Hay una realidad: el drama que viene sufriendo Afganistán desde la década del setenta del pasado siglo hasta hoy tiene como piso común el hegemonismo rampante de Washington junto al sometimiento a esos dictados de sus segundones europeos y regionales, y como puntos estratégicos en la mira a la extinta URSS, en un primer instante, y a Rusia y China en estas horas.
No vamos en estas líneas a hacer historias particulares contenidas en reflexiones precedentes sobre un proceso injerencista que ya se alarga por unas cuatro y media décadas.
Solo advertir que si en cierta medida desmenuzamos todo ese azaroso y sangriento derrotero, se nos revelan como verdad irrebatible que Estados Unidos tiene una enorme y decisoria responsabilidad en el derrocamiento violento de las autoridades progresistas de Kabul, en provocar con toda premeditación la entrada en su socorro de las tropas soviéticas, en el estímulo y alianza con los grupos extremos islámicos, en su paternidad y apoyo a contumaces terroristas como Osama Bin Laden, y en ser promotor y primer actor de una invasión militar que ha durado veinte años y que en su ocaso todavía pretende dejar oportunistas secuelas favorables a una prepotente política injerencista.
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A ello súmese el actuar torpe, fallido y calamitoso que se nos revela en un “gobierno nacional afgano” presuntamente “apto” y un “fabuloso ejército” de 300 mil hombres entrenados y muy bien armados por la primera potencia capitalista, que se diluyó como agua entre los dedos en cuestión de días ante poco menos de 100 mil talibanes en sandalias, vestimentas rústicas, y pertrechados mayoritariamente con fusiles de infantería AK-47.
Pero bien, “el mal está hecho” y cada cual cargará con sus culpas por mucho que lo disimule. Mientras, del otro lado de la barda, posibles implicados en lo que podría venir ya asumen posiciones.
Así, hace apenas unas horas los presidente ruso, Vladímir Putin, y chino, Xi Jinping, en diálogo bilateral que reconfirmó la alianza estratégica entre sus respectivas naciones, manifestaron su disposición “de intensificar los esfuerzos conjuntos para combatir las amenazas del terrorismo y el tráfico de drogas desde el territorio afgano”, y advirtieron sobre “la necesidad de establecer la paz en ese país centroasiático lo antes posible y prevenir la expansión de la inestabilidad a las naciones vecinas de la región.”
Y NO ES POR GUSTO
Muy particular Moscú ya ha hecho rotundas manifestaciones contrarias a la intención norteamericana y de sus aliados de remitir pretendidos “refugiados afganos” a países de Asia Central para que esperen allí los no menos presuntos “trámites” de visado hacia los Estados Unidos y Europa, lo que viola toda práctica diplomática en ese sentido y eleva el peligro de que se infiltren en aquellas naciones grupos terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico, que USA protegía en el ocupado Afganistán.
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De hecho, el Kremlin ofreció a todos los integrantes de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que reúne a varias naciones de Asia Central, y al grupo de Organización de Cooperación de Shanghái, con similar membrecía, toda colaboración militar posible frente a una posible escalada terrorista regional.
Se trata de dos mecanismos ya vigentes previsoramente desde hace decenios para, entre otras cosas, conjurar la desestabilización en el área a partir de las apetencias estratégicas gringas de controlar Eurasia y utilizar el concurso de los entidades extremistas en tan sucio empeño.
Por lo demás, Rusia y China han sido cautas frente a los nuevos acontecimientos en Afganistán. De hecho, en el pasado mes de julio, delegaciones talibanas viajaron por iniciativa propia a Moscú y Beijing, donde expresaron su interés de relaciones constructivas con ambas capitales apenas días y horas antes de caer sobre Kabul.
En Rusia se les dijo que el Kremlin estaría atento a la evolución de los acontecimientos y que prevalecerá el respeto a la voluntad del pueblo afgano, mientras China tomó nota el deseo talibán de buenas relaciones mutuas.
No obstante, la cancillería rusa insistió en paralelo en que no habrá tolerancia ante un posible rebrote terrorista en la región, como tampoco frente a un “reacomodo” de contingentes militares norteamericanos en naciones a Asia Occidental.
Para algunos analistas, los apresurados gestos diplomáticos de los talibanes con Rusia y China estarían relacionados con la evidente necesidad de contar con cierto nivel de reconocimiento externo, a partir de las negativas experiencias interncionales que generó el primer “califato afgano” vigente entre 1996 y 2001, y sus notorios lazos con grupos armados dedicados a actos de terrorismo más allá de las fronteras locales.
Y es que ahora el contexto regional es bien diferente al vigente en 2001, y Moscú y Beijing ciertamente son fuerzas con un peso determinante en los espacios militar, económico y político en una zona donde la geopolítica imperial no cesa de intentar promover e imponer nichos que le favorezcan.
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