Donald Trump, el díscolo y controvertido aspirante republicano a la Oficina Oval, podría estarse frotando las manos de gusto.
Él, que ha cuidado mantener una imagen de “hombre de hierro” y que en su afán de verse popular incluso se ha atragantado públicamente de la abundante comida chatarra tan común para el norteamericano medio, logró que en la divulgación de su expediente médico el galeno a cargo escribiese sin mayor rubor: “Inequívocamente, sería el candidato a presidente más sano de la historia.”
Un elemento que, ya presente en su disputa con la candidata demócrata Hillary Clinton, acabó de estallar de improviso con tonos muy riesgosos como consecuencia de la continua tos de la aspirante en medio de su campaña proselitista, y de su desmayo público nada menos que en medio de los actos por el aniversario quince de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
De manera que medios de prensa, funcionarios partidistas y analistas políticos han tenido en las últimas horas mucha tela por donde cortar a partir de atribuir una salud precaria a la ex secretaria de Estado, en contraposición a la “exuberancia física” de su contrincante.
Contribuye además a esta corriente de especulaciones, el evidente mal manejo del equipo de la Clinton con respecto a esos recientes y sensibles episodios mediante una inaudita demora en aclarar exactamente lo sucedido y brindar detalles concretos y convicentes en torno al asunto.
Por demás, pesa que en el expediente médico de la aspirante constan tres trombosis, dos de ellas no divulgadas. Las primeras sufridas en sus piernas en 1998 y 2009, respectivamente, y la última en el área del cráneo cuando dirigía la política exterior del país, y que lógicamente, si tuvo que ser dada a la publicidad.
En consecuencia estos hechos, reforzados por la campaña de los adversarios, empiezan a sembrar en el electorado norteamericano la imagen de una mujer agotada, débil y aquejada por no pocas dolencias, entre las que algunos profesionales del sensacionalismo empiezan a citar posibles brotes de demencia, Alzheimer, y hasta el mal Parkinson.
Lo cierto es que hasta hoy, y según los partes médicos suministrados por los demócratas, la Clinton enfrenta una neumonía, de la que –aseguran- está en proceso de recuparación, de manera que habrá que esperar a sus nuevos compromisos públicos y al primer debate abierto con Donald Trump, señalado para el cercano día 26, para poder discernir por popia vista el desgaste o no de la aspirante.
Mientras, en otra cuerda, ya corren rumores de que el liderazgo del Partido Demócrata estaría preparando la posible sustitución de Hillary Clinton por otro candidato a la presidencia, y hasta se dice que los nombres que se barajan son los del vicepresidente en funciones, Joe Biden, el actual nominado para asumir ese puesto, Tim Kayne, y Bernie Sanders, el segundo candidato más votado durante la Convención que dio su aceptación a la ex primera dama.
Vale decir que un ejercicio de este tipo no está reglamentado con toda exactitud en los programas partidistas norteamericanos, por tanto eso brinda margen a los decisores para elegir a aspirantes que satisfagan sus intereses.
La aclaración vale para el caso de Bernie Sanders, a quien ciertos círculos demócratas no ven con buenos ojos por sus pronunciamientos de corte “socialista”, según la propia definición del candidato.
En otras palabras, y para asombro de no pocos, parecería entonces que, más que otras definiciones esenciales, podría ser el tema salud una de las cuñas de mayor peso a la hora de los resultados en los comicios presidenciales norteamericanas del cercano noviembre.
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