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miércoles, 30 de octubre de 2024

Té con Frankenstein

Dado su elenco, conformado con rostros muy conocidos en el Hollywood que vendría, Línea mortal se convierte en una suerte de “película vitrina”, donde se exhibía el futuro inmediato de la industria...

en Cenesexualidad 19/04/2022
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Keifer Sutherland-Frankenstein
Línea mortal responde menos a la imaginería cristiana que a mitologías paganas más antiguas.

Por: Antonio Enrique González Rojas

Línea mortal (Flatliners, Joel Schumacher, 1990) es uno de los más curiosos y antitéticos diálogos que el cine ha mantenido con el mito del doctor Víctor Frankenstein y su monstruo, en tanto el atrevido personaje concebido originalmente por Mary W. Shelley transgredía límites naturales para dominar la vida, y el quinteto de jóvenes aspirantes a doctores que protagoniza la cinta de Schumacher pretenden dominar la muerte y sus enigmas.

Tanto Frankenstein como Nelson Wright (Keifer Sutherland) —quien arrastra en sus ambiciones a los otros cuatro jóvenes— se atreven a mirar por encima del muro de la existencia conocida y reconocida, para vislumbrar y colonizar territorios ignotos que apenas son insinuados, elucubrados, soñados y sobre todo temidos.

El joven estudiante de Medicina se obsesiona con la experiencia post mortem. Diseña un peligroso protocolo para inducirse el deceso y luego ser resucitado, y así dar testimonio de lo que hay allende la vida, si hay túnel luminoso o no. Su primera y terriblemente exitosa incursión es emulada por casi todos sus colegas: Joe Hurley (William Baldwin), David Labraccio (Kevin Bacon) y Rachel Manus (Julia Roberts). Un quinto, Randy Steckle (Oliver Platt), permanece como observador y facilitador, sin experimentar lo que vuelve casi adictos a los otros.

Dado su elenco, conformado con rostros muy conocidos en el Hollywood que vendría, Línea mortal se convierte en una suerte de “película vitrina”, donde se exhibía el futuro inmediato de la industria. Además, un guiño recapitulador a las primeras épocas de muchos de estos jóvenes que iniciaron o consolidaron sus carreras en cintas de terror, como el caso de Bacon, una de cuyas primeras actuaciones fue en Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980), o Sutherland, que previamente había protagonizado la cinta de vampiros The Lost Boys (1987), también de Schumacher. 

En Frankenstein y Wright, sus ansias de poder superan a las respectivas curiosidades filosóficas y metafísicas, convirtiéndolas apenas en acicates secundarios de sus investigaciones. Sus estirpes se corresponden más con las de los conquistadores que con las de los científicos. Son exploradores en busca de oro, no de conocimiento, cuyos objetivos últimos son el sometimiento de fuerzas universales a sus voluntades y no la comprensión que conduzca al autorreconocimiento como parte de una dialéctica universal inasible, trascendental.

En el proceso, tanto el doctor gótico como el estudiante posmoderno se internan en dimensiones abisales, y sus historias se convierten en oscuras fábulas que adoptan como moraleja la sentencia de Friedrich Nietzsche que advierte: “Si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada”. A Frankenstein termina mirándolo fija y cruelmente su monstruosidad. A Wright y a sus amigos los mira la inhumana, pero precisa justicia que parece esperar a los seres humanos tras el abandono de sus cuerpos.

Aunque gran parte de la trama transcurre en el interior de una decrépita y densa catedral, la sobrenaturalidad por la que se decanta Línea mortal responde menos a la imaginería cristiana que a mitologías paganas más antiguas, como la egipcia, específicamente el ritual purgatorial del juicio de Osiris, al que se sometía el recién fallecido para definir su suerte en el más allá: el dios Anubis extraía el corazón moral del juzgado y lo pesaba en una balanza, cuyo contrapeso era la pluma Maat, alegoría de la justicia divina y universal. Si el corazón pesaba menos, el muerto gozaba de la bienaventuranza; si no, era destruido en una “segunda muerte”.

Nelson Wright y sus cómplices aventureros se ven inmersos en un inesperado viaje hacia ellos mismos, y descubren que el abismo los observa con sus propios ojos y rostros, con sus culpas, remordimientos, vilezas y errores. Sienten el peso de sus corazones. Miran a un espejo que les devuelve sus miradas, y los invita a reconocerse como sujetos culposos. El “irresponsable” viaje que emprenden hacia la muerte termina enfrentándolos a responsabilidades que habían desechado y despreciado; las corporiza, las convierte en fantasmas materiales que no los atormenta con el susto, sino con el dolor y el horror resultantes.  

(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 197)


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