El resultado de la primera vuelta electoral en Perú, que dejó para el balotaje al socialista Pedro Castillo y la ultraderechista Keiko Fujimori, puede sorprender, sobre todo cuando el escenario estaba marcado por la triple crisis: sanitaria, de corrupción y política. Un escenario que conlleva hoy a la posibilidad del retorno del autoritarismo fascista y la corrupción fujimoristas.
En los últimos 50 años se fue organizando el país, que durante 350 años convivió como república de indios y república de blancos, como una república de cholos, que acceden a ciertos derechos pero no terminan de igualarse con los blancos, que son quienes ejercen el poder y el control del universo simbólico del país.
Los gustos, las modas, lo light, lo decente o políticamente correcto lo decide esta clase. Por supuesto en función de los cánones occidentales, de matriz eurocéntrica, señala Vicente Otta en La Otra Mirada.
La izquierda peruana, que teóricamente es la llamada a dinamizar la subversión del dominio cultural eurocéntrico, que descalifica y hace escarnio de la milenaria historia y sus extraordinarias conquistas, en no pocas oportunidades comparte la mirada eurocéntrica y prejuiciosa contra nuestros pueblos y sus costumbres. Mira el Perú como vástago de la Lima criolla-señorial, añade.
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Desde el Tío Frijolito hasta hoy
Por primera vez desde 1985, cuando Alfonso “Tío Frijolito” Barrantes era el líder de la Izquierda Unida, el progresismo peruano, dividido, asomó como alternativa de poder: la suma de votos de Castillo y Verónika Mendoza supera el 26%, mientras que Barrantes había logrado un 21% ante Alan García. Algunos analistas recuerdan que entre 1990 y 2015 la izquierda peruana tuvo una línea electoral, pero no una línea política; renunció al trabajo político.
El proceso social no se detuvo y se manifestó en las luchas de Conga, Bagua, Las Bambas y Tía María, mientras los partidos progresistas marchaban sin éxito por los diferentes procesos electorales. Para Gustavo Espinoza, la división asoma ahora como expresión de dos tendencias. La primera –personificada en Pedro Castillo- simboliza a “los de abajo”. Y la segunda, está compuesta por una amalgama de corte netamente electoral, que se fue desdibujando en la medida que iba retrocediendo ante el acoso de la reacción.
Verónica Mendoza, la candidata del progresismo, hizo una buena campaña, sacrificada y hasta heroica. Los temas centrales de sus propuestas fueron las políticas de igualdad de género, la legalización del aborto y el matrimonio igualitario. Y sufrió los ataques más duros de la derecha, los fake-news por las redes sociales y los medios de comunicación hegemónicos. La acorralaron, y la arrinconaron y, poco a poco, fue cediendo. Se reunió con empresarios para “dar garantías” a la inversión privada, dejó de hablar del Banco Central de Reserva y hasta tomó como ejemplo las recetas del Fondo Monetario Internacional
Castillo, dirigente del gremio de profesores, se hizo conocido en 2017 cuando encabezó una huelga de maestros que se prolongó por más de dos meses. Algunos recuerdan que el hoy izquierdista radical fue por casi dos décadas militante del partido del neoliberal expresidente Alejandro Toledo, ahora procesado por corrupción.
A diferencia de Verónika Mendoza y la coalición de izquierda que la candidata progresista encabeza, Castillo tiene posiciones conservadoras en los asuntos de género y rechaza esas propuestas, lo que puede haberlo favorecido frente a Mendoza en sectores populares y en las zonas andinas y rurales. En ello coincide con la derecha con la que competirá en segunda vuelta.
Los dos candidatos de la izquierda coinciden en la necesidad de cambiar el modelo neoliberal y la Constitución, pero mostraron diferencias respecto al caso de Venezuela. Mendoza al comienzo admitió que se trataba de “un régimen autoritario”, luego concedió que “es una dictadura”, y finalmente capituló y señaló: “yo estoy en contra de esa dictadura”. Cuando a Castillo le dijeron que Venezuela era una dictadura, respondió lacónicamente: “No”. Y cuando le pidieron que explicara su opinión, dijo dos cosas: tiene parlamento y hay oposición.
Es cierto que Verónika cargó con todo el peso de las agresiones del establishment. Le trucaron fotos con Abimael Guzmán para descalificarla, la calificaron de “terrorista”, pero la derecha no se metió –para nada con Castillo. No lo atacó, no lo criticó, quizá lo desdeñó. Para la derecha el enemigo, era Verónika. Cuando quisieron golpearlo, ya era tarde. Marchaba primero en las encuestas que ni siquiera podían publicarse.
El socialista del sombrero de paja
Castillo, de 51 años, que irrumpió con fuerza recién al final de ésta, su primera campaña electoral, anda siempre con un sombrero de paja y un lápiz, plantea propuestas como el cierre del Congreso y acudió a votar montado en una yegua. En su plan de gobierno sostiene que “la corrupción es el nuevo terrorismo de Estado”.
