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miércoles, 30 de octubre de 2024

Avive

Avive se llamaba Bárbara y desde su nombre fue esa potencia, fuerza gigante que andaba en silencio y observando a su hijo en medio de la grandeza del mundo…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 16/02/2022
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Bárbara Sánchez Peñalver-Avive
Avive, en el patio de su vivienda en Remedios, hacia la década de 1980. (Tomada del Archivo del Museo Alejandro García Caturla).

Bárbara Sánchez Peñalver, conocida como Avive, llegó a la casa de la familia García Caturla con 15 años. Descendiente de personas muy humildes, la muchacha tuvo, como encargo, el cuidado del bebé Alejandrito. En aquella mansión de la ciudad de Remedios se hizo la historia cuyos destellos aún fulguran. Ahí está una foto archiconocida: la mujer se desdibuja junto al niño, ambos caminando por las playas de Caibarién. El aire puro del ambiente marino curaba las enfermedades del pequeño, lo preparaban para el aliento inmenso que lo convertiría en el mayor exponente de la música de su siglo. Avive, afrodescendiente, acunó y arrulló al bebé con cánticos yorubas,  con las rumbas de las parrandas,  también lo llevaba a los bembés, a las ceremonias religiosas de diversa índole. Poco a poco, el legado de los ancestros de África crecía en el interior de Alejandro García Caturla, quien se interesaba por la justicia, el arte, la belleza.

El legado de Avive es casi desconocido en los estudios musicales, no se ha tenido en cuenta a la hora de biografiar al genio remediano. En la década de 1980, María Antonieta Henríquez, escritora especializada en este tema,  visitaba la casa de la ya añosa mujer y la entrevistó varias veces. Sobre la mesa de madera, Avive improvisaba los toques de tambor que casi un siglo atrás le enseñó a Caturla.

Esas grabaciones perviven en forma de cintas magnetofónicas, en el Museo que rinde tributo al artista. De hecho, se considera que Bárbara fue la madre afectiva, la mujer que conocía de los secretos, de los temores, incluso, quien construyó un resguardo religioso en los tiempos más duros de aquella ciudad, donde tantas amenazas de muerte recibió el entonces juez Caturla. Remedios había condenado de antemano la relación entre negros y blancos y ello incluía ese nexo tan especial, esa manera en que el músico trataba a su madre afro.

Avive le cocinaba a Alejandro, le guardaba el mejor dulce de manjar blanco (el favorito del artista) y nunca dejó de arrullarlo. Cuando mataron al juez, el 12 de noviembre de 1940, ella lo esperaba como siempre para comer. Él, ultimado en medio de la calle, dejaba detrás varios hijos y un aporte cultural. Ella se enteró y corrió desesperada, pero era tarde y, como la madre que era, le tocó vestir el cadáver, prepararlo, llorarlo en silencio. Desde entonces, Avive y Caturla son una misma cosa, así como el recuerdo de aquellos tiempos en los descendientes, en quienes hoy sostienen la historia. La mujer afro vivió 101 años y tuvo hijas, nietas y bisnietas que trabajaron en el museo, conservaron los tesoros familiares, resguardaron cada detalle. Durante décadas, la historia del juez y músico se conocía por la voz de estas eternas matronas de la cultura.

Natalia Raola, Historiadora de Remedios, aparece en una de las últimas fotografías de Avive. Allí también se hacía culto a la belleza de la música, se hablaba sobre legados artísticos, corría a raudales la leyenda y brillaba con su mayor gloria la anécdota. Más que encuentros, eran conferencias en las cuales Alejandro aparecía unas veces como niño, otras como hombre incorrupto y amante de la justicia, otras como genial creador. Raola es una de las voces más reconocidas de la investigación en Remedios del siglo pasado, dejó incontables páginas, pero además supo aquilatar como nadie la cultura imprescindible, viva y trascendente, de la ciudad. La amistad entre Natalia y Avive dio lugar a que esas tardes de tertulia quedaran registradas como instantes sublimes, sucesos dignos de narrarse y de aparecer en las crónicas más encumbradas.

A Caturla hay que conocerlo desde adentro, desde aquel recorrido por las playas de Caibarién, desde las amenazas de muerte en Remedios. No hay forma más entrañable ni marca más imperecedera. La casona familiar que hoy es un museo no solo nos avisa sobre la música, la vanguardia y el aporte cultural, sino de la grandeza ética, de la vida sencilla y bella del juez. Ese que no aceptó sobornos, el que una vez incluso devolvió unos regalos que intentaban comprarlo y ello provocó la ira de magistrados y enemigos. El mismo que decía que ni el color de la piel ni la clase social frenaban sus ansias de igualdad. Caturla fue amigo de lo más rebelde y libertario, de lo más contestatario y fiel a los principios humanistas. En él iba la alianza con el Carpentier irreverente y genial, la firma de manifiestos contra la tiranía de Machado, la cercanía con revolucionarios como el poeta Rubén Martínez Villena. Todo eso era, en alguna medida, responsabilidad de Avive, de esa mujer negra que le mostró el amor de madre, el cariño de una cultura ancestral, los valores del universo que a veces pasan desapercibidos, pero que nadie puede negar cuando se imponen con luz propia.

Cuando murió Avive, pocos la homenajearon. Lo mismo pasó con Natalia Raola. El ciclo se repite en otros consagrados a las tierras remedianas. La maldición de ciertos demonios persigue a la ciudad, la sume en la bruma, adormece su gloria y desarrollo. Fernando Ortiz escribió sobre eso uno de sus mejores ensayos. Más que una madre, la mujer que más quiso a Caturla encarnó un espíritu puro y bueno, infatigable en su labor como impulsora del museo que hoy luce impecable ante el mundo. Cada año, el 7 de marzo, se recuerda el nacimiento de Alejandro con una actividad de toques de tambores afro. Es ya la hora de que la foto de Avive presida estas ceremonias, como justo elemento de trascendencia y justicia. Remedios, que antes condenó el amor entre negros y blancos, debiera reivindicarse en un presente de unión, de fraterno simbolismo en torno a la música del genio, al legado de sus seres queridos, a la sombra majestuosa de la casona.

Avive se llamaba Bárbara y desde su nombre fue esa potencia, fuerza gigante que andaba en silencio y observando a su hijo en medio de la grandeza del mundo. No pudo estar en el momento oscuro para salvarlo, el resguardo religioso no detuvo las balas, pero otros poderes mágicos han sostenido la esencia, el concepto mismo de decoro. Podrá decirse mucho sobre Caturla, pero más allá de la obra estará lo humano. Allí, Avive aparece como en la foto de la infancia, sosteniendo la manita frágil del niño, en un paisaje marinero que se desdibuja. Metáfora de una especie de paraíso perdido, donde reposan ambos, en el recodo de la historia y en el recuerdo de todos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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