La crisis política brasileña parecía que tocaba fondo cuando un conspirador equipo de parlamentarios armó un golpe de Estado para apartar a la presidenta Dilma Rousseff, pero el panorama se ha tornado aún más turbio desde que su sustituto interino Michel Temer creó un gobierno frágil y antipopular acuñado de corrupto.
Temer, un personaje poco querido por el pueblo brasileño, articuló el juicio político contra la Mandataria en base a mentiras y usando esquemas coyunturales, apoyado por un Congreso Nacional representativo de las clases más poderosas del país, que considera la aceleración del neoliberalismo una salida para mantener sus grandes riquezas.
Según transcurren los días, se presentan distintos escenarios en la gigantesca nación suramericana gobernada históricamente por los llamados Coroneles –terratenientes, jefes de trasnacionales, grandes capitalistas- de los 27 estados. Esos Coroneles, que usan a sus testaferros políticos como tapaderas, manejan los hilos de la política nacional y, en determinados momentos, ponen y quitan presidentes. Ejemplos hay.
El Partido del Movimiento Democrático Brasileño, de Temer, fue el designado para montar un aparataje sin fundamentos contra Rousseff, mediante las maniobras de uno de sus articuladores, el exjefe de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, apartado del cargo por ladrón luego de darle entrada a una denuncia y maniobrara con los votos para encauzar el golpe de Estado parlamentario.
Desde que asumió la Primera Magistratura el pasado 12 de mayo, Temer enfrenta una crisis interna originada por la imposición de un gobierno sin votos aliado, además, a lo más reacio de la derecha nacional –Partido de la Social Democracia, entre otros-.
El pueblo brasileño no lo quiere y lo expresa en continuas manifestaciones callejeras y toma de edificios en 40 ciudades importantes. Tres de sus ministros renunciaron por estar involucrados con el robo multimillonario en la empresa estatal Petrobras. Cunha amenaza, además, con denunciar a más de 30 políticos, incluido el presidente, si su caso pasa a la Justicia.
En Planalto hay un equipo frágil pero peligroso, que adopta medidas con la certeza de que permanecerá en el poder hasta el 2018, lo que cada vez está más en duda. Entre las últimas resoluciones del Mandatario interino está el cierre de la televisión pública, TV Brasil, y la presentación ante el Congreso de un proyecto de ley para reducir el presupuesto de la Empresa Brasileña de Comunicaciones (EBC).
El Presidente sustituto intenta dejar el campo libre a los grandes medios privados, entre ellos el consorcio O Globo, enemigo acérrimo de la separada Mandataria, y silenciar las televisoras y emisoras de las distintas plataformas de la EBC.
En contradicción con la corrupción política que implica a su partido, Temer se dice defensor de las finanzas públicas y, con ese argumento, redujo inversiones sociales en la salud, la vivienda y la educación, con lo que deshace los logros alcanzados por los 12 años de gobiernos petistas.
En este Brasil listo para la celebración de los Juegos Olímpicos de agosto próximo, en coincidencia con el resultado del juicio presidencial (la votación es el 16 de ese mes), hay una posibilidad, remota eso sí, de restituir a la Presidenta electa por más de 54 millones de votos en 2014, para un segundo mandato.
Analistas coinciden en una eventual salida democrática al trance político si triunfan los argumentos defensores en la Cámara de los senadores, pero siempre que ello signifique después una consulta popular para determinar en democracia si hay celebración de elecciones presidenciales inmediatas.
Si este golpe de Estado no se consolidara, Rousseff volverá a la presidencia porque es el derecho que le dieron sus votantes, pero dada la magnitud de la crisis política –con el daño originado a su imagen internacional- el país necesita un cambio radical, y ella está dispuesta a un referendo.
En distintas reuniones con movimientos sociales en que han discutido las alternativas posibles, la Mandataria manifestó su disposición, si retorna, a suscribir un compromiso con el programa que cumpliría, con el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva como coordinador de las políticas, y la retoma de la decisión del PT de impulsar el desarrollo económico con la distribución de la renta.
Para llegar a ese punto, como plantea el sociólogo brasileño Emir Sader, es preciso ante todo, que las fuerzas de izquierda ganen en el Senado (2/3 de los votos), y retomen los derechos alcanzados en los últimos años para llegar al 2018 “con un país rehecho y reordenado”. Lula da Silva aparece ahora, según sondeos, como el favorito para ganar las próximas elecciones.
Hay que observar cómo maniobra el gobierno interino en las próximas semanas, si siguen cayendo sus ministros, si explota Cunha en sus acusaciones contra cómplices corruptos y golpistas, si el Senado se pronuncia por la verdad y destruye el golpe de Estado, si continúa la presión popular. Solo la inteligencia y la movilización de la izquierda y la población podrían hacer que tales posibilidades redundaran en el retorno a una democracia renovada.
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