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viernes, 1 de noviembre de 2024

La vieja pandemia

La posesión de armas nucleares y los riesgos de destrucción mundial siguen sobre nuestras espaldas...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 26/09/2021
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ONU aniversario 74
anidad desde hace ya 76 años. (Tomada de Hispan TV).

Desde mediados de 1945, en que los Estados Unidos decidió mostrarse como gran “macho global” con sus ataques nucleares sobre las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki, el planeta no ha dejado un minuto de existir bajo el riesgo de ser incinerado por el uso militar del átomo.

No se trata de posibles tensiones o tiempos más benignos con relación al peliagudo asunto. Basta que las bombas, los misiles y las municiones atómicas consten materialmente para que la seguridad de la especie humana se mantenga sobre la cuerda floja como indefectible víctima. Y es que al fin y al cabo no fueron creadas para romper calles o derribar edificios. Su fin es matar y aterrorizar en la dimensión más grande posible.

Es como tener un alijo de armas omnipresente en casa a riesgo de que pueda ser usado en cualquier minuto para exterminio familiar… por tanto, lo ideal es que no esté.

De ahí que el 26 de septiembre de 2013, hace justo ocho años, la Organización de Naciones Unidas se decidiese a declarar la fecha como el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Atómicas, en el empeño de mantener en los primeros planos de los debates mundiales un asunto primordial para la supervivencia humana.

Desde luego, no hablamos de un dislate sencillo. Los impulsores del uso de la energía del átomo con fines guerreristas y de conquista internacional no han pasado de moda ni mucho menos, y su comportamiento irresponsable y amenazante provoca lógicamente la extensión del peligro, toda vez que las víctimas harán lo posible por, al menos, contar con un suficiente poder nuclear disuasivo.

Y de alguna manera, el riesgo compartido de destruirse mutuamente (ni vencedores ni vencidos, ni periferias ajenas quedarían con cabeza) conllevó a los primeros entendimientos para frenar el aumento desmedido de los arsenales, controlar el tipo de armas nucleares y establecer programas sensatos para su verificación.

De todas formas, los artilugios siguieron y siguen ahí, y si los más inclinados a la violencia no los desechan, tampoco, y con toda razón, aquellos contra los que estarían destinados.

En consecuencia, por largos decenios apenas se puede hablar de remiendos y respiros, porque la espada sigue colgando sobre la cerviz de nuestra estropeada civilización.

Según datos recientes, las dos más grandes potencias nucleares del orbe, los Estados Unidos y Rusia, poseen desplegados, respectivamente, 651 y 517 misiles balísticos intercontinentales y misiles balísticos ubicados en submarinos y bombarderos pesados, y sumando estos a los no operativos, el gigante euroasiático cuenta con 767 lanzadores, en tanto Washington controla 800. Añádanse a la lista los artefactos nucleares de Gran Bretaña, Francia, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte… y se tendrá un atisbo del colosal poder destructivo que convive con el hombre y, para su desgracia, en estos tiempos.

Polvorines de alto vuelo que se modernizan y tecnifican a una velocidad y con un empeño que envidiarían los dedicados a crear medicamentos, producir alimentos y bienes, o impartir cultura y salud a una masa humana que supera los siete mil millones de habitantes, de los cuales muchísimo menos de dos mil millones pueden decir que pertenecen a un titulado “mundo desarrollado”.

No olvidar por demás las experiencias amargas que a cada rato nos embuten figuras y políticas tan díscolas como muchas de mayoritaria factura Made in USA, que han puesto en serio aprieto protocolos claves como el Start para la limitación de los arsenales atómicos norteamericano y ruso, llevado al fracaso el control sobre la tenencia mutua de misiles de corto y medio alcance, promovido la cancelación del tratado de cielos abiertos para la vigilancia militar recíproca, y saboteado convenios tan complejos como el multilateral con Irán sobre su programa para el uso pacífico de la energía atómica.

En fin, que llegado este 26 de septiembre las deudas son todavía enormes en materia de ponerle bridas a una de las más severas inseguridades con las que, a cuenta de los caprichos hegemonistas, llevamos conviviendo lo humanos por casi seis generaciones… y a saber lo que resta.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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