Dos elementos opuestos en la política, la derechista Keiko Fujimori, y el izquierdista Pedro Castillo, un casi desconocido en el ámbito del engranaje partidista, se enfrentarán el próximo domingo 6 por la presidencia de Perú, en un balotaje de vida o muerte para la nación andina.
Como resultado de los comicios, efectuados el pasado 7 de febrero, Castillo, de Perú Libre —que se define de izquierda—, quien ese día llegó a votar montado en su caballo, obtuvo el 19,10 % de los votos, seguido de Keiko Fujimori, del derechista Fuerza Popular, con el 13,37 % de los sufragios, indicó la Oficina Nacional de Procesos Electorales.
El profesor, según el analista José de Armas, “reúne el descontento de muchos peruanos pobres, sobre todo del interior del país, históricamente olvidados del centralismo de la capital”.
El aspirante por Perú Libre, maestro de primaria desde 1995, con una maestría en Psicología Educativa, es atacado desde que ganó la primera ronda —pues nadie lo consideraba un ganador— por la oligarquía peruana, empresarios evasores, medios corporativos, intelectuales y religiosos, que libran una guerra desigual con un candidato cuyo distintivo es un lápiz gigante que siempre lleva consigo.
En su campaña hizo la promesa de sacar a flote la “reserva moral” y “el orgullo-dignidad nacional” del Perú y de una población, en especial la más joven, que mostró su capacidad de organización y rebeldía ante la corrupción cuando salió a las calles para exigir la renuncia del expresidente del Congreso Nacional Manuel Merino, autonombrado presidente de la república en lugar de Martín Vizcarra.
Pero el maestro rural promete, además, entre otros puntos, revisar los contratos de privatización de los anteriores gobiernos neoliberales, nacionalizar el gas de Camisea, cobrar impuestos a las empresas, seguir ganando como profesor, y muy especialmente convocar a una Asamblea Constituyente Popular para redactar una nueva Constitución Nacional.
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Analistas políticos que nunca predijeron una posible victoria de Castillo, ni en primera vuelta ni en el balotaje, ahora reiteran la imparable superioridad creciente del maestro sobre la Fujimori, a pesar de que la prensa hegemónica oculta las plazas y calles abarrotadas por sus seguidores. Las redes sociales evidencian la simpatía por este nuevo personaje político, y muchos aseguran en esa plataforma que ya ganó las elecciones.
Hay que considerar que históricamente en Perú un campesino, al igual que un indígena, es un don nadie. Ellos no cuentan entre los posibles dirigentes de partidos y hasta ahora solo luchaban por el respeto a sus derechos humanos.
La oligarquía criolla, en especial la limeña, ha fomentado una matriz de opinión contra Castillo, temerosos del peligro que significaría perder sus históricos privilegios. Los matrices de opinión para que la población citadina dude en darle su voto refieren que es un campesino carece de cultura política para dirigir una nación, que nadie debe fiarse de él, que desea crear una nueva Venezuela en medio de los Andes. Tienen temor hasta del simbolismo del lápiz gigante que muestra en sus manos: los va a alfabetizar a todos en una nueva forma de vida cuando en realidad es solo el logo de su partido.
Hay quienes en la prensa nacional publican grandes títulos con las leyendas: “Viene el comunismo”, “Viene el terrorismo”, “No los van a quitar todo”, sin detenerse en el plan de gobierno del maestro, y todo para evitar que penetre como presidente en el Palacio de Pizarro.
Carlos Meléndez, académico de la Universidad Diego Portales e investigador peruano refirió a la prensa internacional que la base principal de apoyo de Castillo está en el pueblo rural y del interior del país.
“Lima y la costa norte es proestablishment y vota por Keiko Fujimori. Y el resto del país, el mundo andino, vota por Castillo”.
¿QUÉ SE PUEDE ESPERAR DE KEIKO?
Keiko, hija del expresidente Alberto Fujimori, encarcelado y condenado de por vida por robo y crímenes de lesa humanidad, es muy conocida en los medios políticos peruanos. Primero porque es la hija de quien consideran un dictador que gobernó 10 años con mano de hierro, destruyó el movimiento guerrillero, cerró el Congreso Nacional, además de engrosar sus bolsillos con millones de dólares procedentes —según investigaciones oficiales— por sus vínculos con el narcotráfico y porque es la tercera vez que compite en presidenciales.
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La hija pródiga de Fujimori, de ascendencia japonesa, intenta por todos los medios —entre ellos, el tratar de desprestigiar a su rival— ganar las elecciones con el partido Fuerza Popular, que aglutina a los más adinerados del país y a la gran mayoría de los limeños que se suman a los criterios de la derecha local.
