Tanto como huracanes y terremotos, América Latina ha sufrido históricamente la calamidad de los golpes de Estado. En torno a este último azote la situación no ha cambiado, más allá de disfraces formales que apenas esconden las intenciones desestabilizadoras del gran capital.
Ahora se aplican los “golpes suaves”, cuyas consecuencias nada tienen que ver con ese sedoso término. Dentro de los “subgéneros” de la trama hemos visto no solo la infausta aplicación de los golpes parlamentarios, sino también otra sutil bofetada a la democracia: los golpes mediáticos. Todos forman parte de la actualización del golpismo.
Así de claro: entre los grandes enemigos de los gobiernos progresistas de la región se encuentran las corporaciones mediáticas, que desde abril de 2002 —cuando fue atacado violentamente el orden de la Venezuela gobernada por Hugo Chávez— patentaron en el área este tipo de zancadilla coordinada. El periodista venezolano Modesto Emilio Guerrero ha escrito que sin Gustavo Cisneros y Marcel Granier, dueños de Venevisión y Radio Caracas Televisión, respectivamente, no puede entenderse aquel zarpazo.
Ya a finales de 2015, un libro del abogado y articulista español Fernando Casado —“Antiperiodistas. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela”— expuso detalladamente cómo los medios de comunicación de ese país y de Latinoamérica atacaron y atacan tanto al Gobierno de Chávez como al de Nicolás Maduro.
Por cinco años, Casado entrevistó a más de 70 periodistas que tratan el tema y llegó a la conclusión de que no solo manipularon la realidad, sino de que sus órganos “pasaron del acoso mediático a posturas progolpistas”.
“Dictadura”, “represión”, “populismo”, “falta de libertad de expresión”, “presos políticos”, “colaboración con el terrorismo…”, son calificativos constantes para referir lo que las mayorías beneficiadas por el proceso bolivariano explican en términos muy diferentes.
Dejada atrás la época de irrupción de las dictaduras militares, la izquierda de América Latina —sobre todo la que logró gobernar— padece el ataque simultáneo de los empresariados nacionales, la derecha política, las grandes potencias y la prensa dominada por todos ellos.
Se ha dicho, con razón, que en el Plan Cóndor neoliberal que funciona en el continente, los medios son el equivalente a “los milicos” golpistas de los años ‘70.
Incesantes campañas criminalizan sin pruebas a los gobiernos de izquierda y a sus líderes y fomentan en las masas la desconfianza, el temor y el hastío con la intención de cambiar sus posiciones políticas.
En ocasiones, la propia obra de estos gobiernos se vuelve contra ellos. El avance social, que sacó a millones de la pobreza, engrosó también a una clase media —en Brasil, por ejemplo— que, al ascender en la escala social, asumió posiciones de derecha y respalda sus causas y candidatos.
Este flanco neoliberal no es secundario. Evo Morales, uno de los más sólidos paradigmas regionales, admite que el retroceso de la izquierda en América Latina se debe a la incapacidad de los gobiernos progresistas de enfrentar la guerra mediática.
Él mismo sufrió una feroz campaña que frustró el eventual referendo para su reelección: “En 10 días, con mentiras, calumnias, nos han derrotado mediante medios y redes sociales”, reconoció. La derecha sabe lo que Evo simboliza.
Ignacio Ramonet, destacado comunicólogo franco español, ha denunciado que los “latifundios mediáticos” privados latinoamericanos concentran canales de televisión, estaciones de radio, periódicos y revistas que emplean en una guerra a muerte contra los gobiernos progresistas.
“Ya no actúan como medios sino como auténticos partidos políticos”, ha dicho el especialista, quien considera que, actualmente, “de la calidad de la información depende la calidad de la democracia”.
A tal punto están las cosas, que se considera que las elecciones que dieron el cerrado —y costoso— triunfo a Mauricio Macri en Argentina fueron también, o en primer lugar, una victoria del conglomerado Clarín y del periódico La Nación.
Un estadista de izquierda particularmente atacado ha sido Rafael Correa, presentado como enemigo de la crítica y de la libertad de prensa. Como complemento, los medios públicos ecuatorianos son acusados de “gobernistas”. Por ello, al momento del golpe de septiembre de 2010 contra Correa, la prensa pública, única que decía al pueblo qué pasaba realmente, también fue blanco del ataque.
La campaña ha caído también sobre el canal multinacional Telesur. Se supondría que, entre colegas, las diferencias se dirimieran en artículos responsables, pero no… los grandes medios de derecha saben que, en nuestro continente, el poder que les manda les ha dado la orden de tornarse oposición. Y se la toman en serio.
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