A veces uno piensa que es imposible sentir más calor en Santiago de Cuba del que te moja la ropa cuando arrollas con la conga, calle Aguilera abajo hasta la Alameda. Ingenuamente se puede pensar eso… hasta que te enfrentas al Diablo enorme que, envuelto en llamas, despide cada edición del Festival del Caribe.
Fuego para “limpiar” todo lo malo, para purificar y también para nombrar una Fiesta que del tres al nueve de julio enciende los ánimos de los santiagueros y prepara –no es que necesiten muchos incentivos- el espíritu para el mes de celebración que queda por delante.
Frente a la Bahía se extiende una lengüeta de rojo y amarillo, mientras se baila y se canta alrededor. Detrás quedan siete días de intenso programa, en el que además de pedir bendiciones a cuantas deidades existen en esta diversidad de culturas que conforman la región, también se reflexionó sobre nuestra condición de caribes: una manera de sentir, más que la pertenencia a una región geográfica.
Eso de que no hace falta tener fronteras que terminen en el mar del que tomamos el nombre lo demostró Suriname, País Invitado de Honor a esta edición 34 de la Fiesta del Fuego. Situado en el extremo noroeste de América del Sur, raramente podrían considerarse caribeños si su manera de vivir, la diversidad que los nutre y sobre todo, esa raíz común que compartimos - que empieza en los pueblos originarios, continúa en Europa, pasa por Asia y termina en África- no nos acercara tanto.
Descendientes de javaneses, chinos, hindúes y los cimarrones que huían del dominio colonial holandés se mezclaron con sus hermanos cubanos, en tal combinación que a veces resultaba difícil distinguir quién era uno y otro, si no reconocías la característica tela a cuadros de los surinameses.
Así fue en el Desfile de la Serpiente, lo mismo que en este último, con el que dijo adiós una representación de los más de dos mil asistentes de 31 países que llegaron a Santiago, la más caribeña de las capitales cubanas.
La Mpaka, símbolo del Festival, se le entregó a las autoridades de la urbe oriental, como recordatorio de que el próximo año la versión 35 de esta celebración estará dedicada a los 500 veranos que la villa tiene de fundada.Una manera de reciprocar la complicidad con que la ciudad, toda música, toda color, acoge de manera ininterrumpida este espacio de confluencias, al que mucho le pone el sabor de su gente, que pese a los estereotipos, es el secreto de su magia.
Ya antes había sido entregada en custodia a los integrantes de la delegación que de Las Bahamas llegó a echar una ojeada a lo que será su reino en el 2015, cuando tome posesión de su título de Invitada de Honor, privilegio multiplicado por tratarse de la ocasión en que Santiago cumple cinco siglos, según aseguró aquí Daniel Johnson, Ministro de Juventud, Deporte y Cultura de esa nación
Por delante quedan las expectativas y las ganas de volvernos a ver las caras en el Parque Céspedes, moviendo los pies al compás del tambor y la corneta china, pero mientras tanto, nos quedamos con la imagen del Diablo, ardiendo, cuernos en ristre, iluminando las aguas y edificios de Santiago, con la promesa de que siempre el futuro traerá algo bueno.
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