Para Keiko, la presidencia es la única manera de no entrar a la cárcel por delitos de corrupción. Estuvo presa 13 meses por esa transgresión y el Ministerio Público solicita para ella 30 años de cárcel por organización criminal y obstrucción a la justicia, entre otros delitos.
ELECTORADO ANTE DISYUNTIVA
El electorado peruano está ante una disyuntiva que nadie preveía hace tres meses atrás, cuando se efectuó la primera vuelta. El domingo próximo o vota por la conocida corrupción política o lo hace por la dignidad promisoria.
Hasta este lunes, las encuestas, casi siempre engañosas, unas daban un 2 % de ventaja a Castillo, otras 4 % y algunas hasta un 10 %, pero solo el conteo de votos decidirá quién se queda al frente de la gobernación de un país carcomido por la COVID-19, el narcotráfico y la delincuencia de la politiquería.
Keiko aprendió las mañas políticas de su padre y no niega que gobernará con los principios que él impulsó, con política económico neoliberal, control del Congreso Nacional, aniquilamiento del izquierdismo.
Con semejantes antecedentes, su hija piensa gobernar al calco, quizás con otros matices, consciente de la fortaleza moral de la población. Ya admitió que lo sacará de la cárcel tan pronto le coloquen la banda presidencial, si esta vez atina con los votos.
Mientras ella es aupada por la derecha y sus ramificaciones en el Perú, su contrincante cuenta con una base de apoyo en el campo, donde es conocido cuando en 2017 dirigió una huelga de profesores en varias regiones del país durante 75 días, y ganó la principal demanda de un aumento de sueldos para el magisterio.
Cuando presentó su candidatura el año pasado en representación de Perú Libre se abrió una incógnita: ¿tendría este hombre de 51 años la suficiente fuerza para ganar en especial a la Fujimori, que este año hizo un esfuerzo extra, usando todo tipo de mentiras para escalar al balotaje del domingo.
En silencio, sin alboroto alguno, Castillo ocupó el lugar del líder del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, inhabilitado y preso por negociación incompatible cuando era gobernador de Junín. En su opinión, la condena contra Cerrón forma parte de una campaña de persecución política del Estado para eliminarlo de las elecciones.
La candidatura del maestro, siempre tocado con un sombrero tipo hongo, pero de alas anchas, creció en especial en las dos semanas previas a la primera vuelta.
Este domingo están convocadas a las urnas 25 millones de personas, muchas atemorizadas por la propaganda mentirosa contra el maestro. Otros, apáticos ante lo que les espera si sale la Fujimori.
Los dos aspirantes sostuvieron tres debates públicos, en los que la ciudadanía pudo preguntarles sobre distintos asuntos que les competen en lo cotidiano.
Medios independientes consideran que el profesor de primaria, nacido en Tacabamba, en la provincia de Chota, en Cajamarca, a 900 kilómetros de Lima, demostró ser un buen jugador de dominó político, pues supo neutralizar los discursos que le tratan de ubicar en el terreno simbólico de la inmoralidad y el crimen.
La criminalización de la que es víctima ha tenido un efecto contrario al deseado, pues las mayorías rurales se identifican con un candidato que viene del pueblo y es honesto, según su proyección. La candidata contraria representa justo lo opuesto, a la élite política, escandalosamente corrompida.
En este contexto, el pasado día 28 ocurrió un atentado en el Vraem, que dejó 18 muertos, y que politólogos entienden que tenía un objetivo muy concreto: trasladar el final de la campaña al esquema de confrontación de los años 90 del pasado siglo, es decir, fujimorismo contra terrorismo.
La lectura de este incidente indica que tiene fines electorales, apoyada por la media hegemónica y los políticos tradicionales que protegen a la Fujimori. A estos grupos, aunque esté tan desprestigiada como Keiko, le viene bien cualquier político, en el entendido de que no gane Castillo.
Keiko de inmediato oxigenó y redirigió su liderazgo hacia las fuerzas armadas, y las instituciones privadas.
El presidente Francisco Sagasti no mencionó a la desbaratada guerrilla de Sendero Luminoso, pero el general César Astudillo, jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, apuntó directamente a aquel grupo, mientras medios reaccionaros de prensa dijeron tener fuentes militares que indicaban como responsables al Partido Comunista de Perú, militarizado por remanentes de Sendero Luminoso.
Este es el panorama en que viven los peruanos las últimas horas previas al balotaje en el que se definirá el modelo de país de los próximos años.
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