Cuando se pretenda analizar objetivamente un asunto, es indispensable recorrer su historia y hurgar en su génesis. Nada malo o bueno viene de a porque sí, y mucho menos algo tan alarmante, bestial y desaforado como el auge terrorista en Asia Central y Oriente Medio.
Así, en medio del irresponsable retiro de las tropas norteamericanas y de sus aliados de Afganistán, y de la vuelta del nunca derrotado poder talibán, nos golpean las terribles noticias de los mortales atentados de otra entidad extremista, el Estado Islámico, entre la muchedumbre que se amontona en al aeropuerto de Kabul en busca de protección en el exterior.
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Y luego del más de un centenar de decesos y los muchos heridos provocados por el acto terrorista, salta de nuevo la Casa Blanca para blandir amenazas tronantes contra los pretendidos “yihadistas” y advertir que no vacilará en remitir tropas adicionales a suelo afgano si lo estima conveniente. Una ira que no puede esconder viejos y nuevos malabares injerencistas, ni indecorosas y pancistas alianzas.
Fue en entrevista concedida a la publicación Le Nouvel Observateur en 1998, que el ex asesor presidencial norteamericano de origen polaco Zbigniew Brezezinski, confirmó que el golpe propinado a la URSS al impulsarla a involucrarse en Afganistán en defensa del gobierno popular agredido por grupos armados por Washington y sus asociados, justificó ampliamente el haber apadrinado a terroristas islámicos de la talla de Al Qaeda.
“¿Cuál de los hechos será más significativo en la historia? -insistía Brezezinski- “armar a un par de musulmanes fanáticos o derruir al imperio soviético”.
Una manera sin dudas bien clara de establecer la permanente línea estratégica gringa con respecto a las fuerzas más oscurantistas del Islam, y que a pesar de desencuentros y querellas tácticas con sus apadrinados (recordar los controvertidos atentados del 11 de septiembre atribuidos a los ex íntimos Al Qaeda y Osama Bin Laden) no han mermado los lazos entre los terroristas, Washington, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el Israel sionista, y los regímenes regionales con su carga de inquinas y desavenencias.
Entramado que, dicho sea y subrayado (y no precisamente de paso) permitió la articulación del Estado Islámico y su “resonante” expansión inicial entre Iraq y Siria, justo en medio de la ocupación militar del primero luego de la demolición del gobierno de Sadam Hussein, y la injerencia en la segunda mediante una devastadora guerra impuesta que ya supera un década de existencia, y donde, vale apuntarlo, los agresores se han roto el espinazo ante la resistencia del Ejército Nacional y el legítimo apoyo bélico de Rusia, Irán y el Hizbolá libanés.
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Es indispensable apuntar que ya en 2015 medios de prensa occidentales hacían constar que el Estado Islámico “era considerado” por ciertos “actores internacionales y regionales como un arma potencial” contra sus adversarios, toda vez que debilitaba a las autoridades de Bagdad, hostigaba a grupos enemigos de Israel como el Hizbolá”, y se empeñaba en el desmembramiento de Siria, a tono con las intenciones hegemonistas.
Con toda seguridad es por ello que, pese a la anunciada disposición de Barack Obama en 2014 de lanzar contra el Estado Islámico una coalición militar norteamericana y de sus aliados de Occidente y Oriente Medio, diecisiete años más tarde esa entidad terrorista aún sigua activa, sus heridos y contusionados sean acogidos sin rubor alguno en hospitales de Tel Aviv, sus derrotadas huestes en Siria hayan resultado evacuadas por los Estados Unidos hacia Afganistán, y su aparato asesino mantenga la capacidad de dar rienda suelta a su barbarie, como lo hizo este agosto en el atestado aeropuerto de Kabul.
Y es que esa y no otra es la objetiva resultante de proteger el infierno y apretar amarras con el diablo, actuación muy propia de quienes han hecho de la indecencia política un credo, y de la doblez, la trampa y el cinismo, elementos relevantes de su actos.
Al fin y al cabo, el devenir global de los Estados Unidos es prolijo en “matrimonios malsanos” como parte de su colección de tropelías en beneficio de sus propios, insanos y muy particulares intereses.
Ciertamente- y valga la experiencia para los que le interese- quien hace malabares con antorchas seguro sale chamuscado…y Washington hace rato se quema solito...
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