En un movimiento diplomático-político sin precedentes, el Gobierno saudí ofrece ciertas señales de acercamiento a Israel que muestran un peligroso giro en el contexto geopolítico del Medio Oriente.
El asunto sería una noticia sin gran relieve si no fuera por el momento escogido. Debe insertarse en la revaluación de la política norteamericana en la región, alterada por las iniciativas del gobierno Trump. En Riad, la capital Saudí, el joven príncipe heredero, ha demolido el viejo statu quo que las familias del tronco real, los Saud, habían creado y respetaban desde criterios de reparto y equilibrio interno. Y es aún más notable porque entra en un terreno social y políticamente incierto y hasta peligroso: el de favorecer la inserción de Israel en el hostil escenario regional actual. Hay que anotar como otra señal clara --dirigida a Washington-- que se va a permitir a las líneas aéreas que desde Asia Oriental vuelan a Israel sobrevolar suelo saudí y ahorrarse así unos 2.000 kilómetros en sus rutas.
No es atrevido sugerir que todo esto es parte del giro diplomático y militar que sacude la región y preocupa gravemente a Arabia Saudí: auge de los movimientos político-militares chiíes, con fuertes ganancias y arraigo en Irak, Siria y Líbano; consolidación del movimiento chií Hezbolá en el marco político libanés; ausencia de victoria en la guerra civil abierta que en Yemen libran los Huthíes (una rama chií) pese al fuerte involucramiento saudí en la misma con la ayuda explícita de Emiratos Árabes Unidos. Como telón de fondo, el problema central y de resonancias históricas: el auge del Irán chií.
Estos cambios en las alianzas son frecuentes, pero esta suerte de ensayo entre Arabia saudí e Israel era, hasta hace poco, inimaginable. Técnicamente su adversario desde la creación del Estado sionista en 1948, el reino wahabí se unió sin vacilar a la causa árabe tras entender que los británicos eran el pasado y los Estados Unidos el futuro.
La creación oficial y legal de Israel tras la partición de Palestina dio lugar a la primera de las tres guerras del nuevo Estado con los árabes. Fue breve y, de hecho, en el bando árabe sólo implicó a los vecinos jordanos y a grupos irregulares de patriotas y voluntarios nacionalistas. Londres conservaba en la región el control operativo del crucial Canal de Suez y posiciones militares, singularmente navales, en el Índico (Yemen y Bahréin). Con la aplicación más tarde del programa llamado "Nueva Estrategia al Este de Suez", Londres se retiraba y cedía el liderazgo regional a Washington, la nueva gran potencia naval. Así se oficializó la relación bilateral americano-saudi que pasó ser una relación intensa.
Washington no pretendió nunca transformar el régimen en una democracia parlamentaria al estilo occidental y su cooperación fue la de dos socios pragmáticos que intercambiaban seguridad energética e intimidad político-militar.
Esta relación no fue nunca puesta a prueba. Cuando militantes judíos convertidos en un embrión de ejército proclamaban el nacimiento del Estado de Israel en mayo de 1948, la monarquía saudí se unió sin vacilar al boicot a Israel y al apoyo a la resistencia palestina, a pesar de estar menos directamente implicada por razones geográficas y, en cierto modo, porque el reino wahabí tiene sus propios Santos Lugares del islam en La Meca y Medina y siempre ha sido un hecho geopolítico, histórico y cultural específico y distinguible.
El movimiento palestino ha sido con frecuencia rehén de ciertos gobiernos árabes, de las necesidades diplomáticas y económicas y de la salvaguardia de la relación con Washington. En 1973, sólo Egipto y Jordania (de los miembros de la Liga Árabe) reconocen a Israel y ambos bajo fuerte presión norteamericana y tras recibir una generosa ayuda económica. En este marco someramente descrito, el de una política que es popular en las sociedades árabes, la aparente decisión saudí de abordar la normalización con Israel es un terremoto explicable en términos prácticos: el escenario regional ha sido alterado con la aparición, en el marco de la horrible guerra civil en Siria, de Irán, un gran país musulmán, pero no árabe, y chíi.
En el fondo, la historia se repite, porque la rivalidad árabo-persa es tan vieja como la configuración geopolítica regional y la común condición de musulmanes de sus protagonistas no la evita ni la hace incomprensible si se recuerda la división entre suníes, mayoría entre los árabes, y chiíes, muy mayoritarios entre los iraníes y sus socios regionales, como Hezbolá en Líbano o el movimiento de los Huthíes en Yemen. No hay que olvidar que Arabia Saudí cuenta con un 15% de población chií.
Es en este marco complejo y trágico que tiene como contexto la tragedia Siria, en el que nada menos que Arabia Saudí revisa su relación con Israel. Inexplicable, incomprensible, pero cierto.
senelio ceballos
18/3/18 8:56
Rusia....de raices CRITIANAS ESLAVAS forma el esqueleto confesional de todo el estado...PERO.. a la vez Rusia es una potencia musulmana por tener en sus territorios varias provincias [ Regiones] de esa milenaria religion, ademas en el este predominan las provincias de religiones asiaticas [ budistas]......Meses atras la visita del Viejo -Rey saudito en compania de mas de 30 aviones particulares se aposaron en el aeropuerto estatal de Moscu..DURANTTE VARIOS DIAS..charlaroon con Putin y su equipo..las nuevas lineas del futuro del medio Oriente.....Todavia el ultimo avion saudito no habia despegado..Cuando aterrizo el jefe isrealista con un grupo grande de sus asesores militares MOSCU...en la ERA del 2000..vuelve a ser...ROMA -III, en politica nternacional....cont
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