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jueves, 7 de noviembre de 2024

Si cortamos las alas de la flor…

El calentamiento global, el monocultivo, las semillas transgénicas, las plagas y pesticidas: una seria amenaza para la alimentación humana...

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 27/07/2016
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Poco a poco hemos ido desajustando el semáforo de la naturaleza y ahora no atinamos a ordenar manualmente el tránsito de sus especies. Los estudios revelan que incluso un dúo que parecía eterno en el paisaje —el de las mariposas y las flores— es separado a la fuerza, en tanto el cambio climático rompe el sincronismo que por miles de años han regalado a nuestra especie muy inspiradoras imágenes.

En zonas de Europa occidental los picos de floración y la abundancia de mariposas se distancian una media de 70 días, pero en las épocas de prolongadas sequías la desconexión rebasa ese tiempo. En casos extremos, el desfase llega a los 160 días, y ni unas ni otras tienen armas para sobrevivir a tal alejamiento: no podemos pedirles lo que soportó Penélope.

No se trata solo de salvar la romántica imagen del colorido  revoloteo en el jardín, tan socorrida en poemas de antaño —y casi extinta también de los cuadernos actuales, bajo el denso humo de la insensibilidad—, sino de un asunto de vida o muerte, incluso para la especie humana.

La tragedia radica en que las flores no pueden esperar: se adelantan, empujadas por temperaturas cada vez más cálidas, y la belleza alada llega cada vez más tarde al festín del intercambio que los especialistas llaman polinización: si bien las mariposas hallan en las flores su platillo de néctar, las plantas, que son estáticas, no se reproducirían ni dejarían frutos si tales «naves aéreas» no transportaran a tiempo los granos de polen. Ese es el tráfico que alteramos. ¡Casi nada!

Está establecido que alrededor del 90 por ciento de las plantas requieren agentes externos para reproducirse. Dicho más claramente: necesitan alas.

A tal punto llega el problema, que la mismísima ONU pidió a los 193 gobiernos en ella representados que hagan más por salvar a los polinizadores. Sin ellos, se rompería el ya renqueante equilibrio ecológico, la economía mundial colapsaría, perderíamos importantes nutrientes y sabores y, en tiempos de la alta definición y la omnipotente pupila de los aparatos, dibujaríamos un planeta casi huérfano de colores.

Es que, en una época que a menudo bordea el caos, la polinización exige muchos equilibrios: entre la aparición y duración de la floración, el color, olor y estructura de la flor, y la morfología, capacidad sensorial y dieta del polinizador. Si cae una variable, se viene abajo todo el proceso.

Aunque nuestra actitud pareciera sugerirlo, las flores no son hermosas porque seducen al ojo humano. El amarillo, el naranja, el violeta, el azul y el rojo, tanto como su aroma intenso, se erigen en una suerte de pregoneros, voceadores de periódicos de la naturaleza que reiteran el comercial de un buen néctar y arriendan, para consumirlo, pétalos que semejan cómodos y bien señalizados helipuertos para que desciendan los interesados. El precio será integrarse a la red de distribución de polen que salvará la especie de la planta y pondrá en nuestra mano sus exquisitos frutos.

Las mariposas están ligadas a plantas específicas en todo su tránsito de huevo a oruga, a crisálida o pupa y a adulta. Son fragilísimas. El monocultivo, las semillas transgénicas, las plagas y pesticidas las tienen en jaque no solo a ellas sino también al 40 por ciento de los polinizadores invertebrados y al 16 de los polinizadores vertebrados.

Mientras transcurre la trágica oleada de migrantes humanos —familias enteras a las cuales la guerra y el odio cortaron las alas y nublaron el color—, los registros meteorológicos sostienen que en un futuro cercano el calentamiento en Europa será insoportable para 70 especies de mariposas que se verán obligadas a probar suerte en otro hábitat. ¿Las veremos entonces, cambiando cielos, volar a contracorriente de los refugiados?

Norteamérica no está mejor. En 20 años, desapareció en Estados Unidos el 20 por ciento de la población de mariposas Monarca. La impresionante viajera, que en el siglo XIX llegó a formar una intensa nube negra en el valle del Mississippi, ahora —menguada desde que un herbicida acabara con el algodoncillo que la alimenta— se dibuja apenas como una nube oscura en la conciencia humana.

Mucho se habla de la perfección de la naturaleza, pero cada vez es más imperfecta la postura humana. Si bien es cierto que los ingenieros espaciales y diseñadores no ocultan su admiración por cómo el ala de la mariposa atrapa la energía solar, y ejecutan proyectos para imitarla en nuestro beneficio, es posible que la desidia humana pierda para siempre a las protagonistas del aleteo original.

Tal parece que aún buena parte de la humanidad no se ha enterado de que, por miles de años, ese animalito tan caro para la poesía también puso la comida en nuestra mesa.

Si resultaran ciertas muchas cosas y los ocelos —manchas en forma de ojo que algunas tienen en las alas para ahuyentar depredadores— fueran, como alguna vez se dijo, un instrumento de Dios para vigilarnos, estaríamos, al menos en lo que concierne al cuidado de las mariposas, en serios problemas con el Altísimo.


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.


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