A estas alturas deberían ser cuando menos incómodos para muchos europeos los continuos dislates en su “santa sociedad” con los Estados Unidos de América.
Naciones desarrolladas, antaño verdaderos imperios, aparecen hoy como absolutos segundones del primer rapaz y aprovechado global de las diferencias y guerras persistentes en el Viejo Continente, al que evidentemente no considera un igual, sino un desechable instrumento nato y neto de sus caprichos hegemonistas.
Sacrificable punta de lanza en su enfrentamiento con la URSS en los días de la Guerra Fría, y manojo de países a los que se les engatusa, engaña, desprecia o humilla según el caso o el jefe de turno en la Casa Blanca, la Europa comunitaria y otanista no le es tampoco totalmente confiable a USA, ni siquiera desde su miopía política y su moderación extrema frente al “dueño del negocio”.
De manera que cuando en fecha tan temprana como en 2013, ocho años atrás, Eduard Snowden, exanalista de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, reveló que Washington espiaba a líderes europeos como la canciller alamana, Angela Merkel, las reacciones de los aludidos no pasaran de tibias declaraciones, y el informante deviniese en perseguido global que finalmente encontró refugio en Rusia.
Pero dicen que toda verdad siempre es revelada, y hace apenas horas estalló nuevamente otra bomba, cuando medios informativos daneses y germanos hicieron referencia a la titulada “Operación Dunhammer”, que permitió al espionaje estadounidense, con la ayuda de los servicios secretos de Copenhague, obtener datos sensibles de dirigentes políticos del Viejo Continente mediante el “pinchado” de su tráfico particular por Internet y el acceso a sus teléfonos personales.
Según las fuentes, estas “sesiones” ocurrieron entre 2012 y 2014, lo que no solo confirma la revelaciones de Snowden, sino además comprometen al gobierno norteamericano de la época, el de Barack Obama, y a su vice, el hoy presidente Joe Biden, según las más inmediatas declaraciones sobre el caso del propio ex agente refugiado en Moscú.
En pocas palabras, la inteligencia gringa y la danesa conjugadas en el empeño de conocer pelos y señales de la vida y obra de “líderes amigos”.
Otra vez Angela Merkel fue citada como una de las “espiadas preferentes”, quizás a partir de la nada disimulada ojeriza oficial norteamericana con respecto a la “influencia” alemana en Europa. Por demás, a la lista se suman también otros políticos germanos y altas figuras gubernamentales de Francia, Suecia y Noruega.
De hecho, en conferencia de prensa vía virtual compartida con la Merkel, el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que “lo ocurrido no es admisible entre aliados, y mucho menos entre aliados y socios europeos”.
“No hay espacio para las sospechas entre nosotros. Es por eso por lo que estamos esperando una clarificación de los daneses y estadounidenses” subrayó Macron con el expreso apoyo de la canciller germana.
¿Cómo terminará el entuerto? ¿Alguien aprenderá por fin la lección? Los días y las actitudes oficiales eurooccidentales dirán la última palabra, aunque más allá de los gabinetes y los palacios es de suponer que hayan mucho resquemor y dignidad herida al saberse usados y subvertidos.
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