Ojalá no sea ya demasiado tarde para todos, si alguien llegara a darse cuenta en la Casa Blanca de lo torpe de las decisiones en materia internacional asumidas por sus nuevos inquilinos.
Y, es que resulta evidentísimo, hasta para el menos enterado, que para esta administración, también portadora del mal congénito del sistema Made in USA, los asuntos globales deben afrontarse desde netas posiciones de fuerza, a pura intimidación, imposición y sometimiento. Al fin y al cabo, como lo proclaman siempre, “ellos” son los designados por la Providencia para mandar en el planeta.
Y Joe Biden y su equipo están probando hora a hora que su credo no varía, y que ante sus ojos la humanidad no debe avanzar y cambiar por sí misma, sobre todo si es para enraizar independencia, criterio propio, opciones originales y fortalezas materiales indeseadas para el dominio unilateralista global.
En consecuencia, China y Rusia, como prioritarias opciones, deben ser socavadas, hostilizadas, aisladas y combatidas a cuenta de constituir los dos más formidables “rivales” del hegemonismo norteamericano.
Con Moscú, la liza va desde cercar militarmente sus fronteras, sancionar su economía y demonizar su imagen, hasta llamar “asesino” a su jefe de Estado.
Con China, se ejecutan programas similares que tensen las relaciones bilaterales, promuevan oportunistas alianzas anti Beijing, apunten contra su asombrosa escalada económica, y alienten desórdenes y desestabilización local.
Así, Biden está utilizando, por ejemplo, los añejos desacuerdos y resquemores de los vecinos con balcones al Mar de China y el Océano Indico, a favor de una suerte de “alianza” contra el gigante asiático, donde un “amigo fiel”, el geográficamente distante Estados Unidos, estaría dispuesto a todo para frenar las apetencias del “dragón” continental.
Por demás, promueve disturbios internos en Hong Kong junto a otros aliados occidentales con injerencistas pretextos, que han llegado a extremos sumamente candentes, a la vez que viola flagrantemente la soberanía china sobre Taiwán al incentivar lazos con el gobierno local de un territorio que forma parte inalienable de China.
Y como otra forma de dar fe de sus sucios propósitos, Washington ha decidido inundar la costa suroriental china con bases, portaviones y otros buques de guerra, y la organización y realización de maniobras bélicas en conjunto con algunas naciones del área.
Por demás, en estos días, y en visita oficial a la Casa Blanca, el primer ministro nipón, Yoshihide Suga, y el presidente Joe Biden, establecieron una suerte de “sociedad” inspirada por la Oficina Oval para poner barreras al titulado “peligro chino”. Ello, a contrapelo de la punzante realidad económica de que Beijing constituye el primer socio comercial de Japón, y un retroceso en ese sentido sin dudas afectaría a ese archipiélago asiático.
Mientras, China no ha permanecido con los brazos cruzados frente a esta evidente cadena de presiones y provocaciones.
Sin descartar los llamados a la cordura y la sensatez, ha reiterado con toda firmeza que en los sensibles temas de Hong Kong y Taiwán toda intromisión extranjera es inadmisible, pues se trata de exclusivos asuntos de carácter interno, a la vez que ha respondido una por una a las sanciones y presiones a sus empresas dispuestas por el gobierno norteamericano.
Por añadidura, en el Mar de China ha elevado sensiblemente Beijing la presencia de sus modernas marina y aviación militares, dispuestas a defender a brazo partido —como ha advertido más de una vez— la integridad territorial y la autodeterminación nacional.
Sin dudas, un claro mensaje que no debería ser subestimado por ningún intruso, toda vez que el remitente tiene plena capacidad para una réplica contundente.
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