Es maestro de primaria en la andina Cajamarca y ganó notoriedad nacional al dirigir una huelga de más de dos meses de docentes en 2017. Entonces lo acusaron de mantener nexos con el Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), brazo político del grupo Sendero Luminoso, algo que siempre ha negado. Inició su carrera política en 2005, con el partido Perú Posible, del expresidente Alejandro Toledo (2001-2006).
En 2017 saltó al movimiento Perú Libre, liderado por Vladimir Cerrón, un exgobernador regional que se proclama marxista y mariateguista y que integró la boleta de Castillo como vicepresidente, hasta que el Jurado Electoral Especial (JEE) declaró improcedente su solicitud al existir una sentencia vigente en su contra. Castillo dijo que Cerrón “ha sido condenado, no por corrupción, sino por la corrupción”. Castillo figuró durante meses entre los rezagados de la campaña, pero su popularidad subió en las últimas semanas, impulsado por un sector de votantes de izquierda que no terminaron de aceptar a Verónika Mendoza.
Su discurso radical y populista plantea propuestas como un “Estado socialista”, una ley que “regule los medios de comunicación” y elevar del 3,5 al 10 % del producto interior bruto (PIB) el presupuesto educativo. Con ello garantizaría una mejor infraestructura, equipamiento, aumento de sueldo a los docentes y la creación del programa Perú Libre de Analfabetismo, que convocaría a 50.000 maestros jóvenes para erradicarlo.
También advirtió que el Congreso sería cerrado si no acepta una Asamblea Constituyente para sustituir la Constitución de 1993, surgida tras el “autogolpe” del expresidente Alberto Fujimori (1990-2000) y prometió la conformación de un nuevo Tribunal Constitucional elegido por el pueblo, en consulta popular, en lugar de por el Congreso, porque los magistrados “están defendiendo una Constitución que ha terminado con todos los derechos y con el saqueo del país”.
Sus propuestas le sirvieron para cautivar al interior rural andino del Perú, en donde su dominio fue abrumador según las cifras de la votación. En la mano lleva siempre un lápiz gigante, símbolo de su profesión y logotipo del partido que representa.
El peligro fascista
Una semana antes de las elecciones, el Centro de Estudios Democracia, Independencia y Soberanía (CEDIS) había señalado que el peligro es el fascismo, que con inusitada desfachatez, se levanta como “la alternativa democrática” para “salvar al Perú del extremismo”. Y su abanderada será Keiko Fujimori, que sueña con nuclear a toda la derecha y hacerse del poder para restaurar el régimen neonazi de Alberto Fujimori en lo que se dio en llamar “La década dantesca”.
Hete aquí que la suma de los votos de la derecha, sumados los de Keiko, Hernando de Soto y López Aliaga, llegan al 36%. En cambio, la gran alianza anti fujimorista que la realidad le impone al país se debiera situar en un 44% sumando los porcentajes de Castillo, Mendoza, Lezcano y Forsyth.
La hija del encarcelado exdictador Alberto Fujimori está ante la alternativa de perder y tener que sentarse ante los tribunales para responder por cargos de lavado de dinero y enfrentarse a una posible condena de 30 años, que es lo que ha pedido la fiscalía en el proceso judicial en su contra, o ganar las elecciones y cambiar el banquillo de los acusados por el sillón presidencial.
Para cerrarle el paso a Keiko, en 2016 la izquierda votó por Pedro Pablo Kuczynski. Hoy, no tendrán otro camino, sino cerrar filas con Pedro Castillo. No hay rutas intermedias. Habrá quienes prefieran votar en blanco, o simplemente no votar, lo que solo puede beneficiar al fascismo. La derecha cerrará filas con Keiko aunque vomite más tarde.
El avance de la república chola
La pandemia parece haberse convertido en plebiscito del modelo neoliberal, ante la absoluta orfandad del Estado que mercantilizó las urgencias de la población en salud, educación, vivienda, seguridad. Los millones de pobres carecen de recursos para adquirirlo, por eso sobre ellos se abate la muerte y miseria y caen como moscas. Lo que existe es un marcado desencuentro entre izquierda y mundo popular; se transita por carriles diferentes. Aunque parecen ir en la misma dirección se camina a lugares diferentes.
La construcción del Perú de todas las sangres, del Estado Pluricultural y Descentralizado, sigue siendo una gran obra en busca de autor, dice Otta al hablar del avance de la República chola en el Bicentenario del Perú.
No cabe dudas que la campaña contra Castillo será brutal, por los medios hegemónicos gráficos y audiovisuales que monopoliza la derecha, por las redes sociales, lo acusarán de terrorista, de senderista, de recibir dineros de las inexistentes guerrillas, le inventarán fotos y “evidencias” de las perversiones más siniestras, falsificarán documentos. Todo en la campaña de terror para impedir “el peligro rojo”.
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