En efecto, luego de los comicios partidistas de Indiana realizados días atrás, todo indica que finalmente serían la ex primera dama Hillary Clinton y el magnate Donald Trump los destinados por demócratas y republicanos, respectivamente, para disputarse la Oficina Oval en noviembre próximo.
El controvertido aspirante republicano pareció despejar finalmente su avance a la nominación como candidato a la primera magistratura, luego que uno de sus más enconados rivales, el senador Ted Cruz, decidió dar por concluido su empeño electoral tras los resultados ya citados en líneas precedentes.
Hay que recordar que la insistencia de Cruz en oponerse a Trump obedecía en gran medida al rechazo que este último ha sembrado entre los jerarcas republicanos por sus pronunciamientos extremos y sus críticas ácidas a la política tradicional de su partido.
Para ese influyente segmento era esencial evitar que el empresario neoyorquino no llegase a la convención partidista con una mayoría de delegados favorables que le otorgase el triunfo sin discusión, de manera que hubiese que recurrir entonces a una consulta abierta donde tal vez fuese menos complicado destronarle en sus planes electorales.
Así, estaría por verse cuál será en lo adelante la táctica del liderazgo republicano ante un aspirante que ha roto todas las expectativas con su retórica fuera de lo común, aun cuando para algunos analistas tal vez la dirección del partido desvíe ahora su atención a tratar de “acercarse” de algún modo al posible candidato, en el entendido histórico de que no es el presidente de los Estados Unidos quien dicta precisamente la última palabra, supeditada por norma a las cúpulas locales de poder real.
Con todo, poco antes de las más recientes justas comiciales, Trump, que por un instante había tratado de proyectarse como un candidato más potable y “presidenciable”, sembró la alarma entre los principales socios foráneos de los Estados Unidos al proclamar que su actividad al frente del ejecutivo se centraría en potenciar nuevamente al país a los primeros planos globales, y que para ello enfilaría sus lazos externos por rumbos que establecieran, como inamovible premisa, la materialización de esa “aspiración nacional”, no importa si ello pudiera hacer estallar desavenencias y sonados desencuentros con amigos o enemigos.
En pocas palabras, la proclamación en vivo, directo, y en tiempo real de que, como han dicho y admiten por lo bajo algunos políticos estadounidenses, Washington no tiene aliados, sino intereses propios.
En cuanto a Hillary Clinton, se hace evidente que ha comenzado a actuar ya como la candidata oficial demócrata a las elecciones de noviembre, toda vez que ha crecido la distancia con la que supera al otro aspirante partidista, el auto titulado socialista Bernie Sanders, además de contar con el seguro respaldo de los llamados “superdelegados” a la convención.
En consecuencia, sus más recientes apariciones públicas se centran casi por completo en atacar las posiciones republicanas y en concreto los pronunciamientos de Trump, a la vez que Sanders admitió que de ser derrotado daría su apoyo a la primera mujer que disputa la presidencia, y hasta se habla de que una fórmula electoral demócrata potencialmente interesante podría ser la Clinton como aspirante a la Casa Blanca y Sanders como su vice.
Y si bien por el momento la mayoría de las encuestas dan como ganadora de los comicios generales a la ex secretaria de Estado frente a Trump, lo cierto es que todavía parece muy temprano para aventurarse a acatar como inexorable semejante afirmación.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.