Tras informarse la muerte del “emir” del grupo extremista de distorsionada confesión islámica Boko Haram, Abubakar Shekau, y luego confirmarse en junio su deceso, se previó la mejora de la seguridad en el norte nigeriano.
Los criterios dimanados de tal percepción no estaban errados y respaldaban ideológicamente cuestiones muy objetivas en la tarea oficial de erradicar las fuentes del terrorismo –y sus instrumentos asociados, las bandas de delincuentes- que también afectan la estabilidad en el primer productor de petróleo de África.
Sorprende el nivel de perversión alcanzado por a Jamā'at Ahl as-Sunnah lid-Da'wah wa'l-Jihād JAS (Boko Haram) secta creada en 2002 por Ustaz Mohamed Yusuf, en el norteño estado de Borno, y que en 2009 protagonizó una insurrección en su capital, Maiduguri, donde presumían los integrista establecer la cabecera de su neo-califato.
Sin embargo, el resultado del enfrentamiento con las fuerzas de seguridad fue adverso y hasta el propio Mohamed Yusuf pereció en aquel evento, por lo cual el grupo pasó a ser comandado por su segundo, Abubakar Shekau, quien disponía de una retórica mucho más radical.
La reciente muerte de este último mostró la división del campo integrista respecto a predominio y liderazgo, toda vez que Shekau pereció, cuando sus rivales del grupo disidente Estado Islámico en África Occidental (Iswap) tomaron su sede en los montes de Sambisa, donde resultó apresado.
Según la versión más difundida por los medios de prensa e investigada por el ejército nigeriano, los captores le ofrecieron al cabecillas rendirse y que admitirían su lealtad, lo cual rechazó con una respuesta coherente con el modo de operar de Boko Haram al activar una carga explosiva que portaba.
También la cúpula de Iswap afirmó que el cabecilla fundamentalista murió al inmolarse. En 2016, por sus diferencias internas, esa facción se desvinculó de la rama principal y la convirtió en objetivo de sus ataques y ofensivas, la última comenzó en mayo.
Pero no solo es la desunión de los dos grupos terroristas, se trata ante todo de un proceso acelerado transformación de la estructura yihadista, en el cual tiene gran peso tanto el papel del Ejército nigeriano con sus diversas operaciones militares, así como la voluntad gubernamental de extirpar el tumor.
Todo eso converge con la decisión nacional y regional de recuperar y fortalecer los estándares de seguridad y defensa, recuérdese que Boko Haram e Iswap, operan desde hace años más allá de las fronteras nigerianas contra los vecinos de la cuenca del Lago Chad.
Sin embargo, la muerte de Yusuf en 2009 y de Sekau 12 años después, no variaron de por si la ruta del radicalismo, al cual también se le asocia el complejo tema del bandidismo, que cohabita con el terrorismo y crea situaciones alternativas favorables para la promoción integrista.
Se trata pues de una combinación malsana que afecta a todas las esferas y cuyo enfrentamiento requiere la acción conjunta de los factores nacionales y del concierto subregional, a fin de evitar lo que pretenden en gran medida los terroristas: la destrucción de los Estados para servirlos en fragmentos a intereses ajenos.
Para estudiosos, la opción Boko Haram significa fragilizar a Nigeria, una potencia subregional, transformarla sin recato en un rehén del miedo, dependiente de sus constricciones en cuanto a seguridad y deudora de estrategias externas como la apetencia de un neoliberalismo atroz, incluyendo el interés energético.
Es así cómo se entiende que cada vez más esa agrupación cobró un carácter de instrumento.
“Así, lo que empezó siendo un grupo de resistencia con una fuerte base religiosa transita hacia un movimiento insurgente que recurre a las armas para desestabilizar un poder central que cuenta con el monopolio de las riquezas del país hasta concluir en grupo terrorista”, apuntó un análisis de Beatriz Mesa García, aún vigente.
Está claro que la muerte de Abubakar Sekau es un momento intermedio en la trayectoria de la secta; ahora supuestamente estalle una disputa por el cetro; por un lado Iswap -que se siente capaz de imponerse en el área septentrional - por el otro los remantes redivivos de Boko Haram y también la delincuencia común asociada a ellos.
No obstante hasta entre esos enemigos formales existe una lógica: “a rey muerto, rey puesto” o tal vez otra más simple en cuestión de sucesión terrorista,” murió el rey, que viva el rey”.
Cuéntese también otro elemento, uno de los aspirantes al trono será Habib Yusuf, conocido como Abu Mosab al Barnaoui, hijo de Mohamed Yusuf y jefe de Iswap, con este todo quedaría en familia hasta las más funestas iniciativas terroristas.
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