Si el fuego olímpico simboliza el espíritu de unos Juegos, Río de Janeiro 2016 —tan nublado por una pugna internacional en torno al dopaje, por obras de dudoso acabado, por la crisis política brasileña y hasta por el rechazo de amplios sectores populares a la celebración allí de la Olimpiada— tiene asegurados la belleza y la luz desde que le encargó a Helo Pinheiro que se integrara al traslado de la antorcha.
Helo no es una deportista, aunque gracia le ha sobrado para competir. En todo caso, ella lidiaría con amplia probabilidad de podio en una disciplina no incluida: la de musas. Porque, con 71 años, para el mundo esta belleza sigue siendo La chica de Ipanema.
Tras tejer un hilo de fuego de 10 mil kilómetros por 325 ciudades brasileñas, en la noche del viernes 5 la antorcha alumbrará la inauguración oficial en el Maracaná. No se sabe aún quién encenderá el pebetero, pero ya es seguro que la llama que lo hará posible llevará, entre muchos, el calor de «La chica…».
Muy temprano, ella halló otro camino para subir al Olimpo: el poeta Vinicius de Moraes y el músico Tom Jobim, que a inicios de los ’60 se reunían en el Bar do Veloso —hoy Garota de Ipanema— para beber, charlar y crear, veían pasar a aquella muchacha rumbo a la playa y, como quien entorna sus ojos frente a demasiado sol, no tuvieron más remedio que escribir y poner música a una canción que es todo un himno a la hermosura. Después del Yesterday de The Beatles, ningún tema ha sido tan interpretado, al menos en este planeta.
El 2 de agosto la canción cumplió 54 años. Como Helo, letra y melodía se niegan a envejecer; por el contrario, florecen en cada versión. Sinatra, Cher, Madonna, Amy Winehouse e infinidad de íconos musicales brasileños y de otros países han paseado en sus voces a una preciosa garota por la playa de Ipanema.
Cuando en 1965, tres años después de que presentara esta bossa nova, De Moraes dio a conocer la identidad de la musa —luego de que infinidad de jóvenes se autoproclamaran responsables de semejante inspiración— escribió en su «Revelaçao: a verdadeira Garota de Ipanema» que Helo era «el paradigma de tipo carioca, una mujer dorada, mezcla de flor y sirena, llena de luz y de gracia pero cuya visión es también triste pues lleva consigo, camino del mar, el sentimiento de lo que pasa, la belleza que no es nuestra: es un don de la vida en su lindo y melancólico fluir y refluir constantes».
De Moraes, que llegó a casarse nueve veces, no pasó de la escritura emocionada, pero Jobim pareció más devastado por la belleza, al punto de que —sin considerar los 18 años de diferencia en su contra— le pidió matrimonio a Helo. Ella, que más tarde admitiría que el músico logró «confundirle» la cabeza, se rehusó con dos respuestas angelicales: era virgen y estaba comprometida. Y a su novio, Fernando Pinheiro, le hacía tan poca gracia la cercanía de dos hombres célebres y maduros a su prometida que la ojeriza estuvo cerca de ir a las manos.
Ese Brasil que hoy sufre, con una gran fiesta en casa, no ha dejado nunca de agradecer la canción. Los miles de deportistas que arriban a Río de Janeiro pueden percatarse de un detalle peculiar: el aeropuerto internacional de la Ciudad Maravillosa no tiene el nombre de un héroe o un político, sino el de un músico. Se llama Tom Jobim. Y hoy se nombra Vinicius de Moraes la antigua calle Montenegro por la que se accede al antiguo Bar do Veloso.
Helo Pinheiro, o mejor, Heloisa Eneida Menezes Paes Pinto —que tal era su nombre de soltera cuando a los 17 años sacudió para siempre a dos creadores— es ahora una hermosa abuela brasileña que ha trabajado como actriz, presentadora, modelo… Un par de veces llegó a posar desnuda para una revista, pero seguramente ella es la primera en comprender que nadie la ha visto tan plenamente como ese par de artistas que ya no están.
Entre De Moraes y Jobim nos dejaron una obra que no requiere traducción ni orquestación complicada: uno escucha aquello de «Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça Ela é a menina que vem e que passa Num doce balanço caminho do mar» y no puede hacer más que recostarse a la barra de un bar imaginario para admirar el balanceo de la muchacha que por medio siglo ha encendido, con el fuego de su belleza, miles de pebeteros en los pechos del mundo.
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