Muy pocos en este lado del mar han oído hablar de Kiribati. Es un diminuto país constituido por varios atolones que parecen navegar en el inmenso Océano Pacífico. Quizás la nación siga siendo desconocida para millones de personas aun cuando se convierta en una de las primeras en desaparecer en el mundo como consecuencia del aumento del nivel del mar por el calentamiento global.
El gobierno ha comprado seis mil hectáreas de tierra en la Fiji, distante a unos dos mil 200 kilómetros de Kiribati, mientras que varios de sus habitantes han solicitado asilo en Nueva Zelanda y Australia. Ellos se convertirán en los primeros refugiados por el cambio climático y se especula que en dos décadas serán unas 200 millones de personas las que entren en esta categoría.
El drama de los kiribatianos no es extraño para otros habitantes de islas del Pacífico y el Caribe, pequeños estados insulares que a pesar de no encontrarse entre los máximos emisores de gases contaminantes a la atmósfera serán las primeras víctimas de las consecuencias de este proceder.
Esa realidad es refrendada por estudios científicos como uno de la Organización Meteorológica Mundial que afirma que el período 2011-2015 fue el más cálido jamás registrado, fenómeno que estuvo acompañado por el aumento del nivel del mar y retroceso del hielo en el ártico, los glaciares y el manto de nieve del hemisferio norte.
De acuerdo con el informe de la entidad la tendencia climática ha propiciado impactos de eventos hidrometeorológicos como la sequía en África, inundaciones en Asia, huracanes de gran intensidad en el Atlántico Norte y el Índico, fortalecimiento de El Niño y olas de calor en Argentina, India y Pakistán.
La investigación fue presentada en una de las sesiones de la 22 Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 22), que se desarrolla en la localidad de Marrakesh, en Marruecos. Allí se han reunido representantes de 196 países, instituciones científicas y activistas ecologistas con el propósito de poner en marcha el Acuerdo de París, suscrito el pasado año en la capital francesa y en el que finalmente se imbricaron China y Estados Unidos, los principales emisores de gases contaminantes a la atmósfera.
La llaman la conferencia de las soluciones, después de que durante la COP21 en la Ciudad de las Luces, se lograra un marco legal que fuera vinculante para todos los signatarios. Antes, en Copenhague, el mundo había asistido al fracaso climático. Fue imprescindible que los gobiernos chino y norteamericano se sentaran en la mesa de negociaciones porque la reducción de las emisiones siempre ha tenido el lastre de la economía.
Mientras China anunciaba el cierre de varias de sus plantas de carbón, Obama lanzaba un ambicioso proyecto para el desarrollo de energías renovables. Por un breve tiempo el mundo respiró aliviado. Los científicos pensaron que el llamado “punto del no retorno”, cuando la temperatura suba dos grados con respecto a la era pre-industrial, no se alcanzaría sino hasta dentro de 50 años, e incluso, la economía, aparentemente el hándicap del tema, se beneficiaría con la promoción de inversiones en países en desarrollo para la creación de proyectos con fuentes renovables.
La elección del republicano Donald Trump, precisamente a pocas horas de comenzada la COP22, ha preocupado a gran parte de la comunidad internacional.
Para el millonario neoyorkino el cambio climático “no es más que invento chino para bajar la competitividad de la fabricación en los Estados Unidos”. En su campaña prometió la reapertura de minas de carbón allí donde Obama prometía parques solares y eólicos, y cargaba contra el elevado presupuesto de las agencias ambientales federales o la alta carga impositiva para las empresas más contaminantes.
Estados Unidos, que no había firmado el antecesor Protocolo de Kioto, es un elemento clave en la reducción de las emisiones contaminantes a la atmósfera. Si bien es cierto que el recién electo presidente no puede derogar las decisiones tomadas por su predecesor o desconocer las obligaciones del Acuerdo de París, puede mostrarse apático para aplicarlo o en el peor de los casos torpedearlo internamente con un Senado y un Congreso que le han servido los republicanos en bandeja de oro.
Incertidumbre y preocupación se reflejan en los rostros de varios de los asistentes a la COP22, que recibirá a jefes de estado de los cinco continentes a partir de la semana próxima. ¿Habrá un retroceso? ¿Las opiniones de Trump solo fueron poses políticas para captar votantes?
Trump no ha oído hablar de Kiribati. Quizás piense que cuando el mar suba e inunde gran parte Nueva York él estará protegido en su mansión.
Quizás muchos de los habitantes de Kiribati no hayan oído hablar de Trump. Están demasiado ocupados colocando piedras en sus playas con el ingenuo afán de detener avance del mar. Sin embargo, por esas injusticias de la vida, su destino está en manos de gente como el recién electo presidente de los Estados Unidos, a quien pudiera preocuparle el hecho si allí tuviera uno de sus famosos hoteles.
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