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viernes, 15 de noviembre de 2024

Claroscuros de América Latina

Acontecimientos relevantes marcaron 2016 en el continente...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 01/01/2017
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Juan Manuel Santos
En La Habana se han firmado importantes acuerdos entre el gobierno colombiano y las FARC.

Son 366 los días de este año de más tribulaciones que alegrías para América Latina, que en noviembre pasado perdió a uno de sus hijos más queridos, el Comandante cubano Fidel Castro Ruz, el político que dignificó a su pueblo y brindó en la solidaridad la esperanza a los abandonados de siempre.

La muerte de Fidel Castro resultó uno de los acontecimientos más dolorosos de 2016 y sus homenajes resultaron una demostración de la admiración y el respeto que sentían gobiernos y poblaciones del planeta por su vida política, matizada por la sensibilidad y el deseo del bien para las grandes mayorías latinoamericanas.

Buen amigo de este hombre, que ya forma parte de la historia de los siglos XX y XXI americanos, es Venezuela, una nación a la que amó, como antes hizo José Martí, y a la que lo unían amorosos vínculos de solidaridad y patriotismo. Una Venezuela que ha sumado un año más de resistencia a los embates de la derecha regional guiada por la mano injerencista de Estados Unidos. Arremetida neoliberal fortalecida que utiliza las tácticas más burdas y sangrientas para tratar de recobrar una región amparada por sus pueblos, en primer lugar, y por un conjunto de organizaciones integracionistas que es preciso fortalecer —entre ellas la Unión de Naciones Suramericanas y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños—, pues una de las misiones de esta ola derechista es la división política de la región.

Los venezolanos están en la mira de Estados Unidos, que la considera una amenaza a su seguridad nacional, y sobre la nación querida por Simón Bolívar, lanza ataques de violencia en las calles, como ocurrió esta semana, acaparamiento de alimentos y medicinas, campañas mediáticas, búsqueda de salida del presidente Nicolás Maduro mediante un revocatorio, y guerra financiera y diplomática.

La Revolución Bolivariana sufrió este periodo la agudización de la arremetida contrarrevolucionaria, centrada en la Asamblea Nacional de mayoría conservadora desde enero pasado, e incrementada por los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay. Su fortaleza solo es comparable a la de Cuba, que resistió y resiste el bloqueo imperialista de Estados Unidos, algo impensado en el siglo XXI, durante más de cinco décadas y media.

Junto a Venezuela se yerguen otras naciones suramericanas que también son blanco de la fechoría política del gobierno estadounidense, como Ecuador, Bolivia, Nicaragua y El Salvador, por citar solo cuatro, pero que cuentan con el respaldo popular y la inteligencia de sus gobernantes para burlar el cerco derechista.

Colombia estuvo este año en el foco de la media mundial, cuando luego de seis años de tanteos y diálogos alcanzó finalmente un Acuerdo de Paz, presuntamente definitivo, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Una paz con fisuras, pues aunque se están cumpliendo los pasos específicos para la implantación de la documentación firmada por el presidente Juan Manuel Santos y el Comandante de las FARC-EP Timoleón Jiménez. La derecha, liderada por el exmandatario Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático, junto a la poderosa oligarquía nacional, tratan de sabotear el proceso de pacificación.

Aunque sus funciones al frente del gobierno le valieron a Santos el Premio Nobel de la Paz 2016, este nuevo proceso de dejación de armas y reincorporación de los guerrilleros a la vida política y civil aparece colmada de peligros, y quizás el peor de ellos es el no reconocimiento por el oficialismo de la existencia de centenares de grupos paramilitares en la mayoría de los Departamentos del país.

Esas formaciones militares, que casi siempre operan a nivel local y que obedecen a terratenientes, políticos y mafiosos, mataron a 75 activistas sociales este año, una treintena de ellos después de la firma del Acuerdo final de Paz. Como el Gobierno no ha dado señales de querer eliminarlos del contexto político nacional, constituyen un peligro mortal para los exguerrilleros ya identificados y desarmados.

Uno de los bochornos políticos de este año fue la organización, manipulación y puesta en práctica de un golpe parlamentario contra la legítima presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, destituida de su cargo sin que se le probara acusación alguna, el pasado agosto. El ahora presidente Michel Temer, quien fuera su vicepresidente, implantó en pocos meses duras medidas neoliberales, orquestó el proceso parlamentario, apoyado por el Supremo Tribunal de Justicia y criminalizó casi a principios de su segundo mandato a esta política de izquierda para dar paso a nuevas formas económicas con gran prejuicio para la clase obrera, pero al servicio de los grandes capitales.

