Haití, una pequeña nación caribeña que solo ocupa espacios mediáticos cuando ocurren actos terribles en su cotidiana existencia de horrores, aparece sin cambios significativos luego del asesinato aún impune de su presidente Jovenel Moïse en julio, y el terremoto de 7,2 en agosto que dejó 2200 fallecidos, 16 000 heridos y millares de personas sin un sitio donde cobijarse.
No sorprende la situación haitiana, donde miles de personas salen a las calles a reclamar sus derechos ciudadanos, espantados también por las bandas de delincuentes que azotan los barrios bajo la mirada indiferente de las autoridades, incluso cuando Moïse vivía.
En fecha tan distante como el 8 de septiembre de 1892, y sin embargo con una descripción cercana a la realidad actual, el héroe nacional de Cuba, José Martí, escribió desde el dolor: “No vi jamás, en mi mucho ver, tierra más triste ni devastada que este rincón haitiano, que del vapor al entrar parece muerto, y no vive, en sus calles fangosas, más que de la limosna y de los apetitos”. Es muy posible que si Martí volviera a la tierra haitiana este 2021, la descripción del país de Toussaint-Louverture sería muy parecida.
Haití, que ocupa la tercera parte de la isla La Española, compartida con República Dominicana, nació pobre al ser obligada a pagarle a Francia por el reconocimiento de su libertad, ganada en la primera revolución de América. Luego de salir de las manos imperiales europeas devino la nación más pobre de las Américas y una de las del mundo. Le tomó 122 años pagar su deuda de la independencia por valor de 21 000 millones de dólares al cambio actual.
Nunca fue posible la prosperidad de Haití. Sufrió dos intervenciones militares de Estados Unidos, una de ellas durante casi dos décadas, la represión y la corrupción de la dictadura del clan de Francois Duvalier, un consumado ladrón de los bienes públicos y un enfermizo asesino. Luego padeció la separación forzosa de la presidencia del clérigo Jean-Bertrand Aristide, el único electo por el pueblo, en dos ocasiones, por un complot de Washington y París.
A todo lo anterior se suma su desfavorable situación geográfica en la parte oeste de La Española, la más pobre, con montañas despobladas por la tala indiscriminada de empresas extranjeras y por la cual atraviesan huracanes de grandes dimensiones y terremotos. Solo el del 2010 causó más de 200 000 fallecidos, y ahora otro este año, en medio de la letal pandemia de la COVID-19, sin que posean las cantidades necesarias de vacunas ni infraestructura hospitalaria.
Es común observar en la república que hizo la primera revolución liberadora de América Latina y el Caribe a centenares de familias que viven en espacios construidos de cartón, sin agua corriente ni servicios sanitarios. Una tragedia social que, al parecer, a pocos gobiernos importa.
DOS MESES SIN MOÏSE
Hace dos meses que asesinaron al presidente haitiano y aunque la policía hizo investigaciones y apresó a quienes cometieron el magnicidio —mercenarios colombianos pagados por una empresa contratista propiedad de un venezolano contrarrevolucionario asentado en Miami, y nacionales residentes en Estados Unidos—, el autor intelectual no ha sido reconocido.
Haití andaba a la deriva mucho antes del magnicidio. Los subterfugios del fallecido mandatario para seguir al frente del gobierno, la lucha por el poder, la corrupción, las bandas armadas, las consabidas carencias de empleo y la creciente hambruna eran partes del complejo escenario por el cual transitaba el país.
Al siguiente día del asesinato del presidente, el canciller Claude Joseph usurpó el cargo de Primer Ministro, desoyendo la designación que el mandatario hizo del político Ariel Henry para ese cargo, poco antes de su muerte.
El magnicidio se perpetró en medio de una profunda crisis política y social, ahora más agravada ante el titubeo de las nuevas autoridades. EE. UU. sigue dirigiendo la política haitiana y Moïse fue uno de los principales actores utilizados para, por ejemplo, tratar de fomentar la división de la Comunidad de Estados del Caribe, el único que lo hizo de ese bloque en el seno de la desprestigiada Organización de Estados Americanos, un ente dirigido por Washington. Se discutía entonces autorizar la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) contra Venezuela. O sea, que son numerosos los analistas que coinciden en que Moïse era un títere de la Casa Blanca que intentó cambiar la Carta Magna para perpetuarse en el cargo.
