No es un estigma, sino una suerte, que los cubanos piensen, razonen, intercambien, critiquen y debatan. Solo así esta, nuestra casa, puede ser estructurada, modelada y fortalecida. Y contra esas posibilidades honrosas y necesarias, nadie medianamente sensato y honorable debe experimentar aprensión, melindres ni reparos.
Solo que, en concretas, retadoras, riesgosas y complejas condicionantes como aquellas en la que debe sobrevivir el país e, incluso, si morásemos en medio de un virtual campo de flores, no es posible dar crédito ni oportunidad a los que de un lado u otro, bien por quincalleros de la indignidad y carentes del sentido de patria, o bien por oportunismos, simulación, voluntarismos, incapacidad, vanidades, cerrilismo o desidia, apuntan, o a mercadearnos con ajenos, o a socavarnos desde los cimientos, roernos los arquitrabes y hundirnos los pisos y el techo.
La casa, esa, la nuestra, la que indefectiblemente tenemos que tener para solo entonces poder ejercer explícitamente la prerrogativa soberana de cambiarla a nuestra medida y urgencias cuando consideremos que se requiere y exija, es y debe ser siempre sagrada y sólidamente custodiada, porque la ganó este variopinto colectivo humano que somos en un cruento devenir que arrancó de lleno casi al cierre de la sexta década del siglo diecinueve, y culminó en el ocaso de la quinta década de la vigésima centuria con la conquista de nuestro legítimo, irrenunciable y masivo título de propiedad.
Como más de una vez expuso Raúl Roa ante los organismos internacionales, desde entonces Cuba se transformó en un pequeño planeta con movimientos propios de rotación y traslación en la galaxia mundial y, por tanto, dueño de su trayectoria y sin órdenes ni permisos provenientes de ningún poder ajeno.
De ahí que para muchos resulten definitorias, en asuntos de credibilidad y decencia, las “asociaciones” fuera de nuestro techo de quienes, con rótulos burdos o trajes de lumbreras, pretenden capitalizar desazones, malestares, insuficiencias y hasta malquerencias para imponer nuevamente las tutelas de un prepotente casateniente ajeno.
No es casados con los que “piden armas a los ejércitos del Norte para matar a sus propios indios” que se va a enmendar ni mucho menos salvar a nuestro hogar, y justo sepultar y emborronar mentes para que las alertas se desvanezcan y los incautos acaten, es la tarea que, como orientado preámbulo al desmadre, ejecutan con plena e insana conciencia los “patriotas” con carnet foráneo.
Lo entienden y saben muchísimos cubanos, y con ellos los millones de amigos de todo el mundo que por estos días redoblan su solidaridad con un proyecto cuyo primer y clave mérito es precisamente el ser dueño sin cortapisas del espacio donde persiste y crea con mayor o menor acierto, pero por sí mismo.
Un complicado y vilipendiado entorno donde la estrategia de ser soberano no se negocia, y en el cual, para seguir adelante y garantizarnos en el tiempo, no se puede prescindir ni sesgar, sino ampliar y democratizar al máximo, la sanadora práctica de oír, razonar, debatir, y tomar siempre en cuenta, como fuente de actuación, los criterios y pareceres de quienes lo llevan sobre sus hombros y le dedican todos sus honestos esfuerzos.
Por demás, el aderezo agresivo se complementa con una avasalladora campaña mediática de glorificación de los “opositores” que llega a extremos tan insólitos como, por ejemplo, el acceder ahora mismo a Google Imágenes en busca de “personas enarbolando la bandera cubana”, algo tan común y cotidiano en la Isla, y encontrar casi en exclusivo una torrencial lluvia de gráficas de raquíticos grupos internos o externos de violentos y extremistas con alguna que otra enseña nacional, o de fotos de marchas y demostraciones populares de apoyo a la Revolución trucadas previamente para venderlas como “protestas masivas contra la dictadura”.
Tergiversaciones que podrán encontrar eco entre adherentes, confundidos y mal informados, pero que sin dudas no enmarañan a la gente de buena voluntad como los cientos de ex presidentes, líderes políticos y sociales, intelectuales, artistas, activistas, y entidades y organizaciones solidarias con Cuba, que en estos días remitieron una demanda conjunta a la Casa Blanca para que cese la hostilidad contra el pueblo cubano y reconozca su derecho a decidir con total independencia su propio destino.
Mentiras que además han motivado las más disímiles muestras de rechazo de decenas de miles de cubanos residentes en el exterior defensores de la autodeterminación de su tierra natal, junto a los gestos fraternos y el apoyo de no pocos gobiernos amigos.
De ahí la imprescindible y no ingenua, y en nada despechada ni prejuiciada valoración, cuando los nunca apagados riesgos cobran fuerza y pretenden dar fuego definitivo a nuestras paredes. Dejar que las briznas insufladas o propias nos nublen la mirada frente a la malsana tormenta vestida de cordero, sería favorecer que perdamos todo, y entonces…entonces habrá que volver al largo y costoso bregar por reconquistar abrigo.
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