Días después de la extraña celebración de los 200 años de que Argentina consiguiera su independencia de España, acto en el que el principal invitado fue un auténtico símbolo del régimen colonial —el rey emérito Juan Carlos I— y en el que estuvieron ausentes tanto mandatarios regionales como antiguos presidentes locales, Mauricio Macri debiera repasar las páginas exquisitas de Gabriel García Márquez sobre la soledad del poder.
Si las cifras de su victoria electoral —51,4 por ciento de los votos— dejaron claro desde el principio que se instalaba en la Casa Rosada "por una nariz", su práctica de Gobierno ha demostrado que el poder de atomización del antiguo empresario es superior al previsto.
El rico país sudamericano, que hace poco más de cien años competía de a igual con el entonces pujante imperio estadounidense y que en 1916 —cuando la humanidad se desangraba en la Primera Guerra Mundial— llegó a ser la quinta economía global, ha sufrido a lo largo de su historia episodios violentos, crisis y gobiernos que han lastrado su enorme potencial de desarrollo. Ahora mismo, Mauricio Macri es otro lastre.
Felipe Pigna, uno de los historiadores más conocidos de Argentina, afirma que el país va en franco retroceso y que el actual gobierno de derecha, al que adjudica "una impresionante falta de sensibilidad social", está más preocupado con la venganza que con la justicia.
Los números le dan la razón. Macri ha provocado una drástica devaluación monetaria que derribó, en más del 60 por ciento, el salario de los trabajadores. Su programa, que solo ha beneficiado a los grandes terratenientes y a los banqueros, destroza no solo a la clase trabajadora, sino también a las empresas pequeñas y medianas.
Una intencionada desregulación y precarización del mercado laboral, dirigida a atraer inversores extranjeros que ganarían grandes cifras contratando a trabajadores en pánico frente al paro, ha aumentado la zozobra nacional.
En la política de Mauricio Macri está el cierre de miles de pequeñas y medianas empresas, que concentran el 80 por ciento de los empleos. Reducirlas significaría dejar a millones sin sustento. Así es difícil sonreír en la "revolución de la alegría" defendida por Macri en su campaña.
Claro que tiene aliados. Uno de ellos es Barack Obama, quien, según la escritora Telma Luzzani, pretende convertir a Argentina en un referente neoliberal para anular la referencia de los gobiernos regionales de izquierda.
Macri ha hecho común que los más pobres recurran a comedores populares y participen en ferias para vender comida o ropa usada y que hasta familias de clase media alta asistan de conjunto al Mercado Central de frutas y verduras de Buenos Aires a comprar menos caro.
Según Stella Calloni, después de la llegada de Macri al gobierno el 10 de diciembre, la cifra de pobres se incrementó de 19.82 por ciento a 33.59 y la indigencia se disparó 38 puntos porcentuales, todo ello a partir de informes del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) y del Instituto de Economía Popular (Indep). Dicho en cifras más claras, del Instituto Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, hay ahora en el país entre 4.5 y 5 millones de nuevos pobres.
Graduarse de pobre es lo más seguro en un país que, de diciembre a la fecha, subió el precio del agua en un 375 por ciento, el del gas en un 300, el de la electricidad hasta en un 700 y el del transporte en un 100, principalmente en la capital.
Si los servicios cuestan más y los despidos rebasan los 127 000 trabajadores, si el presidente vetó —contra la voluntad de los sindicatos y el parecer del Congreso— una ley contra el despido, la pobreza es casi inevitable.
Mauricio Macri ha buscado con ahínco el respaldo de naciones poderosas y figuras mundiales. Una de estas últimas le ha sido esquiva: Francisco. El papa es un ícono que Macri no ha podido usar. Hace poco, Francisco ordenó a los directores del programa Scholas Occorrentes —iniciativa impulsada por él— devolver el millón y tanto de dólares que la Casa Rosada envió al Vaticano para respaldar ese proyecto. La respuesta del Sumo Pontífice fue clara: "El gobierno argentino tiene que acudir a tantas necesidades del pueblo que no tiene derecho a pedirle un centavo".
Poco después, en el artículo "Una donación imprevista y la perplejidad del papa", publicado en el Vatican Insider, Andrés Beltramo refería la molestia en la Santa Sede y señalaba que "para el papa fue una sorpresa y no, positiva".
Francisco, quien envió un rosario a la dirigente social Milagro Sala, del movimiento Tupac Amaru —encerrada por razones políticas desde enero— y que ha recibido a Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, no gusta a muchos macristas.
Alrededor de ese símbolo rebelde que le ha resultado el papa al actual presidente argentino, muchos han dicho que, en su soledad, Macri tiene que explicar al mundo por qué el papa argentino lo mira, al menos, con desconfianza. Pero la respuesta la tiene cualquier argentino.
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