Cuando se publican estas líneas, la guerra instigada en Siria, que ya acumula 200 mil muertos, podría haber entrado en una aparente calma que debe dar paso a nuevas negociaciones para el logro de un acuerdo de paz definitiva mediante la reconciliación nacional.
La nueva oportunidad surgió del más reciente contacto bilateral entre el canciller ruso, Serguei Labrov, y John Kerry, Secretario norteamericano de Estado, en un largo y trabajoso intercambio que este último personaje definió como “una oportunidad y nada más que eso hasta que se convierta en realidad”.
El jefe de la diplomacia del Kremlin, por su parte, habló de “hacer todo lo posible” por el fin de la guerra, aunque, aclaró, “no todo depende de Rusia.”
El asunto no deja de ser delicado, aun cuando de inmediato Damasco dio su visto bueno a la hoja de ruta en cuestión, que reclama el fin de los combates y la apertura de pasos humanitarios para hacer llegar apoyo a los civiles atrapados por los combates.
Para Washington, como era de esperar, es importante que los difusos grupos armados opuestos a Damasco que define como “no extremistas” dejen de ser blanco de los ataques oficiales.
No obstante, Moscú y el gobierno sirio han denunciado el apoyo de Estados Unidos y sus aliados a estos segmentos violentos que la mar de las veces unen fuerzas y se mezclan con los terroristas del Estado Islámico y Al Qaeda, también hijos díscolos de la hegemónica y oportunista injerencia norteamericana en Asia Central y Oriente Medio.
De manera que, como se observa, se trata de un cuadro complicado en materia de delimitación certera de quién es realmente quién en una trinchera o un puesto bélico que debe ser asaltado o destruido.
Por demás, para Washington era una necesidad establecer un respiro, toda vez que en el estricto terreno militar la balanza se ha inclinado claramente a favor del Ejército oficial de Siria en los últimos tiempos, que cuenta, además, con el efectivo apoyo de la aviación rusa de combate en su lucha contra el terrorismo.
Así, y según analistas, de proseguir la guerra, no era ya un hecho imposible que los grupos extremistas sufriesen una aplastante derrota en el mediano plazo, final que implicaría, entonces, la disminución de las posibilidades de sostener el actual, de nociva injerencia en el devenir interno sirio.
En consecuencia, el actual acuerdo sería para los agresores externos en Siria una suerte de freno necesario, al menos temporalmente, y la apertura de un espacio donde aún es posible maniobrar políticamente, aunque es evidente que la intención de destruir al gobierno de Bashar el Assad resulta una meta cada vez menos materializable.
En cuanto a Rusia y el propio Damasco, es un deber consciente el explorar todas las posibilidades que surjan para cesar de inmediato el baño de sangre y destrucción impuesto al pueblo sirio, mucho más en una situación militarmente ventajosa que reduce sensiblemente el margen a demandas extremas e irracionales de los oponentes.
Por el momento voceros de grupos pretendidamente “no terroristas” e integrantes del opositor Alto Comité de Negociaciones, creado por Arabia Saudita y reconocido por Occidente, han dado su conformidad al nuevo alto del fuego, aunque tal bienvenida hay que asumirla con reservas a cuenta de que, como ha sucedido antes, semejante pausa se intente convertir en espacio para establecer exigencias desequilibradas, carentes de equidad e intencionalmente desconocedoras de la realidad vigente.
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