Joe Biden, sin demasiadas penas ni glorias, está por estos días de gira europea y a las puertas de su primer cara a cara con su par ruso, Vladímir Putin.
Según medios diplomáticos, se supone que diálogos bilaterales a esa altura estén precedidos de rasgos y prácticas más o menos amables, donde ambas partes aparenten siquiera interés en lograr algún resultado positivo.
Sin embargo, va quedando claro que, lejos de intentar pláticas de corte conciliatorio y bien intencionadas, la Casa Blanca se empeña en llegar al encuentro presidencial cumbre con un buen cúmulo de presiones frente al interlocutor, para imponer criterios e interpretaciones por meros medios intimidatorios.
Y no es un juicio enteramente personal. Lo perciben y explican muchos analistas y estudiosos e, incluso, la cancillería rusa, que a estas alturas ya dijo que “no espera nada trascendental del encuentro Putin-Biden”.
Así, en sus contactos con sus socios europeos, los escarceos del primer mandatario gringo solo apuntan a “recomponer” la Alianza Atlántica para enfrentar “el peligro desestabilizador” que emana del Kremlin, en una especie de regreso a los días de la Guerra Fría y la conversión del oeste del Viejo Continente en la primera “munición sacrificable” en caso de conflicto militar con el gigante euroasiático.
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Una tarea que al parecer no le será demasiado difícil, en un contexto de gobiernos de mira corta en eso de pensar por y para sí mismos, y que además guardan aún el mal sabor del trato a coces que por cuatro años les propinó Donald Trump, personaje contra el cual nunca alzaron la voz. Peleles de intereses ajenos los eurooccidentales, y nada más.
De hecho, a estas fechas, y bajo el cántico de “unidad” frente a los riesgos que soplan desde el Este, las fuerzas de la OTAN se despliegan en el convulso Donbás, remiten buques y aviones al Mar Negro y frente a la Crimea reintegrada a Rusia por aclamación de sus ciudadanos, despliegan fuerzas en ejercicios de guerra en el Báltico, y calientan el escenario escandinavo con nuevas maniobras donde incluso han sido desplegados grupos de superbombarderos nucleares estadounidenses.
Todo, mientras en comparecencia ante el legislativo gringo el oficial de más alto rango del Pentágono, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, acaba de reiterar que para esa entidad oficial “Rusia y China representan las mayores amenazas actuales contra los Estados Unidos”.
En pocas palabras, hablamos de un escenario hostil en el cual no hay la más mínima arista que permita pensar en un diálogo medianamente equilibrado, sensato y objetivo desde la parte gringa, y donde imponerse, atemorizar, demonizar, presionar, competir de la peor manera, y terminar por quebrar la cerviz ajena, es todo cuanto admiten los propugnadores del hegemonismo Made in USA.
Una tarea que Biden y su administración agitan como bandera inequívoca de que, a escala estratégica, no hay la más mínima diferencia en el accionar global de los Estados Unidos desde la proclamación de su independencia a estas fechas.
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