Tal parece que Haití, la pequeña y más pobre nación de América Latina y El Caribe, estuviera sola en el planeta. Pocos miran hacia ese pequeño punto en el mar Caribe donde la polarización social y la inestabilidad en general parecen ser un mal irreparable aunque, para orgullo de la región, fuera el primer país en independizarse de una colonia extranjera.
A pesar de la gravedad de la situación haitiana, nada indica que habrá una solución a mediano plazo, dadas las circunstancias que mantienen en vilo la estabilidad nacional. El abandono oficial del gobierno, el bandidismo, la pandemia de la COVID-19, las protestas populares y el descontrol económico conforman un cuadro poco alentador a futuro.
Los 11 millones de seres humanos que se supone –dada la alta emigración-. viven en Haití, en su mayoría negros y mestizos, sufren los desmanes del gobierno presidido por el derechista Jovenel Moïse, del partido Tét Kale.
Este millonario hacendado se negó a abandonar el cargo cuando concluía su mandato en febrero pasado y ahora busca una reforma constitucional para continuar en el poder, en una nación de economía inexistente.
Moïse, electo con 600 000 votos, es acusado de corrupción en el escándalo del robo del dinero de PetroCaribe, que estalló en 2018. En momentos en que el barril de petróleo costaba más de 100 dólares, imposibles de pagar por una gran parte de los Estados caribeños, Hugo Chávez, el fallecido presidente de Venezuela –gran potencia petrolera mundial- creó el proyecto PetroCaribe, con precios preferenciales y del cual Haití formó parte.
Sin embargo, el gobierno haitiano presidido por el también llamado ¨hombre banana¨ por sus extensas áreas sembradas de esa fruta, convirtió el solidario plan, del cual aun se benefician varios Estados, en un medio de corrupción y malversación.
El pueblo haitiano se volcó entonces a la calle acusando de ladrón al mandatario y las manifestaciones se radicalizaron solicitando no solo su salida, sino la puesta en marcha de políticas públicas que permitieran a más del 80% de la población tener acceso a empleo, salud, educación de calidad y seguridad en los barrios populares.
Las protestas no surtieron efecto y en la actualidad, con la devaluación de la gourde, su moneda nacional, los efectos inmediatos son que el país importa tres veces más de lo que exporta, el salario mínimo es de 3,4 dólares al día, y un desempleo cercano al 75%.
Estimados de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) sostienen que el 59% de su población vive por debajo del umbral de pobreza y más del 24% lo hace en situación de extrema pobreza.
Moïse, quien trabaja con el empuje de una locomotora para entronizarse en el poder, ni siquiera se ocupa de paliar el terrible panorama que deja la COVID-19 entre los haitianos. Ni una vacuna contra esa enfermedad letal, que se sepa, tocó tierra en ese país, mientras la población, aterrorizada, se enfrenta también a la delincuencia, que puso de moda, de nuevo, los secuestros de personas de todas las categorías sociales.
De hecho, aún se desconoce el paradero de diez personas en Croix-des-Bouquets, a pocos kilómetros de la capital entre los que figuran cinco sacerdotes, dos monjas, una de ellas de nacionalidad francesa, y tres familiares de uno de los prelados. Testigos atribuyeron los sucesos a la banda armada 400 Mawozo que opera en la zona, y, de acuerdo con la prensa local, exigen un millón de dólares para liberarlos. Además de los clérigos y familiares, otras dos personas fueron raptadas ese día en la capital.
En el primer trimestre del año, al menos 157 personas fueron raptadas, de ellas cinco menores de edad, una cifra que casi duplicada a la registrada en igual periodo de 2020, confirmó el Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos.
Crisis endémicas y la emigración forzada
Desde hace años, y por ciclos, pues deben trabajar para sobrevivir en medio de una economía arrasada, los haitianos realizan movilizaciones populares en busca de cambios estructurales que permitan al país no solo sobrevivir sino desarrollarse. Es una población acorralada por las invasiones injerencistas de Estados Unidos y de las tropas de Naciones Unidas, la corrupción y la desidia oficialista.
Por su posición geográfica, esa porción de la isla La Española, que comparte con Santo Domingo, es víctima de terremotos, huracanes y ciclones que empeoran la situación económica y social de sus pobladores, la mayoría carente de instrucción escolar, la cual sobrevive gracias a labores informales en la calle.
Para estudiosos del actual panorama, las crisis temporales ya son endémicas y tienen sus raíces en las gigantescas desigualdades económicas, en la tradición política enraizada en soluciones autoritarias a problemas sociales y en la influencia de la comunidad internacional, mediando para sus propios beneficios.
Esta polarización social y la inestabilidad en general son parte del tejido de Haití. Si se agregan los problemas generados por la COVID-19 y que la economía ya estaba en recesión, es fácil augurar que vendrán más protestas y una continua y peligrosa inestabilidad social y política.
Las personas emigran de Haití en busca de un mejor destino. Pero son muchos los obstáculos que encuentran, como el muro de 170 kilómetros de extensión que la vecina República Dominicana construye para evitar la entrada de haitianos a ese país, considerado una potencia turística en la zona. En Estados Unidos viven en situación precaria cerca de 350 000 haitianos, aunque las autoridades de uno y otro país no tienen control exacto sobre el movimiento del personal. Otros huyen y no rebasan la frontera mexicana.
Un elemento que desnuda al gobierno de Moïse es la carencia de una infraestructura hospitalaria para paliar la grave crisis originada por la COVID-19.
De acuerdo con un artículo publicado en el portal Rebelión, hasta ahora se prevé que Haití reciba solo 756 000 dosis de la vacuna AstraZeneca mediante el programa de las Naciones Unidas destinado a garantizar la llegada del exógeno a países pobres.
Las dosis gratuitas estaban programadas para llegar a más tardar en mayo, pero se esperan retrasos porque Haití no cumplió con una fecha límite y el fabricante indio clave ahora está priorizando un aumento en la demanda interna.
La Organización Panamericana de la Salud indicó que Haití tampoco solicitó un programa piloto en el que habría recibido antes algunas de sus dosis asignadas.
Otro motivo es que Haití reporta más de 12 mil 700 casos y 250 muertes, cifras que los expertos creen que no son fiables y en esas condiciones es imposible efectuar la donación.
El clima político no puede ser peor. En estos momentos en Haití hay un nuevo primer ministro, Claude Joseph, nombrado por el presidente por decreto tras la renuncia de Joseph Jouthe, incapaz de controlar las bandas armadas que están mejor equipadas que las fuerzas de seguridad.
Se convierte así en el séptimo Premier nombrado por el mandatario desde febrero de 2017 y el cuarto sin aprobación de la Asamblea Nacional, cerradas por órdenes presidenciales.
De acuerdo con un artículo publicado en el semanario internacional Orbe, para Jean Jones, miembro de la Plataforma Haitiana para el Desarrollo Alternativo, “la situación está fuera de control y resulta insostenible de prolongarse en el tiempo”.
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