La obra El dragón de oro, del dramaturgo alemán Roland Schimmelpfenning, se escenificará del 13 al 15 de este mes, en el teatro Avellaneda, en Camaguey, durante las últimas jornadas del XIV Festival Nacional de Teatro.
La puesta en escena intrigó y sedujo a los espectadores recientemente en Estados Unidos y fue acreedora este año de uno de los Premios Avellaneda, conferido por la Sección de Crítica de la Asociación de Artistas Escénicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
El inicio de la proyección internacional de la puesta se produjo en el estreno mundial de la versión de este título, por el Teatro de La luna, realizada por el teatrista Raúl Martín, autor de la puesta, del diseño de luces, de la escenografía y director general de la compañía.
Este montaje mereció altas valoraciones del público y la crítica durante la gira realizada, en fecha muy reciente, por Alemania; inicialmente, en el festival denominado Mülheiner Theatertage Stücke, en Berlín y, posteriormente, en Dresde.
Lo atrayente del montaje se debe a su argumento singular, a partir de una simbología relacionada con la gastronomía, en las claves del postmodernismo, al abordar el tema de la inmigración de disímiles formas a través de todos los medios, espacios y tiempos.
EN BUSCA DEL PARAÍSO ENCUENTRAN EL INFIERNO
Se trata de un tema inagotable en la escena cubana por todas las aristas que contempla, algunas de ellas quedaban aún inéditas y han sido incluidas en este título de forma novedosa y con un enfoque certero en todos sus aspectos, por ser convincentes y de una absoluta madurez conceptual.
El argumento muestra un conjunto de conflictos y situaciones que afrontan los inmigrantes al buscar en otras latitudes el supuesto paraíso que se transforma en un infierno, aún peor que el trazado con mano dura por Dante Alighieri.
La representación apunta directamente hacia todas las adversidades que acechan y atacan a quienes creen en utópicas formas de incluirse entre los elegidos para una aventura con final feliz, la cual —en el mejor de los casos— no deja de mantener su carácter de utopía.
La versión de Teatro de la Luna resulta más bien un desmontaje estético y conceptual del texto original, que describe la tragedia vivida por cinco chinos que laboran en el restaurante que da nombre a la puesta, en una ciudad no especificada en ninguna parte de la obra, pero que apunta de algún modo hacia el barrio chino de San Francisco, en Estados Unidos, donde existe una de las cifras más elevadas de las comunidades de inmigrantes de origen asiático en el planeta.
EL INFIERNO ACECHA, AJENO AL DANTE
No son historias testimoniales, sin embargo, en ellas aflora la realidad sin ambages, muy bien perfilada en la escena, con un poder de síntesis que resulta uno de los aspectos de mayor peso en el montaje, por la capacidad del director para atomizar las tragedias de cada uno de los personajes, anclarlas en la escena y en la mente de los espectadores.
En sus breves intervenciones aflora la realidad sin ambages, muy bien perfiladas en la escena a través de cinco intérpretes, quienes se desdoblan en sus personajes y narran sus propias adversidades y las de quienes les rodean, mientas anuncian las propuestas de la carta menú en una amalgama de platos exóticos y experiencias terribles sufridas por estos seres, desprovistos de presente y futuro.
Ellos han perdido su pasado en un alud de horrores, los cuales incluyen maltratos, de hecho y de palabras y coacciones de toda índole sufridas por los empleados de un restaurante, devenidos esclavos de los propietarios del establecimiento, contrastante entre el servicio al público y la tragedia en su interior.
El minimalismo de la escenografía y el uso de recipientes como parte del vestuario, a la usanza de los ordeñadores de vacas. Se imbrican a las historias que se entrelazan entre sí, con finales inesperados, cuya visualidad es tan contundente que asemeja los sonidos del gong, por lo contundente de sus relatos que asombran y estremecen a los espectadores, quienes —desde el inicio de la escenificación— se percatan de que su formato, estructura y lenguaje resultan bien diferentes a cualquier otro montaje.
CORAL DE ACTORES DE PRIMERA LÍNEA
La escenificación posee un peso decisivo en el trabajo actoral, por las interiorizaciones logradas en la caracterización de los personajes, por el alto nivel de la proyección escénica que se imbrica a la danza, lo cual denota un entrenamiento muy riguroso por parte de todo el elenco.
Existen marcados antagonismos perfilados en los personajes encomendados a cada uno de los cinco intérpretes y el modo tan orgánico en que los abordan, de un modo secuencial, sin que apenas pueda apreciarse cómo logran cambiar la sicología y lo aparencial en plena escena.
Las edades, características físicas, síquicas y los disímiles conflictos que les acosan quedan inscritos en un tejido de absoluta solidez, asegurado por la arquitectura escénica que busca asideros en los antagonismos de una trama, donde lo sorpresivo es el leit motiv.
Los cinco se transmutan constantemente en una cuarta pared que aúna lo real y lo ficticio, como Manuel Reyes, un hombre que transmuta en el abuelo y muestra una metamorfosis total hasta adquirir la configuración de una cigarra, mientras Freddy Maragoto transita con naturalidad en la personificación de un hombre de 60 años, la nieta, la hormiga y el comerciante Hans.
Olivia Santana va perfilando con denuedo a una mujer de 60 años y se transforma en los personajes recreados por Freddy Maragoto, que en ella adquieren otras características y, además, hace gala de sus facultades como solista vocal en una canción. Una mujer joven es el personaje interiorizado por Yordanka Ariosa, quien también asume a un asiático con do-lor de muelas, en transmutaciones eficaces.
Yaité Ruiz encarna a un hombre cuya voz resulta bien difícil de incorporar por una muchacha, por los registros graves que impone el trazado del personaje; esta joven actriz también logra aciertos como la mujer del vestido rojo y la azafata Inga, en dos sicologías tan dife-rentes que podrían definirse como antagónicas.
Una puesta que intriga al auditorio porque su enfoque, estructura y lenguaje teatral resultan bien diferentes a cuanto se haya visto en la escena cubana y esta es, unida a la calidad sostenida en su decursar, lo mejor de la puesta.
Maite
17/9/12 5:21
q bueno q volvio Ada
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