Acaba de realizarse, por convocatoria del actual presidente norteamericano, una cumbre virtual sobre cambio climático a la cual se sumaron, desde diferentes posiciones y actitudes oficiales, no menos de cuarenta personalidades nacionales e internacionales.
Sin dudas el tema moviliza. Desde la lejana década del setenta del pasado siglo, el planeta perdió la posibilidad de auto regenerarse frente a la desbocada contaminación, con cuna preferente en las llamada “sociedades de consumo”.
El creciente recalentamiento global por las emanaciones masivas de gases tóxicos, amenaza además con desajustar para siempre las estaciones, alebrestar desgracias naturales, borrar especies, y llevar al límite la propia existencia humana.
Y, según hacen notar no pocos perspicaces analistas, tal vez el afán de la nueva administración norteamericana de cumplir alguna de sus muchas promesas electorales, y el pretender recolocar a los Estados Unidos como “líder” en algún apartado mundial en medio de su notorio poderío en retroceso, movió al equipo de Biden a marcar al menos una puntual diferencia con respecto a la dislocada herencia del saliente, egocéntrico, y prepotente Donald Trump.
Así, si aquel calificó el creciente desastre ecológico como mentiras de científicos locos y agitadores políticos, e incluso desligó a los Estados Unidos del acuerdo global sobre el cambio climático, Biden deshizo este último disloque, nombró a un alto funcionario para trabajar sobre el tema, y ahora ha promovido la conferencia virtual ya mencionada.
De hecho, estadistas y naciones que han sido blanco de la sostenida ojeriza de la nueva administración vigente en la Oficina Oval, pero responsables, serios y comprometidos con el futuro del planeta, de la naturaleza y de nuestra especie, no tuvieron reparos en sumarse a la iniciativa, como muestra del espíritu constructivo y de cooperación que priman en su actuación y su conducta.
China, por ejemplo, tuvo a bien incluso establecer acuerdos mutuos con los Estados Unidos, previos al encuentro virtual, para coordinar esfuerzos favorables en materia de reducción de las emisiones de Dióxido de Carbono y evitar el incremento de la ya subvertida baja temperatura ambiental.
En la cita de este abril se fijaron además líneas de trabajo para la Cumbre del Clima de Glasgow, o COP26, que está prevista para realizarse entre el 1 y el 12 de noviembre próximos.
Rusia, que en medio de la agresividad gringo-otanista también aceptó hacerse presente en la cita virtual, propuso “un marco legislativo internacional” contra el cambio climático, defendió el empleo de fuentes de energía de baja emisión, y precisó que también deben buscarse formas de eliminar el CO2 que ya permanece en la atmósfera.
Por su parte la Unión Europea destacó su interés, ya hecho letra aprobada, de reducir un 55 por ciento las emisiones de dióxido de carbono antes de 2030, en tanto al anfitrión, los Estados Unidos, anunció su propósito de, para ese mismo año, disminuir entre 50 y 52 por ciento la liberación de gases de efecto invernadero con respecto a los niveles de 2005.
En pocas palabras, metas, propuestas, ideas y planes que indican las tremendas posibilidades que para los males que enfrenta el mundo tendría el abandono definitivo de las políticas hegemonistas, divisionistas, chovinistas, inmovilistas, prepotentes, hostiles e insensatas.
Y en esa cuerda, y a tono con los sin dudas alentadores resultados de esta Cumbre virtual, no pocos se preguntan si los nuevos aposentados en la Casa Blanca no podrían actuar de manera similar ante todos y cada uno de los numerosos entuertos globales de nuestro tiempo, la mayoría de los cuales tienen precisamente como génesis la loca y pregregrina doctrina hegemonista Made in USA que proclama a pretendidos elegidos para encabezar a una humanidad “díscola, incapaz e inquieta”, aún cuando ello signifique volarle los sesos.
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