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viernes, 8 de noviembre de 2024

Misha se planta

Moscú se encara con Washington en demanda de definiciones claras...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 16/10/2016
2 comentarios

No sé cómo hoy se autotitularán aquellos que luego del derrumbe de la Unión Soviética se mofaban, con el calificativo de “nostálgicos”, de quienes aún mostraban simpatía y reconocimiento por el extinto primer Estado de obreros y campesinos de la historia.

Y valdría la pena averiguarlo porque, sin dudas, en el Occidente integrado por el ente hegemonista y sus boyunos compadres, debe ser muy fuerte por estos días la añoranza por las “eras” gorbachiana y yeltsiniana.

La primera, sumida en la confusión, el enredo y la desmovilización a cuenta de un Mijail que puso la bomba y no pudo o no quiso dosificar la explosión. La segunda, caótica, destructiva, sombría e incontrolada, bajo la égida de un Boris alcohólico, resentido, rapaz, y pasado del todo al otro bando.

Sería finalmente otro Vladímir (casualmente Lenin también se llamaba así), quien impulsaría la regeneración del gigante asiático, rescataría los muchos lustres históricos de su pueblo, y asumiría la ruta por intentar recolocar a la nación rusa entre aquellas más influyentes y decisorias del orbe, defensora de un orden global equilibrado y cooperativo, y por tanto, reacia a toda inclinación al ejercicio de poderes omnímodos de cualquier signo.

De ahí que Vladimir Putin resulte el nuevo “ogro oriental” y Rusia, uno de los blancos priorizados a batir por quienes se dicen “elegidos por la providencia” para regir sobre el resto de una humanidad “imperfecta e incapaz.”

El devenir, sin embargo y por suerte, va siendo otro, a pesar de los muchos riesgos. Nunca escapó a la nueva dirección rusa que Washington no la estimaba como interlocutora en igualdad de condiciones, ni mucho menos estaba imbuido siquiera de la idea de no prestar mayor atención a su desempeño. Rusia seguía siendo una potencia nuclear, y el final debía ser enterrada hasta el cuello y aherrojada en el ostracismo.

Para ello (y China es otro objetivo en ese plan), el hegemonismo ha trabajado intensamente por asentarse definitivamente en Asia Central y Oriente Medio, incluso en alianza con el terrorismo, mientras con los restantes acólitos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, empujan las fronteras hostiles cada vez más hacia el Este, sobre la divisoria rusa, hasta ubicarlas ya a la altura de Ucrania.

Y junto a esas coyunturas, el aparato mediático hegemónico no ha dejado de actuar negativamente contra el Kremlin en la misma medida en que este no admite con resignación los retos y amenazas de factura imperial.

Desde luego, los riesgos para el género humano crecen en la misma medida en que se agrian los vínculos entre los dos más grandes poseedores de arsenales atómicos, pero ciertamente, ni es Moscú el responsable, ni se puede exigir de Rusia que no haga uso de su legítimo derecho a facturar respuestas defensivas contundentes ante la avalancha que se ha desatado en su contra.

Y Moscú ha sabido moverse intensamente en los terrenos político y diplomático, a la vez que construir otras barreras más tangibles. En Ucrania asumió la reincorporación territorial de Crimea a cuenta de la decisión mayoritaria de sus pobladores, y ha dado apoyo a la población de origen ruso en el este ucraniano, que se defiende del régimen xenófobo vigente en Kiev.

Mientras, en Siria, decidió en acuerdo con las legítimas autoridades locales involucrarse directamente hace más de un año en la guerra contra la agresión hegemónico-terrorista externa, campaña que hoy exhibe importantes y decisorias victorias, al punto de poner en crisis al mismísimo Washington, generador de la agresión contra Damasco junto a sus muchos y disímiles aliados (desde otanistas y sionistas, hasta regímenes totalitarios locales).

Y más recientemente, ante la reiterada falta de actitudes norteamericanas positivas o al menos, lógicas con respecto a los vínculos con Rusia, incluidos la salida de Estados Unidos del pacto de colaboración con Moscú contra el terrorismo en Siria, sus amenazas de nuevos  bombardeos a las tropas de Damasco, y el plan conjunto con Arabia Saudita para enviar a suelo sirio a extremistas que serían “retirados a tiempo” de la ciudad de Mosul durante la próxima campaña bélica de las tropas iraquíes para liberar a esa urbe, el Kremlin ha terminado por plantar frente a la Casa Blanca en lo que algunos analistas definen como el “segundo ultimatum que recibe los Estados Unidos en su historia como potencia capitalista.”

Así, Moscú no solo remitió misiles Iskander a su enclave de Kaliningrado, sobre la frontera con el resto de Europa, y reforzó su presencia militar en Siria con modernos sistemas coheteriles SS-400 para anular toda posible operación aérea contra las fuerzas sirias y rusas, sino que además, suspendió el acuerdo bilateral con los Estados Unidos en torno a investigaciones nucleares y energéticas.

Por otra parte, demanda como bases de una equilibrada relación futura, el cese de las sanciones de Washington a Moscú, el pago de indemnización por los daños de esas medidas económicas unilaterales, la reducción de la presencia militar norteamericana en Europa del Este, y el corte de las políticas agresivas contra el Kremlin.

En pocas palabras: o aceptas de una vez que no eres un pretendido poder absoluto ni podrás serlo, o simplemente pon en marcha tus tan manidos planes de guerra y veremos quién sale airoso.

Un escenario en el que, a estas alturas, dicen algunos expertos, “la realidad geopolítica ya no será la misma, toda vez que a los Estados Unidos le han lanzado el guante y no se ha atrevido a recogerlo inmediatamente.”  


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista

Se han publicado 2 comentarios


senelio ceballos
 24/10/16 11:37

..Jorge..Le falto explicar que no son 17 millones de kilometros cuadrados...Eso es con mares y parte del polo norte..Son 9 millones en tierra,,,

Jorge
 17/10/16 11:13

En la columna azul (derecha) cuando se dan los datos de Rusia como país, se debe aclarar que “población” no es lo mismo que “densidad poblacional “. La densidad poblacional es una medida de distribución de población de un país o región, que es equivalente al número de habitantes dividido entre el área donde habitan. Indica el número de personas que viven en cada unidad de superficie, y normalmente se expresa en cantidad de habitantes por km2.

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