Es evidente que la traición a un aliado histórico como Venezuela, que hasta le condonó la deuda de compra de petróleo a precios preferenciales (y luego se conoció que se habían robado 4000 millones de dólares), fue un gesto dirigido a asegurar la protección imperial del entonces gobierno de Donald Trump. Era, coinciden analistas, una moneda de cambio ofrecida a la Casa Blanca para reiterar que, a pesar de los beneficios recibidos de Caracas, su alineación con la potencia imperial era absoluta.
Aunque nadie se responsabiliza con la afirmación, algunos partidos de izquierda consideran que las bandas terroristas fueron creadas por la Casa Blanca para facilitar a Moïse el control del país.
Los haitianos, además de sus problemas económicos, de seguridad y de salud cuentan con el accionar de al menos 77 grupos armados integrados por delincuentes (de acuerdo a la Comisión Nacional de Desarme, Desmantelamiento y Reinserción). El primer ministro interino declaró el Estado de sitio para, dijo, resguardar a sus coterráneos.
UN PUEBLO VALIENTE
El pueblo de Haití no es cobarde, y así lo demuestran las movilizaciones populares y acciones en las calles desde que Moïse asumió, fraude mediante, el gobierno dejado por su socio y amigo Michel Martellí,
Asesinado en su residencia en Puerto Príncipe, la capital del país, por los sicarios colombianos, aún se desconoce quién o quiénes sellaron su destino, pues había convocado a elecciones generales para el día 26 de este mes. Desde su asunción como jefe de Estado el 7 de febrero de 2017 y después de un polémico proceso electoral, el empresario bananero Jovenel Moïse contó con una baja popularidad traducida en fuertes críticas. El estallido social ocurrió con el ajuste propuesto con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En 2018, Moïse implementó el pacto diseñado por el FMI (a cambio de que el organismo financiero le otorgara préstamos por 96 millones de dólares para paliar la deuda), lo que desencadenó un incremento del petróleo y sus derivados en un 38 %, la gasolina y el diésel un 47 y 51 %, respectivamente.
Como respuesta a la medida, miles de haitianos exigieron en las calles la derogación del acuerdo con el FMI, pero antes sufrieron represiones de la Policía que se tradujeron en denuncias de asesinatos y desaparecidos.
La situación actual es confusa. Al parecer, el interés por el magnicidio pasó a un segundo plano, mientras permanece la disolución presidencial del Parlamento.
Mientras República Dominicana ya diseñó el muro que separará ese país de los haitianos emigrantes y dará una mayor libertad al pase de los oligarcas de las dos naciones, el primer ministro haitiano dijo que tomaría medidas para restablecer la seguridad, tras una reunión de urgencia con el Consejo Superior de la Policía Nacional.
Horas antes del anuncio, las pandillas, armadas con equipos de última generación, cerraron la ruta que lleva al aeropuerto internacional Toussaint Louverture en la capital, e hizo varios secuestros de funcionarios en la capital.
En ese contexto, Henry anunció que sostiene conversaciones con el partido Sector Democrático y Popular (SDP), según su portavoz André Michel, un seguidor ferviente de Moïse, quien dijo además que las discusiones están muy adelantadas respecto a un acuerdo nacional.
A medios políticos haitianos le sorprendió el cambio de 180 grados respecto al mes pasado, cuando el abogado Michel aseguró la ilegalidad del premier para establecer un gobierno y mantuvo una posición consecuente con el impulso que su organización dio a las masivas movilizaciones antigubernamentales de 2019. La nueva actitud del SDP resultarán un duro golpe al acuerdo formulado por la sociedad civil, con la adhesión de 200 organizaciones sociopolíticas haitianas.
El acuerdo del pasado 30 de agosto proponía una administración transitoria de dos años que cumpliera las demandas populares de enjuiciar a malversadores del Tesoro y la reestructuración de instituciones estatales.
Es muy posible que Henry posponga los comicios generales de este mes, por un plazo más largo, e incluso podría convocar al plebiscito sugerido por Moïse para modificar la Carta Magna.
Mientras las élites políticas analizan el futuro haitiano, el 60 % de la población sobrevive con menos de dos dólares diarios, solo un tercio de la fuerza laboral está empleada y la tasa de mortalidad infantil superó los 62 por cada mil nacidos vivos.
Tal parece que los haitianos todavía están pagando una enorme deuda con los franceses a cambio de concederle reconocimiento diplomático pagadero en cinco cuotas, lo cual endeudó desde su nacimiento a la pequeña república del Caribe.
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