En el aniversario setenta y uno de la victoria del Ejército Rojo frente a la Alemania Nazi y el fin en Europa de los combates de la segunda conflagración global, el presidente ruso, Vladímir Putin, alertó que el terrorismo se ha convertido en la nueva gran amenaza contra el género humano y debe ser combatido por todos con entera firmeza y honestidad.
Y para quienes han seguido la complicada zaga que condujo a uno de los conflictos armados más devastadores de la historia, parecería como si ahora mismo se estuviesen repitiendo los nefatos factores que más de siete decenios atrás dejaron abrirse los oscuros cauces que pusieron en jaque la historia de nuestra especie.
Lamentablemente, coinciden los mismos intereses negativos de entonces, a pesar de la cada vez más alejada diferencia de épocas. Ayer, el Occidente imperial dejó hacer y deshacer a Adolfo Hitler con la intención de que atacase al primer Estado de obreros y campesinos del planeta y pusiese fin a la “temida amenaza bolchevique”.
Así, los líderes capitalistas no solo contribuyeron al rearme de una resentida Alemania por los resultados de la Primera Guerra Mundial en la cual resultó vencida, sino que además dejaron a Hítler probar su arsenal a favor de los fascistas en la destrucción de la República Española, y se hicieron los desentendidos cuando los nazis invadieron Austria y se anexaron parte de Checoslovaquia.
Fue solo cuando Moscú y Berlín suscribieron un pacto de no agresión con el cual el Kremlin intentó ganar tiempo tras la negativa occidental de fomentar una alianza antinazi, y consecuentemente se produjo la toma de Polonia, que desde Gran Bretaña y Francia saltaron las alarmas ante la segura perspectiva de que Hitler marcharía al oeste antes que lanzarse contra la URSS. Meses después, en efecto, los altaneros ejércitos nazis desfilaban bajo el Arco de Triunfo de París.
No tardaría la Alemania fascista, ahíta de recursos arrebatados a Europa del oeste, en atacar territorio soviético, y forzado por las circunstancias, Occidente debió concluir una alianza militar con el Kremlin.
Aun así, la apertura de un segundo frente europeo demoró largos años a la espera del desgaste mutuo germano-soviético, y solo tuvo lugar cuando el Ejército Rojo quebró el espinazo a los nazis en batallas tan heroicas y singulares como las del Arco de Kursk, Leningrado o Stalingrado, que cambiaron definitivamente el curso de la guerra.
Con todo, el aparato mediático imperialista (que data, por cierto, de hace muchos decenios) hizo todo lo posible por demeritar al Ejército Rojo y al pueblo soviético.
Jamás se habló, por ejemplo, de los miles de jóvenes konsomoles que con los nazis a pocos kilómetros de las murallas del Kremlin se inmolaban en desesperadas batallas con la consigna “Moscú está a nuestras espaldas, no hay espacio donde retroceder”.
Ni del piloto de combate Alexander Marieshev, que derribado y perdidas sus dos piernas, se las arregló para seguir combatiendo en su caza hasta finales de la guerra con las rudimentarias prótesis que le devolvieron parte de la locomoción.
Tampoco mencionaron la heroicidad nacional de trasladar en cuestión de meses toda la industria pesada de la zona europea a las áreas asiáticas de la URSS, hasta convertirla en una segura y eficiente proveedora de las letales armas que barrieron a los ejércitos de Hitler, incluidos los famosos blindados T-34 y las devastadoras katiúshkas, la génesis de las hoy baterías móviles de misiles múltiples.
Por último, y tal vez en el gesto más deleznable, apenas se refirieron a que entre 27 y 29 millones de soviéticos entregaron sus vidas para frenar y quebrar al nazifascismo, la cuota más alta que conglomerado humano alguno pagó durante tan violenta contienda.
En consecuencia, es lógico que con tales antecedentes Rusia se encabrite y muchos en el mundo se alarmen, cuando un Occidente cuyo líder aspira al trono global aúpa el maridaje con el terrorismo más brutal y extremista para lograr sus fines, como decenios atrás lo hicieron sus antecesores con relación a la Alemana hitleriana.
Y no extraña, por supuesto, que el “enemigo” a doblegar con toda prioridad resulte nuevamente el gigante euroasiático y su actual dirigencia, que a pesar del cisma generalizado que supuso la abrupta disolución de la URSS, no reniega de su historia ni de las glorias que, por encima de políticas, decisiones fallidas y personajes controvertidos, han sido y son forjadas por las decisorias cuotas de entrega, esfuerzo y patriotismo de millones y millones de ciudadanos sencillos, nobles y patriotas.
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