Cerrados los tres debates televisivos entre los aspirantes a la Casa Blanca, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, se supone que ya habría algún atisbo de lo que puede suceder el cercano ocho de noviembre en las urnas.
Y si de alguna manera buena parte de los analistas indican que la Clinton fue la ganadora de este controvertido ciclo de encontronazos bilaterales mientras Trump vio degradarse su inusitada imagen pública de los primeros tiempos de campaña, lo cierto es que todavía nadie se la juega anticipando el nombre del posible nuevo ocupante de la Oficina Oval.
Las encuestas, tan agitadas y numerosas como siempre, tienden a favorecer a la ex primera dama por, al menos, entre tres y ocho puntos porcentuales por encima del magnate inmobiliario, pero existen criterios importantes acerca de que imponerse en un tinglado televisivo no implica necesariamente cambiar la mente de muchos de aquellos que están imbuidos de asistir a las mesas de votación.
Se habla del hecho de que los debates ocuparan la mayoría de su tiempo en un intercambio de insultos y reproches mutuos, y que buena parte de los temas preocupantes del electorado apenas se analizaran con la profundidad requerida en un duelo por la presidencia de un país, ha motivado que los criterios y preferencias de los posibles votantes no hayan variado demasiado, e incluso que algunos de ellos estén considerando abstenerse el ocho de noviembre.
De todas formas, la revisión de la tradicional movilización a las urnas en los Estados Unidos precisa que la inasistencia de electores alcanza una media histórica de casi cincuenta por ciento en cada convocatoria y que, por tanto, los presidentes son designados usualmente con el voto de no más de treinta por ciento de la población apta para ejercer su derecho al sufragio.
Con todo, la prensa considera que en el encuentro realizado en Nevada, la Clinton se mostró más segura, más explícita y más conocedora que un Trump que comenzó con cierto control, pero terminó nuevamente desaforado, al punto de negarse a responder si aceptaría un resultado adverso a su aspirantura en los cercanos comicios generales.
Donald Trump, además, se ha convertido en un dolor de cabeza para el propio sector republicano, al estallar abiertamente contra sus tradicionales dirigentes, luego que estos afirmaron le retirarían el apoyo tras divulgarse referencias “groseramente machistas” del magnate, que se unen a multitud de manifestaciones xenófobas y a apreciaciones políticas simplistas.
Una verdadera crisis dentro de un Partido que por ahora lidera el poder legislativo, pero que puede ver perjudicado ese privilegio a partir de la desunión y las rencillas intestinas generadas por la candidatura de tan controvertida figura.
Ello sugiere que las esperanzas de Trump siguen descansando entre grupos de ideología extrema y aquellos sectores blancos de base que se tragan la píldora de que los males que les afectan provienen de la presencia de inmigrantes, el presunto exceso de tolerancia oficial en su desempeño interno y externo, o el no enfrentamiento a pretendidas amenazas económicas como el auge productivo y comercial de China.
En fin, que vaticinar resultados electorales definitivos en esta contienda política norteamericana sigue siendo tan complicado como afincar el píe en un escenario tapizado de balines, y embadurnados de grasa por demás.
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