Hace diez años América Latina se desperezaba del amargo letargo del neoliberalismo y varios movimientos de izquierda ascendían al poder político para convertir proyectos de equidad social en programas concretos de gobierno.
En el continente más desigual del mundo y reconocido traspatio de los Estados Unidos, surgían líderes autóctonos que se proponían redistribuir las riquezas de forma más justa, nacionalizar recursos e industrias, emprender la reforma agraria, eliminar el hambre y la pobreza y, más herejes a los ojos de los conservadores, establecer mecanismos de integración económica, política y social.
El aldabonazo de los nuevos tiempos que corrían fue aquel encuentro hemisférico en Argentina, Mar del Plata, cuando Hugo Chávez, junto a otros líderes regionales, anunció la estocada final al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA).
Del inminente peligro de convertir las economías locales en sietemesinas exportadoras de materias primas y mano de obra barata hacia el norte gringo, la región pasó a protagonizar el tablero de la geopolítica continental. Aquella irreverencia iluminada dio paso a otros proyectos alternativos de integración como la hoy llamada Alianza Bolivariana para las Américas, que proponían ante la economía del despojo, la economía de la solidaridad.
El gesto de Chávez y sus compatriotas también significó, en el continente, la llegada del tiempo de la izquierda. Mientras el modelo neoliberal se caía a pedazos en varios países, movimientos y partidos de izquierda se fortalecían y llegaban al gobierno con programas que significaban la solución a los problemas sociales.
Bolivia, Ecuador, Paraguay, Brasil, Uruguay, Centroamérica, el Caribe insular, Perú, Chile, cada uno con sus matices, fueron escenarios de estas revoluciones que si bien aceptaron las reglas de la democracia burguesa, pronto entraron en contradicción con sistemas políticos concebidos para perpetuar los privilegios de las oligarquías nacionales y las transnacionales.
A pesar de los grandes avances sociales y los resultados económicos alcanzados en la etapa, estas administraciones sufrieron un duro desgaste político. En ello influyeron la constante lucha a la que obligaba la contraofensiva de la derecha internacional, los planes desestabilizadores de Estados Unidos y en determinados lugares, el acomodamiento de las organizaciones de izquierda.
De pronto, el continente se convirtió en un escenario de guerra no convencional en el que transnacionales y agencias de inteligencia norteamericanas colaboraron para promover golpes de Estado “blandos”, dividir la opinión pública y resquebrajar la unidad de las organizaciones hacia lo externo y lo interno. El teatro de operaciones vio emplear armas psicológicas y tecnológicas que ya habían probado su eficacia durante la Guerra Fría y ahora se redimensionaban a la luz de las nuevas tecnologías de la información.
Celaya en Honduras, Lugo en Paraguay y recientemente Rouseff en Brasil, han sido víctimas de estas maquinaciones a las que han sobrevivido, no sin antes exponer hasta su propia vida, las experiencias revolucionarias de Correa en Ecuador, Morales en Bolivia y Hugo Chávez y posteriormente Maduro, en Venezuela.
El retroceso en los mercados de materias primas, principal renglón de las economías del continente, fue aprovechado oportunistamente por la derecha y los Estados Unidos que han contratacado con la llamada Alianza Pacífico, una versión light del ALCA.
Aun cuando otros menesteres marginaron un tanto la mirada de la política exterior estadounidense hacia el continente, el imperio mantuvo los principios esenciales de su proyección, al que aprecia como un traspatio al cual puede exportar problemas como: la droga, el analfabetismo y la deformación económica.
Afín con lo que ha sido el sello distintivo de la administración de Obama, el “smart power”, la diplomacia norteña ha tratado de jugar con la metáfora de la masa y la zanahoria. Lo mismo aplaude y se imbrica en el proceso de paz de Colombia, que recluta a paramilitares fraguados en este conflicto para infiltrarlos en Venezuela con planes de magnicidio.
Y quizás uno de los ejemplos más ilustrativos ha sido el proceso de normalización de relaciones diplomáticas con Cuba. Aunque reconocen que la política hacia la Mayor de las Antillas, durante 50 años ha sido errónea y debe cambiarse, manifiestan fidelidad a sus principios fundacionales, promover un cambio de régimen en la Isla. Por ello, los medios internacionales lo mismo informan de una millonaria multa a un banco europeo, por la aplicación extraterritorial del bloqueo, que se maravillan con la abstención del gobierno norteamericano en la ONU ante la condena mundial a este mecanismo genocida.
Las contradicciones en la región se mantendrán. En el nuevo ciclo electoral que se abre la lucha será encarnizada. La estrategia imperial se basa en la alienación de los pueblos, el olvido de la historia y la exacerbación de las rencillas locales detrás de un falso nacionalismo. La respuesta no puede ser otra que la unidad, la solidaridad y la integración.
Ese fue el camino que avizoraron los padres fundadores de las repúblicas americanas, quienes en fecha tan temprana como inicios del siglo XIX advertían la predestinación del imperialismo norteamericano a plagar de penas la región latinoamericana.
Aunque existen mecanismos políticos e incluso gubernamentales que garantizan esta cooperación, la unión verdadera se concreta en la conciencia de los pueblos. De ahí el desarrollo de iniciativas como la reciente Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo, en la que participaron organizaciones de la sociedad civil de México, Perú, Panamá, Uruguay, Paraguay, Cuba, Venezuela y Brasil.
Con el lema ¡Ni un paso atrás! ¡Los pueblos seguimos en lucha por nuestra integración, autodeterminación y soberanía, contra el libre comercio y las transnacionales! el encuentro concibió marchas populares, conferencias y talleres en los que fueron protagonistas los jóvenes.
Hay quien habla de un retroceso de la izquierda en América Latina y se afila los dientes esperando la restitución del neoliberalismo, sobre todo porque hay cambio de poder en el despacho oval de la Casa Blanca, y cualquiera de los dos contendientes mantendrá la política de dominación y los planes expansionistas vigentes desde tiempos inmemoriales.
Con esas trompetas del Apocalipsis tronando, la voz de José Martí se hace más necesaria y cobra mayor vigencia su frase: “Es la hora del recuento y la marcha unida y hemos de andar como la plata, en las raíces de los Andes”.
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