Marrakech es una de las principales ciudades del reino africano de Marruecos. En lengua bereber su nombre quiere decir Tierra de Dios. Los turistas aman su mercado, uno de los más grandes del continente; la zona histórica de Medina y el Gran Premio de Marruecos, que tiene lugar en su circuito de carreras de autos.
A la ciudad la rodea el desierto, cuya desnudez y austeridad de paisaje contrasta con los hoteles y spas que, poco a poco, han ido creciendo alrededor de la urbe. En Marrakech hay normas que quizás alguien con una cultura occidental no entendería, ya que se trata de regulaciones propias del islamismo. Por estos días otras restricciones se suman y tienen que ver con un mayor cuidado del medio ambiente.
Para algunos se trata de una pose del gobierno, toda vez que la urbe acoge la 22 Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP22); otros, advierten que pudiera tratarse de un símbolo del necesario compromiso de las autoridades con la puesta en práctica del Acuerdo de París.
Precisamente la principal misión de esta cita es implementar el reglamento para la aplicación del tratado internacional. Para este paso los expertos vaticinaban al menos tres años, pero apenas 11 meses después entró en vigor (el Protocolo de Kioto necesitó siete años) y ya 80 países lo han ratificado. Ahora queda escribir la forma en que cada firmante planea implementarlo y los compromisos de los estados desarrollados para apoyar a los más pobres en la aplicación de un acuerdo que tiene como características esenciales la universalidad y la inclusividad.
Rendición de cuentas, búsqueda de financiamiento, capacitación, cooperación internacional, control mutuo, son algunas de las respuestas que espera el mundo de los expertos y jefes de estado que se reúnen hasta el próximo 18 de noviembre en la ciudad marroquí. Si se ha actuado hasta el momento con celeridad, ahora no es tiempo de andarse con medias tintas.
También se pasa revista a temáticas como: el impulso a las fuentes renovables de energía, modelos de economía verde, reciclaje, agricultura sostenible, acceso al agua, protección de la biodiversidad, adaptación y resiliencia ante el cambio climático, degradación de los suelos e inclusión social.
En el evento, la Organización Meteorológica Mundial ha presentado varias investigaciones que demuestran que la Tierra se está calentando y lo hace con un ritmo mayor. Las emisiones de CO2 no han disminuido y las consecuencias son cada vez más evidentes con el incremento del número y fuerza de fenómenos naturales como: huracanes, inundaciones y sequías.
Mientras se presentaban estos resultados, afuera, el desierto africano avanzaba por la puerta abierta que la desertificación va abriendo en varios países del continente y que condena a millones de personas al hambre y la miseria.
Que la Conferencia se celebre en África es un símbolo, pero también un llamado de atención a los decisores. Para Salaheddine Mezouar, Presidente de la cita, esta es “…una oportunidad para poner las voces de los países más vulnerables frente a los cambios del clima, en particular los países africanos y estados insulares. Es urgente actuar ante estas cuestiones relacionadas con la estabilidad y la seguridad”, dijo.
Hasta la fecha han tenido la palabra los especialistas y los ambientalistas y se espera que a ellos se incorporen, en las próximas horas, alrededor de 70 jefes de estado y de gobierno, entre ellos representantes de alto nivel de los de dos países mayores emisores: Estados Unidos y China.
Se espera que para ese entonces el encuentro tenga una mirada más atenta de los medios de comunicación, muchos de los cuales aún no lo han convertido en una de sus tendencias. No pocos, incluso, han aprovechado la oportunidad para regodearse en una mirada de exotismo hacia la cultura marroquí.
Si la COP21 en París, significó la cumbre del compromiso, esta debe ser, necesariamente, la de la acción porque quizás no haya tiempo para rectificar.
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