Mientras el ave vigorosa que identifica a los pueblos andinos sufre los avatares de un mundo que a menudo pretende echar a un lado a la madre naturaleza, otro cóndor —con garras de águila imperial, por cierto— parece cobrar fuerza. El Plan Cóndor, que guiado por la CIA y ejecutado por oligarquías nacionales asoló con tortura, muerte y desapariciones al cono sur durante los años 70 y 80 del siglo anterior, revive actualmente con un fin igual de perverso: reinstalar el neoliberalismo.
Este proyecto de revancha se esconde tras muchas caretas, desde el sabotaje a los programas sociales de izquierda y el ataque a las fuentes de financiamiento y abastecimiento que los sostienen —muy aplicado en Venezuela— hasta la criminalización de los gobiernos de izquierda y el golpe parlamentario que, aunque visto nítidamente en Brasil, ha probado la eficacia de su veneno en otras naciones que habían logrado sacar a la derecha del poder.
Algo no se puede negar: las mismas urnas, las mismas leyes, los mismos mecanismos, a veces hasta la misma gente —bien manipulada, claro está— que, tras ancestral cansancio popular, llevaron al triunfo de importantes propuestas de avance en la región, parecen ahora volverse en su contra.
El ascenso de Chávez (1999-2013), Lula (2003-2010), Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015), Correa (2006), Evo (2005) y el Pepe Mujica (2010-2014) devolvieron la esperanza a la región más desigual del mundo y consiguieron refrendarla en los hechos con progreso.
¿Qué ha pasado, entonces? La cerrada victoria de Mauricio Macri en Argentina y el creciente acoso a Cristina Fernández, la carísima derrota del chavismo en las últimas elecciones parlamentarias venezolanas, el ilegal —pero confirmado— desplazamiento del poder de Dilma Rousseff y el acoso perenne a Evo Morales y a Rafael Correa demuestran que, más allá de las fallas propias —que siempre las hay—, el gran capital no duerme ni perdona.
Estados Unidos no renuncia a su aspiración de control de los recursos latinoamericanos —materias primas, petróleo, madera, agua dulce…— ni al dominio de su mercado, y recluta, para que se los sirvan en bandeja de sumisión, a una burguesía cuya única patria es el dinero.
Pese a que estas naciones conformaron un bloque de vanguardia regional que redistribuyó más justamente la riqueza, en ninguna de ellas se dio la estacada final al mercado capitalista ni a la clase social que lo sostiene. Los procesos de nacionalización no lograron derribar a las oligarquías ni frenar el dominio de trasnacionales que, ya se sabe, no circunscriben su dominio solo a la economía.
Las prácticas de derrocamiento son singulares. El analista y periodista Miguel Jaimes aseguró a TeleSur que esta nueva operación es de bajo perfil y que, mientras en el Medio Oriente se busca implantar la guerra y el empleo de armamento bélico, en América Latina se promueven los juicios políticos para enterrar liderazgos.
Rafael Correa, uno de los principales objetivos de esta cruzada neoliberal, lo ha dicho claramente: “Ya no se necesitan dictaduras militares; se necesitan jueces sumisos, se necesita una prensa corrupta que incluso se atreva a publicar conversaciones privadas, lo cual es absolutamente ilegal”.
Si alguien tuviera dudas de adónde apunta la vuelta neoliberal, solo tiene que remitirse a la acción de Mauricio Macri desde su llegada al poder en diciembre de 2015. Sus primeras disposiciones fueron despidos masivos, cierre de medios de prensa, privatizaciones, eliminación de medidas populares y una política exterior abiertamente hostil contra sus vecinos de izquierda.
¿Por qué esta preferencia inédita por el golpe parlamentario? Porque es más solapado y permite cambiar —para mal— el curso de un país en breve tiempo, con bajo costo político para sus promotores y nula violencia, garantizando así una imagen de respeto a la ley y el orden.
Dilma ha sido, quizás —dado el enorme peso de su país, un “Brics” venido a menos, a base de zancadillas—, la presa mayor, pero no la primera. En 2009, el Parlamento de Honduras apoyó el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya y en 2012 Fernando Lugo fue apartado dos horas como presidente de Paraguay tras un oscuro juicio político parlamentario que logró lo que el Partido Colorado había intentado más de una veintena de veces: anular su programa popular.
En Venezuela se ha probado todo el arsenal de Occidente contra el proceso bolivariano. Desde el golpe de 2002 contra Chávez —quien denunció el encuentro previo del golpista Pedro Carmona con Charles Chapiro, entonces embajador norteamericano— hasta el paro petrolero, la nada casual bajada internacional del precio de este rubro, columna de la economía nacional, la desestabilización de su mercado y el fomento de la violencia.
¿Qué pudiera ofrecer, en estas naciones, un proyecto neoliberal?: desentendimiento del Estado sobre el mercado laboral, privatizaciones de lo ya recuperado por el pueblo, suicidas facilidades a las multinacionales para que ahoguen el país, y una ley de oferta y demanda que lo primero que demanda es la exclusión de los pobres.
A tal punto el neoliberalismo es un lobo de orejas inocultables que, recientemente, a tres funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) se les “escapó” en un estudio esta frase elocuente: «“En vez de llevar al crecimiento, algunas políticas neoliberales han aumentado la desigualdad, a la vez que ponen en peligro la expansión duradera”.
El artículo, publicado en el sitio oficial de esa entidad, está firmado por Jonathan D. Ostry, subdirector del Departamento de Investigaciones; Prakash Loungani, jefe de división y Davide Furceri, economista en la misma dependencia. Los pueblos de América Latina tendrían que estudiar a fondo esa cita.
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