Todo hace pensar que si España finalmente quiere integrar gobierno luego de dos vueltas de elecciones legislativas, ello radicará en mucho en la voluntad de concertación que en lo adelante demuestren los líderes de sus principales fuerzas políticas.
En efecto, la segunda ronda para intentar establecer una administración nacional, realizada este 26 de junio, no se diferencia sustancialmente en sus resultados de la ejecutada en diciembre pasado, que llevó a un largo proceso de conversaciones y tratativas sin salida alguna.
Entonces el rey Felipe Sexto entregó la tarea de integrar el poder ejecutivo a Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, quien entrampado entre el interés de no propiciar una repetición gubernamental derechista, pero en desacuerdo con la izquierda más radical, nada pudo hacer a favor de mantener la institucionalidad local.
Ahora, trasncurridos seis meses, y luego de alguna nueva alianza y no pocas batallas verbales, en un lance comicial al que acudió poco más de cincuenta y uno por ciento de los posibles votantes, los resultados en las urnas no difieren en mucho con respecto a los de diciembre de 2015, y vuelve a repetirse el hecho de que ninguno de los partidos contedientes suma los 176 escaños necesarios para poder establecer gobierno por si mismo.
Según cifras finales aproximadas, el Partido Popular, PP, de derecha, y su líder Mariano Rajoy, se adjudicaron la mayoría de los sufragios con alrededor de 33 por ciento de preferencia.
Mientras, el PSOE se mantuvo como segunda fuerza nacional con un 24 por ciento; la colación Unidos Podemos con más de 22 por ciento, y Ciudadanos, de centroderecha, con cerca 14 por ciento.
En pocas palabras, que la vuelta al intento de trazar alianzas y compromisos es un hecho para las próximas jornadas.
Lo interesante es que encuestas precedentes a la votación destacaban como novísima posibilidad que el binomio Unidos Podemos pasaría a ser la segunda fuerza nacional y la cabecera de la izquierda, relegando a un tercer plano al PSOE, pero es evidente que en esta ocasión los pronósticos no fueron tan exactos.
En consecuencia, el mapa político vuelve a ser tan complejo como seis meses atrás. Por lo pronto es descartable que el PP y el PSOE se entiendan, toda vez que – si no hay cambios imprevistos- el partido de Pedro Suárez debe mantener su línea de no acceder a la perpetuación de la derecha en el ejecutivo.
Por demás, vale recordar que en los últimos días los líderes de Unidos Podemos, aún cuando los estudios de opinión les daban un nuevo margen de victoria finalmente no cumplido, han insistido en intentar arreglos con la izquierda menos radical si para evitar otro angustioso vacío de poder.
Por su parte, Ciudadanos, pretendiendo hacer gala de una línea que defiende los intereses claves y la estabilidad del país, admite la posibilidad de lograr cualquier arreglo satisfactorio, ya sea con el PP o con las entidades opositoras.
De manera que en estas horas el cuadro institucional español casi parecería una copia exacta del prevaleciente desde diciembre pasado hasta la convocatoria de la recién concluida vuelta de elecciones legislativas, y por tanto, lo decíamos en líneas precedentes, que España pueda o no tener gobierno en los próximos días o semanas vuelve a ser una definición que depende básicamente de la actuación de los líderes de las principales fuerzas representadas en el parlamento.
Seria y responsable tarea, porque pesa también (ahora con especial fuerza) el límite de paciencia de un país que, junto a una crisis económica y social de desbordadas dimensiones, vuelve a vivir el sensible episodio de pretender rearmar y hacer valer su institucionalidad.
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