Es significativo que quizás este mandatario usurpador ni siquiera termine su mandato en el 2018, pues está vinculado públicamente con los escándalos de robo y soborno, más tráfico de influencia en la empresa petrolera Petrobrás y la constructora Oderbretch, al igual que 12 de los 16 ministros de su primer gabinete, quienes renunciaron casi de inmediato por iguales causas.

Argentina, la tercera economía de la región, está en manos ahora de Mauricio Macri, un empresario millonario que cuando penetró en la Casa Rosada hace un año montó con gran prisa un escenario neoliberal. En pocos meses, Macri despidió a más de 150 000 servidores públicos, aumentó las tarifas de servicios indispensables, en tanto subieron la inflación y los niveles de desempleo, endeudó de nuevo el país con la banca privada internacional y demostró que, si continúa en esa línea incluso de criminalización de dirigentes femeninas, no cumplirá su mandato en buena lid.

Mientras, en Nicaragua, la pareja política y de vida formada por Daniel Ortega y Rosario Murillo ganaron las elecciones presidenciales para continuar un proceso social y político de beneficio de las grandes masas del pequeño país centroamericano, que muestra importantes niveles de desarrollo y crecimiento económico sostenido.

México, en tanto, sigue llorando a sus víctimas de la criminalidad impune, mientras aún sangra la herida de la desaparición en 2014 de 43 estudiantes normalistas en el Estado de Guerrero, donde actúa la mafia vinculada a las autoridades, sin que el gobierno brinde un cierre creíble del caso.

Millares de restos humanos fueron encontrados este año en el antiguo país de los aztecas mientras expertos locales y argentinos trataban de localizar a los muchachos de Ayotzinapa, una pequeña localidad de unos 100 habitantes perteneciente al municipio de Iguala.

Para el presidente Enrique Peña Nieto el tema de los desaparecidos —30 mil en la última década—y el aumento de la pobreza en el país, por su política económica aliada a Estados Unidos, constituyen grandes escollos para ganar las elecciones regionales y luego las presidenciales para su Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Bolivia, donde el presidente Evo Morales implantó un proceso político de beneficio popular, exhibe algunas envidiables cifras económicas: este año ese país que nacionalizó sus grandes empresas cuyas ganancias se revierten en programas sociales, mantiene en alto sus niveles de desarrollo sostenible, previsto este año en torno al 5 %, uno de los más altos de la región.

Aún cuando la media derechista boliviana ha intentado crear matrices de opinión contra el primer mandatario indígena de esa nación pluricultural, antes lastrada por los golpes de Estado, Morales mantiene el apoyo de su pueblo junto a su partido Movimiento al Socialismo (MAS).

Para los ecuatorianos, 2016 marca el fin como presidente del economista Rafael Correa, otro de los líderes revolucionaros de América Latina, quien burló un golpe de Estado, la violencia callejera, atentados económicos, siempre apoyado por multitudes de ciudadanos a quienes, incluso, dotó de una nueva Constitución Nacional, respetuosa de los derechos humanos y a favor de la protección de sus grandes riquezas naturales.

A pesar de que los países petroleros de la región, entre ellos Ecuador, sintió los rigores de los bajos precios del crudo, Correa supo maniobrar junto a su gabinete para evitar que los grandes logros de la Revolución Ciudadana no resultaran perjudicados.

Sin embargo, y en respeto a su decisión de no candidatearse para los próximos comicios de febrero, luego de una década en el Palacio de Carondelet, su partido Alianza País propuso para sustituirlo al exvicepresidente Lenín Moreno, político que suma a su honestidad una conocida sensibilidad hacia el pueblo humilde.

En este entorno latinoamericano, con sus luces y sus sombras, reaparecen con notable fuerza los movimientos sindicales, sociales, políticos, estudiantiles y de diversa índole que han demostrado en las calles con sus políticas de rechazo a la derecha y al sistema neoliberal que la actual situación puede revertirse otra vez en la región.

Quienes piensan que la integración regional se perdió, o que volverán a estas tierras, en el peor de los casos, gobiernos dictatoriales, ignoran que la América Latina actual no es la misma de los años 80 del pasado siglo, aun cuando las fuerzas de izquierda están llamadas al fortalecimiento de sus filas, ya que carecen de un plan continental antiimperialista, en plena fragua. Si no lo hacen, los centenares de movimientos populares operativos en la región ocuparán sus lugares, aunque carezcan de un liderazgo centralizado. Son millones y millones los que no permitirán que se pierdan los logros de los procesos revolucionarios y progresistas y el retroceso se entronice en estas sufridas tierras de América.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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