En el país del Big Ben, donde cada minuto vale libras, el voto contra el brexit (abreviatura de british exit, “salida británica”) gana fuerza a solo horas del referendo del 23 de junio, pese a que hace apenas días las tendencias apuntaban con más probabilidad a que la poderosa isla británica se alejaría muchas millas de la Unión Europea (UE), ampliando desde todo punto de vista las distancias en el Canal de la Mancha.
Influyentes factores se sumaron a la campaña para que Reino Unido se quede en la UE: Richard Branson, magnate del imperio Virgin; la poderosa Premier League y la patronal de la industria automotriz británica han hecho saber que están en contra de que la nación deje el bloque. Si ello fuera poco —que no lo es, en absoluto— nada menos que diez premios Nobel de Economía declararon en carta abierta su adhesión a los que quieren la permanencia.
Las casas de apuestas, a menudo más atendidas que las propias encuestas, han “jugado” fuerte por la continuidad, opción que la firma Betfair coloca en un rango del 74,6 % de los votos, casi diez puntos por encima de lo que aventuraban hace unos cuatro días.
Como en política se usa todo, y mucho más en la política de una de las grandes potencias mundiales, hasta la infausta noticia del reciente asesinato de la diputada laborista y europeísta activa Jo Cox —que provocó la suspensión temporal de la campaña del referendo— entró en el discurso de ambas partes.
Mientras el primer ministro, David Cameron, invocó la memoria de Cox, el líder del partido antieuropeo UKIP, Nigel Farage, acusó a Cameron de utilizar el crimen para hacer campaña.
Entre dos fuegos de “miedo” —al desastre económico que sobrevendría si dejan la UE, según los europeístas, y al caos provocado por la inmigración admitida por el bloque, refieren los que quieren romper con la Unión— los ciudadanos británicos deben responder si desean aprovechar las ventajas negociadas por Cameron con la UE a cambio de quedarse o abandonar una entidad regional que, aunque hace aguas, sigue apostando por una gestión integrada en el continente.
Como es lógico, el dilema no deja a nadie indiferente. Donald Tusk, presidente del Consejo de la UE, pidió a los británicos que se queden, en un llamado que roza la desesperación: “Los necesitamos. Sin ustedes, no solo Europa, sino todo Occidente y la comunidad transatlántica serán más débiles”, añadió Tusk antes de afirmar que el abandono británico significaría “el primer paso de un proceso de desintegración”.
Y hay más. El Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco de Inglaterra y hasta el presidente estadounidense Barack Obama han recomendado la permanencia.
Para el viernes, un día después de la consulta, altos funcionarios de la UE discutirán los resultados, mientras la semana entrante se reunirán en una cumbre los líderes de los 28 países miembros.
Si optan por la salida de la UE “perderemos más que un país”, sostuvo recientemente el ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, quien agregó que la UE sería “considerablemente más pobre” sin la historia y tradición británicas.
Mientras, el canciller austriaco, Sebastian Kurz, declaró que el abandono tendría “enormes consecuencias negativas” y su homólogo luxemburgués, Jean Asselborn afirmó que “necesitaríamos a los británicos en todas las crisis que tengamos que resolver” y acotó, de paso, que los británicos no ganarían “ninguna ventaja política, económica o cultural” al margen de la UE.
Marc Ayrault, el canciller francés, hizo el retrato de lo que pasa: “Todos los europeos estamos mirando hacia los británicos”.
En tanto, el ministro de Exteriores británico, Philip Hammond, comentó que el resultado será “muy ajustado”. De todos modos, aun quedando en la Unión, esa paridad puede “ajustar” cuentas tanto al premier David Cameron como a la UE, porque expondría la falta de un claro liderazgo del británico y las fisuras de un bloque que otras naciones pueden verse tentadas de dejar.
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