Aunque puede catalogarse de victoria pírrica el triunfo del NO en el plebiscito para refrendar el Acuerdo final de paz en Colombia, las partes involucradas insisten en cerrarle el paso a la guerra y crear espacios de diálogo con sectores que en las últimas semanas se pronunciaron por el rechazo al consenso bipartito alcanzado en negociaciones en los últimos cuatro años.
Son muchas las razones por las cuales triunfó la negativa (50,22 por 49,78) y los analistas exponen varias, que van desde la fortaleza de la oligarquía nacional, la influencia de los partidos de extrema derecha, las matrices de opinión formadas por una prensa conservadora, desconocimiento del documento, el odio acumulado por poblaciones: unos contra los gobiernos de turno, otros por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) durante 52 años.
Esas fuentes consideran que quienes se pronunciaron por el SI son las víctimas de la guerra, que quieren poner punto final a ese oscuro proceso histórico, y quienes desean un cambio profundo en la política nacional. Incluso, los que avizoran la posibilidad de en un futuro crear una Asamblea Nacional Constituyente para alcanzar la reestructuración de las bases de la nación.
El proceso de la guerra es largo y doloroso. Son más de 220 000 los muertos de las dos partes en poco más de medio siglo de enfrentamientos. Masacres, secuestros, enfrentamientos, paramilitarismo, asesinatos selectivos. Dos fuerzas poderosas animadas por distintos criterios, pero enfrentadas en una confrontación en la que sufrió, como siempre, la población, tanto la empobrecida como la de mayores recursos económicos. Ejemplos sobran.
Se calcula que unas ocho millones de personas fueron afectadas por este enfrentamiento, incluidos los desplazados de sus áreas de residencia dada la posibilidad de engrosar el número de víctimas.
Esa historia no puede borrarse de un plumazo, ni fue la intención de la guerrilla y el gobierno que negociaron directamente desde el 2012, y luego de momentos de tensión, firmaron en La Habana, primero, y en Cartagena de Indias después, el Acuerdo Final de Paz. Se trata de acallar las armas e iniciar un camino hacia la implementación de transformaciones a lo interno que impida un rebrote de rebeldía en las comunidades más pobres.
El presidente Juan Manuel Santos, quien fuera Ministro de Defensa del ultraderechista exmandatario y opositor a la paz Álvaro Uribe, conoce muy bien lo que significa la conflagración, pues nadie olvida que bajo su mandato fue asesinado a mansalva el canciller de las FARC-EP, Raúl Suárez.
El Comandante en Jefe de las guerrillas, Timoleón Jiménez, no solo solicitó en Cartagena de Indias el perdón a las victimas que causaron las fuerzas insurgentes —lo que no hizo Santos— sino que se comprometió a usar la palabra como única arma en el futuro, poco después de conocerse el resultado del escrutinio y seguir validando el cese de las hostilidades bilaterales.
Tampoco el jefe de gobierno está dispuesto a dejarse arrebatar el consenso alcanzado con las guerrillas para dar vuelta atrás a una situación en la que todos pierden, pues, por ejemplo, la economía colombiana podía ser más sólida solo con el ahorro de millones de dólares anuales empleados en la guerra.
De ahí que interpretara el NO de los colombianos no como el rechazo a la paz sino al Acuerdo Final, el mismo que Uribe planteó revisar desde su posición de boicoteo en el Partido Centro Democrático.
Para mantener vigente su posición, el mandatario designó una misión de alto nivel para conversar con los promotores del NO y escuchar sus opiniones. El Centro Democrático anunció su disposición a reunirse, y para ello nombró a Carlos Holmes Trujillo, Iván Duque y Óscar Iván Zuluaga, todos jefes de grupos de debate en defensa del "No" en el plebiscito y precandidatos presidenciales de ese partido para las elecciones del 2018.
El jefe de la delegación de las negociaciones por el oficialismo, el expresidente Humberto de la Calle —quien había puesto esa responsabilidad en manos de Santos— la canciller María Ángela Holguín y el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, integran la misión gubernamental.
La paz en Colombia no se rinde, pues en juego está la posibilidad de que esta nación de unos 44 millones de habitantes retorne a sus páginas más oscuras si se trunque un proceso de pacificación que impediría el retorno al Palacio de Nariño de la extrema derecha y sus posiciones guerreristas, ya conocidas.
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