Maestra en el arte de colorear con palabras las tradiciones nacionales, de fotografiar a través de la literatura a nuestra sociedad, Renée Méndez Capote —cubanita “rebelde y vigorosa” como ella misma se describió— fue dueña de una agudeza y precisión en la narrativa que consiguen hacernos caminar por el Bayamo devorado por el fuego y sentir los olores de las casas ardiendo en llamas.
Alrededor de una veintena de libros que cuentan con su rúbrica y el estilo coloquial que la distingue dentro del panorama literario de la Mayor de las Antillas, dan fe de la cronista precisa que fue. Humor refinado y lenguaje claro hacen que sus textos capten la atención de quienes se llegan hasta ellos, nada más comenzar la lectura.
A los márgenes de su quehacer nos acercamos en los distintos niveles de enseñanza, donde sus creaciones se convierten en formas novedosas de recorrer la historia de Cuba, entonces resulta inevitable para muchos lanzarse hasta las entrañas de un mundo donde fantasía y realidad convergen con tal verosimilitud, que la fascinación está garantizada de antemano.
A pesar de los aportes que desde su imaginación propone la valiosa escritora, periodista y traductora, los acontecimientos descritos conservan su verdadera esencia. Así, contando sucesos heroicos de nuestras gestas libertadoras y de otras etapas como la seudorepública, se hacen recurrentes en sus narraciones estampas, anécdotas y figuras destacadas, como Martí, Céspedes, Maceo, Henry Reeve, Adriana Castillo…
De esa autora de ensayos, cuentos, poemas, testimonios —imaginativa y sagaz— sobresalen títulos como: Oratoria cubana (1926), Relatos heroicos (1965), Crónicas de viaje (1966), 4 conspiraciones (1972), Un héroe de once años (1975), Amables figuras del pasado (1981). No obstante, su obra más reconocida es Memorias de una cubanita que nació con el siglo (1963), que constituye un clásico de la literatura testimonial de nuestro país.
“Yo nací inmediatamente antes que la República. Yo en noviembre de 1901 y ella en mayo de 1902, pero desde el nacimiento nos diferenciamos: ella nació enmendada, y yo nací decidida a no dejarme enmendar”. De esa forma cuenta Méndez Capote su llegada al mundo un 12 de noviembre, en La Habana.
Y prosigue: “Cuando a mí me engendraron, estaba Cuba en plena efervescencia. Mi embrión se nutrió de lucha y esperanza, de fuerza combativa. Fui la hija de la Constituyente como mi hermanita, que fue engendrada a los dos meses de mi nacimiento y pesó al nacer menos de cuatro libras, fue ‘la hija de la Enmienda Platt’ y se nutrió en el claustro materno de desilusión y de amargura, de ansiedad y de impotencia”.
Basta ese pasaje inicial para que no se necesite esclarecer el sitio de la patria en la vida de la creadora que, cigarro y café al alcance de la mano, contó para niños, jóvenes y adultos, las impresiones y experiencias de la Cuba de sus primeros diez años.
Ese texto concluye con las nuevas sensaciones que comenzaba a descubrir la autora cerca de los once años: “En cuanto lo veía aparecer, el corazón quería saltárseme del pecho. Era un enamoramiento muy de la época, hecho de miradas y sonrisas vagas, y pasar y repasar él a caballo frente a la casa mientras yo permanecía sentada sin atreverme a mover ni un dedo”.
Una se ve allí, tirando la muñeca debajo del sillón, con “un lazo de terciopelo negro, que hacía furor entre las pepillitas”, y estirándose la saya todo lo que da, para que el enamorado —Rolando— crea que está vestida de largo.
Renée Méndez Capote, quien dominaba no solo el español, sino también el inglés, el francés y el italiano, no sintió como obstáculo la cuna de oro en que naciera para dedicar sus días y su obra no solo a la literatura, sino también a la patria. Tanto es así que fue apresada en varias ocasiones debido a la acusación de participar en la huelga de marzo de 1935. Además fue miembro del movimiento de Resistencia Cívica y luchadora clandestina en el enfrentamiento a Batista.
Luego, tras el primer amanecer de 1959, fue fundadora de los CDR y la FMC. Su vínculo con esta última organización y los derechos que defiende forman parte de un camino construido por numerosas mujeres a lo largo de la historia de Cuba, y que Méndez Capote ayudó a forjar. No es de asombrar entonces que integrase la batalla de las féminas por su derecho al sufragio.
Merecedora de la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier y la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez, irradió su sapiencia dirigiendo la Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí desde 1960 y durante cuatro años, además de colaborar con diversos medios de prensa, como Bohemia y Juventud Rebelde.
Escritora sublime, cubana de raíces bien sembradas y nutridas con el acicate de su padre, Domingo Méndez Capote, vicepresidente de la República en Armas en 1898 y Presidente de la Asamblea Constituyente en 1901, su obra vive allí donde la cubanía es más pura.
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