Recientemente, una nueva cadena de ataques terroristas asesinó a decenas de personas y multiplicó el pánico generalizado en Bagdad y otras ciudades iraquíes.
No es un hecho nuevo, se trata, evidentemente, de que el titulado Estado Islámico, EI, parece centrado ahora en mantener su presencia en la porción menos riesgosa de su imaginado “emirato” extremista, que comprende partes claves de los terrtorios iraquí y sirio.
Lo cierto es que en las últimas semanas, y pese a los compromisos de la Casa Blanca y sus restantes aliados occidentales en la eliminación de lo que suelen calificar públicamente como “enemigo mortal de la civilización”, el EI parece haber tomado la iniciativa en Iraq con una ya larga lista de ataques dinamiteros que han incluido el uso de coches bomba en la propia Bagdad y otras ciudades importantes, así como el afianzamiento de su presencia militar en zonas del norte y el oeste del país.
Pareciera que, desplazados en gran medida de Siria a cuenta de las exitosas acciones bélicas del ejército de Damasco y la aviación rusa, los hijastros de los intereses hegemonistas que pretenden enseñorearse en Asia Central y Oriente Medio, hubiesen preferido cargar la mano contra Iraq, donde ciertos pretendidos “enemigos jurados internacionales” aparentan ser menos efectivos que las tropas de Bashar el Asad y los aparatos de combate de Moscú.
Porque, valga la disquisición, luego de años de declaradas acciones contra el EI, la pobreza de resultados es lo que caracteriza a la “batalla occidental” contra el terrorismo islámico, afirmación muy válida si se toma en cuenta que, solo en cuestión de semanas, la fuerza aérea y los misiles rusos facilitaron a Damasco la liberación de importantes extensiones del país, incluida la ciudad de Palmira (por años en manos de los extremistas), y redujeron sensiblemente el tráfico hacia Turquía del petóleo robado a Siria por los pretendidos “rebeldes musulmanes”.
De manera que, a partir de todo este contexto, hay “trigo” suficiente para pensar e imaginar cuánto hay detrás de este reverdecimiento terrorista en Iraq.
Un objetivo primero sería que el EI no desapareciera acosado en varios frentes, y que se mantuviera como una fuerza “controlada” y útil a los desestabilizadores globales que le dieron el visto bueno en su momento, y que ahora mismo le remiten armas y entrenamiento para evitar que el ejército nacional sirio reocupe por entero la estratégica ciudad de Alepo, sobre el Mar Mediterráneo y la frontera turca.
Un segundo elemento sería utilizar el territorio iraquí como otro punto de reorganización del EI (no debe olvidarse en ese sentido a Turquía) para futuras operaciones masivas contra suelo sirio, presionando adicionalmente a Rusia a realizar posibles despliegues bélicos en apoyo a su aliado mesoriental.
Con esto último, persistiría el caos esencial para intentar acabar con el gobierno de Bashar el Assad, la meta dorada de Washington, sus restantes aliados otanistas, la derecha árabe y el sionismo, y de paso, se buscaría afectar a Moscú “embarcándolo” en una permanente operación bélica de pretendido “desgaste” que, piensan sus enemigos, socavaría la paciencia de no pocos ciudadanos del gigante euroasiático y supondría un esfuerzo importante en recursos para una nación que, además, enfrenta sanciones unilaterales de occidente. En pocas palabras: un “Afganistán en más reducida escala” si fuese posible.
Y mientras, mucha campaña mediática sobre el compromiso antiterrorista de la Casa Blanca y sus sacrosantros aliados, y algún que otro ataque selectivo al EI para poder poner algo en el libro de incidencias.
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