Desde 2018, cuando Donald Trump decidió unilateralmente retirarse de los acuerdos nucleares sobre el uso pacífico por Irán de la energía atómica, se viene debatiendo por las más diversas vías la reactivación de uno de los protocolos más elogiados por el entorno diplomático global.
Suscrito en 2015 por Irán, los Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania; el titulado Plan Integral de Acción Conjunta, PIAC, fijó certeramente todos los pormenores, plenamente aceptables en su momento para cada una de las partes, en torno a los empeños de Teherán para su desarrollo en materia de energía nuclear.
Así, los pretendidos “riesgos” de que la República Islámica produjese armas atómicas (no importa que el sionismo israelí las acumule hace decenios y ni siquiera las declare oficialmente) parecían conjurados para Washington como padrino especial de Tel Aviv y difamador de primera línea de las reales intenciones de Irán. No obstante, el díscolo magnate inmobiliario neoyorquino devenido presidente no consideró el texto de su gusto y asumió sabotearlo.
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Y hay que decir, en honor a la más estricta verdad, que si cuatro años después todavía los firmantes, menos USA, se sientan oficialmente en la mesa para intentar un arreglo honorable y justo, ello se debe en mucho a la paciencia y el espíritu constructivo de Irán, que no ceja, no solo en el intento de hacer accionar un compromiso equilibrado, sino en además revocar las sanciones con las que la Casa Blanca ha intentado doblegarlo durante todo este tiempo de particular y ácido encono.
Teherán, apoyado por Rusia y China, ha debido además enfrentar la doblez y la sinuosidad de los restantes firmantes occidentales del PIAC, que de alguna manera han pretendido apretar clavijas favorables a la hostilidad oficial estadunidense, prolongada por añadidura por el gobierno de Joe Biden a pesar de sus críticas preelectorales a Trump por el abandono de un protocolo que entonces el aspirante demócrata calificaba de fundamental y válido.
De hecho, en los últimos tiempos de largos vaivenes urdidos por los compromisarios eurooccidentales de USA en el PIAC, en complicidad con la conducta socarrona e hipócrita de Washington, se han realizado, solo desde abril del pasado año, no menos de ocho encuentros en Viena para intentar solventar la reanimación del PIAC por encima de las demandas norteamericanas de reescribir partes del texto y añadir nuevas obligaciones y limitantes con respecto a Irán.
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No obstante, uno de los últimos obstáculos ideados por los enemigos del acuerdo ha sido la confección de un informe atribuido a la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA, en el que se insiste en la pretendida “no presentación” por Teherán de “respuestas técnicamente válidas a las preguntas de esa entidad sobre el material nuclear de la nación persa en los últimos tres años”.
Un burdo ardid que, según el gobierno iraní, Moscú y Beijing, apunta únicamente a pretender justificar las viejas reticencias gringas, la exasperación sionista sobre el desarrollo atómico de la República Islámica, y la morosidad y doblez de los restantes miembros occidentales del PIAC.
De hecho, como apuntaba recientemente la cadena informativa Hispan TV, otra conjura antiiraní para dar trigo a los que tienen la pelota en su terreno y ya no saben qué hacer con ella.
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