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