Según conservadores datos de entidades internacionales especializadas, no menos de 250 millones de niños están enfrentando ahora mismo cambios drásticos y recios peligros para su integridad a consecuencia de las guerras y las nefastas condiciones económicas y sociales imperantes en sus lugares de origen.
En pocas palabras, y según se intepreta de recientes informes de la Organización de Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, una parte creciente del futuro de la humanidad está en serio peligro, como lo están también los cada vez más escasos recursos naturales, o la propia existencia del planeta a consecuencia de los acelerados cambios climáticos desatados por economías despilfarradoras y agresivas.
Estamos entonces frente a otro de los dramas universales con origen (y hay que repetirlo hasta el cansancio) en aquellos órdenes asentados sobre la explotación del hombre por el hombre, y que para conseguir sus fines no reparan en ningún principio moral o ético. El asunto es ganar y ascender siempre, no importa el costo ni las consecuencias.
De hecho, los eufemismos y tecnicismos retóricos se van quedado cortos y vacios. Tras la cortina de “daños colaterales” o “costos imprevistos” o “inevitables”, los poderosos que blanden el garrote hegemonista ya no pueden esconder las tragedias humanas que se desprenden de cada una de sus acciones destinadas a intentar alcanzar el trono global e imponer al resto del planeta su dominio pretendidamente eterno e intocable.
Y uno de los aspectos más terribles de este decursar radica en el costo que semejante trayectoria impone al segmento poblacional mundial que debiera ser el más cuidado, socorrido y privilegiado.
Así, y a cuenta de tan cruda realidad, suman decenas de miles los niños que, solo en los últimos años, han muerto, desaparecido o han resultado mutilados por las guerras de conquista imperiales desatadas a cuenta de subterfugios como la “lucha contra el terrorismo”, cuando muchas veces tales estallidos se asientan precisamente en la colaboración y permisividad de los presuntos y oportunistas “defensores” con relación a quienes asesinan y destruyen escudados en un enfermizo extremismo religioso.
Panorama —dicho sea con todo rigor— que ha venido a acelerar otras penurias fundamentales en no pocos países del titulado Tercer Mundo, como el hambre, la carencia de empleo, las enfermedades, la falta de educación y el abandono de la salud, que también conllevan la depauperación masiva de la niñez y la colocan, cada vez en mayor número, entre aquellos segmentos que inician el peligroso y bochornoso éxodo hacia el exterior en busca de las pretendidas “bondades” de las sociedades que han tocado la opulencia a partir del desastre de los menos favorecidos.
En consecuencia, los niños están hoy en la lista de los cientos de miles de refugiados que intentan cruzar las peligrosas aguas del Mediterráneo para acceder desde África y Oriente Medio a la Europa de la OTAN, o que se lanzan a atravesar el cinturón centroamericano y la ruda geografía del oeste mexicano con la idea de poder cruzar la frontera de los Estados Unidos.
Y, precisamente sobre este particular, la ya citada UNICEF indicaba hace apenas unas horas que cada vez es mayor el número de niños solos que provenientes del Sur del Río Bravo pretenden acceder a territorio estadounidense, al punto que solo en los últimos seis meses más de 26 000 de ellos han sido detenidos por las autoridades migratorias de la primera potencia capitalista.
“El riesgo de que estos niños no acompañados sean secuestrados, víctimas de tráfico, violación, o asesinados durante el trayecto es enorme, y el mayor problema es que su cuantía no deja de crecer”, indicaba al respecto Christoph Boulierac, portavoz de esa entidad especializada de las Naciones Unidas.
Por su parte, la Organización Mundial de Migraciones resultó conclusiva al considerar que “durante los primeros seis meses de 2016 murieron en el mundo 3 700 refugiados e inmigrantes en su intento de escapar de la miseria, la violencia o la persecución política”.
Esa cifra, añade el estudio, refleja un incremento del 23 por ciento con respecto al mismo periodo de 2015, y de 53 por ciento si se compara con el de 2014. Y dentro de tan macabro monto, no pocos eran precisamente pequeños lanzados a jugarse definitivamente sus noveles existencias, empujados por las crudas circunstancias que consuetudinariamente les han sido impuestas desde aquellos presuntos paraisos en los que soñaban transitar una restante infancia menos desgraciada.
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